depressed young man with blurred head in dark roomContenido

Cuento | Pensamientos de un hombre a mitad de la noche

 Por Jesús David Becerra Alonso

¿Acaso importa?

La pregunta martillea mi cabeza una y otra vez, hace retumbar el suelo y las paredes de mi habitación mientras estas se acercan cada vez más hacia mí, asfixiándome.

En la calle, frente a mi apartamento, pasa un coche solitario en medio de la noche mientras un perro le ladra a la nada y un grupo de niños cubiertos de sudor juegan a la pelota, riéndose y empujándose en todas direcciones (el más pequeño se ha tropezado con una roca). Debajo de un poste, una pareja joven se funde apasionadamente el uno con el otro, protegiéndose mutuamente del cruel mundo que los rodea.

En verdad es una noche bonita.

“¿Acaso importa?”

Por décimo-tercera vez en esta noche, tomo la pistola de la mesita al lado de mi ventana, enciendo mi grabadora y la rasposa voz de Bob Dylan amortigua un poco mis sombríos pensamientos al compás de “Like a Rolling Stone. Subo el volumen lo más que puedo y me siento en la cama respirando hondo.

“¿Acaso importa?”

¿Acaso importa que un montón de niños jueguen tranquilamente en la acera?, ¿que un par de adolescentes se coman el uno al otro como si no hubiese un mañana?, ¿o que se cumpla un año desde la última vez que sostuve el cuerpo de mi novio, frío e inmóvil mientras su mano aprieta firmemente la maldita jeringa que selló su destino? 

Sin importar lo que pase todos acabaremos bajo tierra en algún momento, pudriéndonos en los corazones de aquellos que logren y se atrevan a recordarnos, esperando ansiosamente el momento en que puedan acompañarnos en nuestra soledad.

“¿Acaso importa? , ¿a alguien le importa?”

Cierro los ojos, saboreo el gélido metal en mi boca y libero el seguro del arma. Mi respiración se vuelve cada vez más entrecortada. La guitarra eléctrica de Dylan se mezcla con los aullidos del perro callejero,  con las risas desenfrenadas de los niños y con los dulces besos de los enamorados. Las paredes se derrumban ante mí.

No quiero morir, créeme que no quiero morir. Yo solo quiero que este  maldito dolor se detenga de una vez por todas, que todo comience a tener sentido o que nada lo tenga. Al final es lo mismo.

“¿Acaso importa?”

No, nada importa. Aprieto el gatillo.

El clic de la pistola resuena en la habitación, y, en esas milésimas de segundo, el mundo se detiene.

Pensé que lo último que vería sería el rostro de mi amado, o el de mis padres, o el de mis amigos. En vez de eso, mi mente se transporta a una calurosa noche de verano, tan tranquila como la de hoy. 

Estoy sentado en medio de un pequeño jardín, solo, cuando una figura desgarbada emerge de la oscuridad. Es un hombre viejo y desaliñado, que se tambalea de un lado a otro por el camino de piedra, de repente, el viejo repara en mí y se acerca. Me preparo para defenderme y salir corriendo, pero el hombre me abraza. Puedo sentir su olor a sudor, alcohol y soledad, por más que la razón me ordene alejarme de este extraño, yo no me resisto a su abrazo.  

No sé porqué esta imagen es la última que pasa por mi cabeza, aunque tampoco tiene importancia. Pronto, todo habrá acabado…

Pero no se acaba. Abro mis ojos y todo sigue en su lugar: Bob Dylan ha pasado a la siguiente canción en el disco,  el perro sigue ladrando,  los niños riéndose y la pareja amandose.

Tanto terror desperdiciado para que la pistola me falle al final. 

Me derramo en el suelo, cansado hasta para llorar. Y vuelvo a preguntarme, una y otra vez, si algo de esto importa porque el mundo sigue girando, ignorando completamente que, en una noche serena de noviembre, en un pequeño apartamento en medio de una pequeña ciudad,  un hombre común y corriente intentó quitarse la vida.

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