Por Yoyi
Mire, señor reportero, yo la verdad le voy a hablar al chile: anoche me pegué una buena guarapeta con los muchachos del taller, ¡pero sabrosa! Llegué primero al mercado, me chingué unos tacos de birria y un par de chelas. El resto de la pandilla llegó temprano porque ayer me los chingué en el póker. ¡Hágame usted el favor!
Andaba por la tercer chela cuando sentí como si una ola pasara debajo de mí; clarito vi, por instantes, cómo la calle se ondeó y, ¡pum!, tronó.
Yo no vi el concreto levantarse ni los autos volar por los cielos, ¡porque todo pasó demasiado rápido! En un parpadeo nos convertimos en la peor desgracia acontecida en Guadalajara: ¡la calle se había convertido en un socavón kilométrico! Todas las casas, talleres, hoteles, negocios y cualquier edificio de los alrededores se cayeron a la chingada.
Mi taller de torno, que con tanto esfuerzo, paciencia y sobre todo dinero me costó levantar, se cayó con todo y mi gente.
La verdad, señor reportero, ahí me di cuenta de que quería a esa bola de borrachos, cabrones y huevones, porque, cuando llegué al taller y vi el hoyo, no me importó nada más que sacarlos.
Yo les gritaba y les gritaba y a los minutos los escuché. Me encontré un pedazo de lámina y con eso empecé a escarbar a lo pendejo, vuelto loco. De a poco se acercaron personas a socorrerme. Una de ellas, quién sabe quién era, me dio esta pala que traigo en mis manos y antes de quitar la última piedra alcancé a escuchar: “No la quites Beto, no la quites”. No me había dado cuenta de que la roca estaba haciendo presión con uno de los tornos, y el torno estaba debajo de la loza: si no fuera por el torno y por la piedra atorada, se los carga “la flaca”. Así que hicimos un huequito entre el torno y la piedra y los sacamos a uno por uno. Cuando estábamos sacando al último todo se vino abajo. Gracias a Dios la libraron.
Pero como le dije al principio, señor reportero, al chile, nada de esto hubiera pasado si nos hubieran hecho caso.
Por lo menos fue una semana de reportes por olor a gasolina. La noche anterior era insoportable. El agua tenía residuos y se sentían cuando te lavabas las manos o te bañabas; ni se diga cuando te lavabas la boca. Hasta las rejas y alcantarillas se destaparon por la presión del combustible… creo yo.
Yo y todos los que conozco lo reportamos a emergencias la noche anterior; pero no mandaron a nadie, ni siquiera para echar un ojo.
Para que le apuntes en tu pinche libretita. A ver si los pendejos de PEMEX o, de perdida, los pendejos del gobierno nos echan la mano con todo este desmadre que pasó por su culpa.
*
Buenos días, sí, mi nombre es Beatriz. (…) Sí, yo fui afectada el día de las explosiones, sí. (…) Sí, siempre he vivido aquí en Analco.
Mire, si le soy sincera, señor reportero, yo no recuerdo mucho de lo que pasó. De hecho, me diagnosticaron fractura expuesta y pues he tenido problemas de amnesia, o sea, de memoria. ¿Cómo le dicen? ¡Ah!, corto, corto plazo, sí. (…) Bueno, sí podría contarle de lo que me acuerdo, pero es muy poquito, no sé si le sirva. (…) Está bien. Mire: yo iba para mi trabajo, iba temprano para mi mala suerte, porque siempre llego tarde. (…) ¿Qué? (…) ¡Ah! Iba en un 214, sobre la avenida de R. Michel.
Me acuerdo que iba yo muy contenta porque mi patrona me había regañado muy feo por llegar tarde. Yo trabajo en una ferretería, señor. (…) Sí, llevo mucho tiempo: como unos cinco o seis años, no me acuerdo muy bien ahorita. (…) Iba pensando en que le iba a callar el hocico a esa pinche vieja grosera (…) ¡Ay, perdón! Se me salió, disculpe (…) Cuando se sintió un gran temblor en todo el camión y después un ruido que nos dejó a todos sordos. Después, todo se vino abajo: el camión cayó en el socavón que se hizo en la calle, con todos nosotros dentro.
Yo nada más me acuerdo que a un lado de nosotros iba un camión de agua que de pronto se elevó y se elevó hasta que dejé de verlo. (…) Sí.
Me reportaron como muerta, aunque, luego luego, gracias a Dios, mi familia dio pronto conmigo. (…) Sí, duré días hospitalizada. Fue muy duro para mi familia, para mí no tanto. Yo estaba más que agradecida por estar viva. (…) Sí.
La verdad, señor reportero, nada de esto hubiera pasado si los del 0-80 nos hubieran hecho caso. Todos mis vecinos, incluyéndome, reportamos el olor a gasolina durante una semana, sobre todo, la noche antes de las explosiones.
Todas mis plantas se murieron porque el agua tenía gasolina; por una semana, en mi casa, estuvimos enfermos del estómago porque los platos los lavamos con agua que tenía gasolina; mis hijos tuvieron infecciones horribles en los ojos por el contacto. Y yo reporté todo eso, sí. (…) No, nadie me hizo caso, nadie.
*
¡Ay, patrón! Yo sé que usté vive de las entrevistas y los chismes y todo eso, pero le voy a pedir que esto que le voy a contar no lo vaya a publicar.
Yo andaba en la estética de la calle, que en realidad es una casa de citas.
La verdad sí, pa´ que lo niego, señor reportero, estaba pecando, porque soy hombre casado.
Ya sabrá usté, joven, envejecer es de lo peor. A veces uno anda hasta más ganoso que cuando era chavo. Pero ni cómo sacártela. La señora ya no anda para esos trotes y uno ya no anda como para corretear chamaquitas.
Por eso, cuando junté lo necesario para echarme una canita al aire, lo planeé todo para que ni mi mujer ni mis hijos se dieran cuenta; mucho menos alguno de mis vecinos.
Fui a esa mentada estética que me recomendó mi compadre y escogí a la chamacona más guapa. Me llevó a unos cuartitos que estaban en la parte de atrás y pues… ¿Qué le digo? Le pusimos Jorge al niño.
Mire, no está usté para saberlo, ni yo para contarlo, pero ¡qué mujer!
Ya te imaginarás, yo estaba en la gloria, hasta que hizo que me acostara en la cama. Se sentó arriba de mí y se movió como nunca se movió mi vieja en estos casi treinta años que llevamos de casados. Y que me vengo.
¡Nombre! yo sentía que me iba y venía y volvía y que eso no paraba; que todo me daba vueltas, que el cuarto se elevaba, que todas las paredes se sacudían; momentos después todo se vino abajo, de verdad.
De no ser porque ella estaba arriba de mí, la loza se nos vino encima a los dos y entonces ella, la pobrecita, se murió al instante, joven; dio su vida por este viejo cochino.
Cuando los militares nos sacaron, en lugar de quedarme en la ambulancia y dejar que me atendieran, me salí corriendo todo encuerado, hasta que me desmayé.
Hasta la fecha, mi vieja y mis hijos creen que la explosión me arrancó la ropa. Así que le pido, por favor, no publique nada sobre lo que le acabo de contar. Solo, si se pudiera, una humilde mención de esa muchacha que dio su vida por mí, sin querer.
*
Mire, la verdad solo le cuento esto porque vivo aquí. Mi casa se cayó, como todas las de mis vecinos y amigos.
Esto que pasó, es culpa del narco y del gobierno. Los del cartel se dieron cuenta de que robar gasolina es un negociazo, los políticos que los protegen dieron visto bueno. El pedo aquí es que estos cabrones no sabían cómo hacerlo. Por eso empezaron a picotear toda la tubería a lo pendejo.
Pasó mucho tiempo hasta que se dieran cuenta de que necesitaban un equipo especial, que perforara sin calentar la tubería, para evitar explosiones. Mientras tanto practicaron con los ductos que dan a la ciudad.
La gasolina se fue filtrando en el drenaje, ¡sabrá Dios por cuánto tiempo!, y vea nomás la desgracia que ocasionó la ambición de unos cuantos.
Yo no tengo pruebas de primera mano, obviamente. Simplemente le cuento lo que la gente está diciendo. Y, la verdad, no se me hace descabellado. ¿Por qué no nos desalojaron?
Le voy a decir por qué. Creo yo que no lo hicieron porque iban a descubrir a todos los involucrados en este robo de combustible. Y si el gobierno hizo caso omiso, algo me dice que altos funcionarios estaban al tanto de todo esto; incluso me atrevo a deducir que se veían beneficiados. Por eso solo mandaron pipas y trataron de sacar toda la gasolina con agua a presión, como si eso fuera a servir de algo.
Pero no me hagas caso, a lo mejor yo estoy diciendo disparates. Lo que sí es que no conozco a nadie de por aquí que no haya reportado la noche anterior el intenso olor a gasolina.
Además, a final de cuentas tú vas a escribir lo que te digan, no lo que quieras.
*
El Informador: Hace dos semanas, el día martes 22 de abril de 1992, se reportaron una serie de explosiones, principalmente en la colonia Analco de Guadalajara, sin que alguien supiera el motivo.
Se habló de un terremoto, de un choque entre pipas abastecedoras de combustible; incluso se llegó a pronunciar la palabra “terrorismo” entre algunos integrantes de la prensa.
Sin embargo, dos semanas después, se esclarecen los hechos. Las autoridades de SIAPAL confirmaron que algunos ductos de PEMEX que pasaban por el drenaje se encontraban bastante desgastados, por lo que tuvieron filtraciones cuantiosas de combustible por mucho tiempo. Sin embargo, no se hicieron las movilizaciones pertinentes debido a que los vecinos no reportaron anomalía alguna.
Cabe destacar que, a pesar del alarmante número de víctimas reportado por muchos otros medios menos serios, los trabajos realizados por el cuerpo de policía y miembros del ejército nacional hicieron la diferencia entre una situación alarmante y una desgracia.
Presumiblemente, la responsabilidad recae en la población, que no fue lo suficientemente prudente como para dar aviso a las autoridades para evitar todo este percance.
Son muchas las anécdotas que se regaron por toda la ciudad desde entonces. Entre ellas destacan lo sucedido en el taller de torno de “Don Beto”, cuyos trabajadores fueron desenterrados aún con vida, o la milagrosa historia de Beatriz, quien fue rescatada del camión con ruta 214 que cayó en el socavón con todos los pasajeros dentro, y, por último, la entrañable historia de “Juan N”, vecino de la colonia, cuya amante murió en sus brazos en la casa de citas ubicada en…
Afortunadamente, el alcalde ya anunció que no habrá desabasto de gasolina en la ciudad, pese a los hechos ocurridos.
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