Por Andrei Velit Casquero
Quise aprovechar el aparente buen humor de papá y el día final del mes en el calendario, donde se supone llegaba su cheque, le exponía mis peticiones que a esa altura se asemejaban más a una súplica:
─ El padre de Miguel se las compró la semana pasada, Martín estrenó ayer su segundo par y hasta Kensi ,que nunca recibe propinas, acaba de mostrarlas con presunción esta mañana.
¿Papá, yo para cuando?, ¿para cuándo me comprarás las zapatillas con luces que me prometiste? ¡Todos mis amigos ya las tienen!
Al terminar de decir esto inmediatamente observé el rostro impaciente de mi padre, advertí que sumaba y restaba presupuestos en su mente y presentí que su respuesta seguiría siendo una promesa con fecha indefinida.
─ No es posible que todos tus amigos tengan esas zapatillas, te quieren impresionar ─explicó muy seguro de sí─.
─ Yo se las vi puestas, papá, hasta se burlaron de mí por no tenerlas.
─ No les hagas caso.
─ Casi nunca lo hago, pero esta vez sí me afectaron sus palabras.
Él cambió el rostro distante por uno adusto.
─ Hay situaciones más importantes que te deberían de afectar, por ejemplo: que tu hermana siga con los dientes chuecos luego del accidente que tuvo hace unos días. Hasta hoy no podemos pagarle un tratamiento.
─ Eso le pasó por volver de madrugada de una fiesta con ese grupo de amigas escandalosas, estaban ebrias todas. ─ le confesé fastidiado ─.
─ Más respeto a tu hermana, tú tienes comida, alimentación y un hogar, debes estar satisfecho. ─dijo sin prestar atención a mi confesión viendo la hora avanzada en el reloj y preguntándose porqué aún no llegaba su hija a casa─.
─ Papá, solo quiero esas zapatillas, no me interesa que mi otra ropa esté desgastada o rota, ¡por favor! ─le supliqué ─.
─ Hay muchas otras prioridades, así que lo pensaré.─Diciendo esto salió de casa a buscar a mi hermana. ─
Mientras tanto mamá escuchaba nuestra pequeña discusión sentada en la sala sin decir ni una palabra hasta que finalmente, cuando se fue papá, dejó a un lado la chalina que tejía y se acercó con una mirada tierna pero resignada.
─ Debes entender a tu papá, tenemos muchos gastos que se nos han venido encima de golpe, ¿cuánto pueden costar esas zapatillas?
─ Unos 100 soles mamá. El bazar del centro es el único lugar donde las venden.
Ella no tuvo que hacer cálculos monetarios en su mente, de sopetón frunció el ceño y me dijo: “algún día entenderás”, y se fue a la cocina a recalentar la cena.
No había exagerado con el entusiasmo y la jactancia de mis amigos: todos los días presumían de sus zapatillas con luces. Mi actitud era impasible frente a ellos pero en casa no podía más que mostrar mi frustración.
Para un niño de diez años ese tipo de objetos materiales representan todo su mundo ─ por consecuencia─ mi mundo por aquellos días estaba hecho pedazos.
Se acercaba el paseo de antorchas que anualmente organizaba la comunidad y mis ilusiones de estrenar unas zapatillas con luces allí se veían cada vez más lejanas. Estaba decaído y evitaba salir a la calle a pesar de las vacaciones.
Papá notaba mi desilusión y sé que en el fondo la comprendía y le dolía: ¡era un gran hombre!, pero por culpa de mi hermana ─a quien consentía demasiado─ había tenido muchos sinsabores y pérdidas financieras estos últimos meses. Aún así la seguía mimando y soportando su rebeldía de adolescente.
Ella aprovechaba su privilegiada posición y no escondía las burlas hacia mis demandas: ─Qué niñito eres, ¿cuándo vas a madurar? Mejor anda a llorar a tu cuarto, me aburre ver tu cara quejosa.
Luego de unos días ─a la hora del almuerzo─ mientras mi plato de lentejas seguía intacto sobre la mesa llegó papá con una bolsa negra en los brazos y una sonrisa satisfecha, me la entregó: ─ ¡Ábrela! ─me ordenó expectante─.
La abrí con cierta dificultad y dentro descubrí las zapatillas tan esperadas. Las vi, las toqué, las revisé, las acaricié. Eran parecidas a las de mis amigos, pero no eran iguales. Algo raro había en ellas.
¿Qué tal? ─me dijo papá─ ¿Te gustan?, ¿estás contento?
─Papá ─repuse─ ¿las compraste en el bazar del centro? Es el único lugar dónde las venden, estas no se parecen mucho.
─ ¿Y quién te dijo eso, acaso ese lugar es exclusivo?, el tío José me las vendió, dice que las trajo desde la capital; deben ser mejores que las de tus amigos inclusive.
─Gracias papá, ─le referí ─, y lo abracé.
Esa misma tarde quise salir a presumirlas a mis amigos pero una copiosa lluvia lo impidió; no paró de llover hasta el día siguiente.
Por la mañana mi entusiasmo me rebasaba y salí sin importarme que las calles húmedas estaban repletas de charcos y barro.
─Al fin tienes unas zapatillas con luces, ¡ya era hora! ─me dijeron ellos─ pero espera, a ver… Tienen algo raro… no parecen de acá.
─ ¡Son mejores! ─les expuse sin creérmelo del todo.
─ Mmm, ya, qué más da ─expresaron ya sin mucho interés y seguimos retozando por las calles del barrio.─
Ese mismo día, cuando volvía a casa noté que la luz de la zapatilla izquierda ya no prendía. La toqué, la revisé, la golpeé contra el piso y nada; estaba estropeada. Me desesperé.
─ ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ─exclamé con los ojos llorosos─.
Al entrar a casa quise contárselo a mis padres pero ellos estaban enfrascados en una riña al parecer mi hermana se había escapado de la casa con su enamorado y no pensaba volver por un tiempo.
─ ¿Manuel,te pasa algo? ─me preguntó papá con una voz desencajada ─.
─ Nada papá ─mentí y me fui a mi cuarto a saborear en soledad mi frustración.
A los dos días, la luz del lado derecho también estaba arruinada al igual que mis ganas de vivir.
El día del paseo de antorchas llegaba y a pesar de mi primera negativa, tuve que asistir. Me puse las zapatillas que usaba para educación física.
─ ¿Por qué no te pones las zapatillas nuevas? ─preguntó mamá.
─ Ya no prenden, todos mis amigos se burlarán. ─le expliqué cabizbajo ─.
─Hijo, ─ ella puso su expresión más tierna y se colocó a mi lado ─ cuando tenía tu edad ni zapatos tenía y, lo que es peor: no tuve un padre a quién reclamarle. Tu abuelo se fue de mi vida cuando yo tenía la mitad de tu edad, pero eso nunca me detuvo. Los niños de ahora se fijan mucho en las cosas materiales pero lo importante es lo que tienes dentro; eso no lo puedes comprar. Tienes, aunque con dificultades, una familia y hacemos todo para que a tu hermana y a ti no les falte lo indispensable. Todos te queremos y tratamos de darte lo mejor, así fallemos no debemos olvidar la intención. Demuéstrales a esos amigos tuyos que eres mejor que ellos y que unas zapatillas no definen tu valor. Si se burlan , cambia de amigos, no te merecen. El esfuerzo que hace tu padre es grande y ahora que ha ido a buscar a tu hermana no sé a dónde lo tenemos que apoyar y no preocuparlo más. ─ al decir esto último se quebró─.
Mi madre tenía razón: ¡yo era mucho más que unas zapatillas defectuosas!
Me las puse y salí con la frente en alto de casa.
Ya en la muchedumbre, desfilábamos con nuestras antorchas y como había llovido por la mañana, ninguno de mis amigos se puso sus zapatillas con luces.
─No queremos que se nos estropee como las de Manuel ─decían entre burlas─. Pero en medio del recorrido y como una especie de milagro, las luces de las zapatillas que llevaba puesto se encendieron, primero tenuemente, luego a todo fulgor. Todos los concurrentes, incluso aquellos que no conocía, se quedaron viendo embelesados esas luces que se asemejaban a la antorcha que llevaba; me apuntaban, murmuraban entre ellos y me felicitaban.
Al terminar el recorrido, mis padres me esperaban ansiosos. Mi hermana se encontraba también, noté su cara de arrepentimiento; estaba desengañada de su huida: ─Qué bonitas zapatillas ─ me dijo temblorosa, y me abrazó─.
No pude sentirme más orgulloso aquel día no por las zapatillas caprichosas pero oportunas sino por las palabras de mamá: ¡tenía una familia, lo demás era secundario! Esa era una luz que ninguna otra podría igualar.
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