Por Andrei Velit Casquero
Hoy que pregunté por ti
una amarga voz me dijo que acababas de morir.
Diez años han pasado
desde que abandonamos
los pasillos de la universidad.
Es fácil olvidar la frialdad de las aulas
pero imposible olvidar un rostro
como el que tú mostrabas ante cualquier contrariedad.
Dicharachero, desprendido,
un alma que no sabía de derrotas.
¿Querrías que así te recordemos?
¿Qué nuevas aventuras te reveló la vida?
¿Fue suficiente acaso para alcanzar alguno de los sueños
que nos contaste extasiado aquella vez?
Quizá tu buen humor halló oclusión en una oficina
donde nuestra trivial juventud anhelaba anclar,
y poco a poco se fue apagando
la ironía que te hacía único,
al igual que ahora tu vida se apagó.
El emisario de la muerte
tocó muchas puertas esta tarde
anunciando tu partida,
mientras todos se preguntaban
el porqué de una vertiginosa despedida.
Estoy seguro que el miedo los paralizó unos instantes:
¡sus números, son tan cercanos a los tuyos!
La curiosidad los agobia,
y reemplazan el recuerdo de las aulas
donde nos robabas una sonrisa
por la pregunta que les devele
la razón de tu partida.
Me desagradan sus maneras,
su pusilánime forma de honrarte,
sus vidas perfectamente alineadas,
su constante y típica evasión.
La vida es así, ¿no?
Una mierdita vestida de buenas maneras.
Un abismo rodeado de miasma.
Un camino putrefacto
que los lleva a preocuparse únicamente por ellos
y por su entorno más cercano.
Y los demás
solo son una estadística,
una anécdota que los hará sentirse apenados unos instantes
pero que luego olvidarán,
la consecuencia inevitable
de tiempos violentos que ojalá
no toque a las “personas de bien”.
¡Cobardes!
Tú no eres un dígito más
en una matemática insana,
eres el amigo que mereció seguir aquí.
¿Por qué unos tarde y otros tan temprano?
El planeta sigue girando a duras penas
y a nadie le interesa responder.