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El cuento en cuarentena | Megabyte

Karla Hernández Jiménez

El día que pasaría a la historia como el principio del gran cataclismo, la humanidad no estaba preparada para el inicio de su destrucción. La Tierra había volcado de cabeza la vida humana tal como se concebía hasta ese momento.

Nerea tampoco había estado preparada para convertirse en androide, pero el proceso de transformación siguió su curso de forma imparable, mientras su cuerpo y órganos vitales mutaban. El titanio de sus ojos reptaba por todo su cuerpo para exigir su lugar.

Era irónico que ahora su cuerpo se recubriera completamente de metal, ya que su familia siempre había alegado que, desde su nacimiento, ella lucía muy indefensa a pesar de ser una descendiente de los semihumanos, aquellos que habían logrado sobrevivir a la desolación en la Tierra gracias a un proceso evolutivo que los dotaba de ciertas características metálicas.

Debido a un hurto de suministros que salió mal, Nerea había terminado atrapada en una de las fábricas más grandes en la antigua frontera entre México y Estados Unidos. Hasta ahora, había sido retenida y golpeada por los androides que operaban dentro de la fábrica mientras se decidía su condena. Toda posibilidad de escape estaba fuera de las probabilidades de la chiquilla.

En sus últimos momentos, solamente pudo esperar hasta que su humanidad se desvaneciera debajo del metal que usurpaba el lugar de la carne. De ese modo, su aspecto adquirió las formas típicas de un androide de titanio, aunque conservaba su antigua fisonomía, especialmente sus ojos metálicos.

Al cabo de dos días, cuando su transformación se completó, Nerea se incorporó a las tareas de la fábrica, como si fuera una pieza de engranaje más dentro del proceso de ensamble de materiales. 

Se suponía que sus recuerdos debían quedar completamente suprimidos; no obstante, aún conservaba su memoria como semihumana, su vida en la frontera y su carrera como contrabandista de las materias producidas en aquella fábrica. A pesar de ello, Nerea continuó trabajando silenciosa y eficazmente con su nuevo cuerpo biónico, totalmente metálico, para la manipulación óptima de los materiales manejados dentro de la fábrica.

Con el tiempo, logró establecer una rutina que le permitía sobrevivir dentro de aquel nuevo entorno. Por lo menos, desde su transformación, nadie había asumido que su estructura era mucho más débil que la del resto, sencillamente la habían tratado como si fuera otro androide más, creado exclusivamente para el trabajo.

A pesar de que al principio no quiso involucrarse con sus compañeros androides, la chiquilla notó que, para ser unas máquinas, aquellos seres tenían actitudes bastante particulares. Debido a que muchos de ellos habían sido humanos, aún parecían conservar ciertos comportamientos que los semejaban a los seres humanos de antaño.

Por ejemplo, cada cierto tiempo los androides se reunían en un terreno cercano a la fábrica, un simple trozo de tierra amarilla y deshidratada. Nerea no comprendía por qué era tan importante aquel lugar, aunque poco después le informaron que allí existía un campo de cultivo. Los androides habían labrado aquel terreno hasta donde alcanzara la vista. No tenían necesidad de comer, simplemente querían que, una vez más, existiera algo de vida significativa en aquel planeta.

—Los seres humanos perdieron su oportunidad cuando la mayoría abandonó este planeta destruido por su codicia —le dijo el líder de los androides—. Es tiempo de que alguien que pueda apreciar la belleza que ofrece este lugar haga algo al respecto, solamente estamos esperando la lluvia.

En ese momento, Nerea se dio cuenta de un hecho fundamental: aquellos androides, incluso los que no habían nacido siendo humanos, actuaban de forma mucho más humana que ella misma, se preocupaban más por aquel planeta que cualquier semihumano.

Cuando ella tomó conciencia de ello, comenzó a llover de manera torrencial, como no se había visto en muchísimos años en aquella zona de la Tierra. Los androides festejaron por un breve instante aquel milagro que les permitiría devolver la riqueza a aquel lugar. Ya tenían todo listo para los procesos de drenaje e infiltración del agua. Nerea se preparaba para laborar en sus nuevas tareas, mientras una sonrisa socarrona se colaba en sus labios.

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