Nueva literatura mexicana
Por Luis Olaf del Lago
Hablar de “nueva literatura mexicana” implica a ratos meter en un mismo cajoncito a 32 estados y un universo de culturas que, a ratos, no tienen mucho que ver las unas con las otras. Es bastante peculiar que muchos asuman, asumamos a ratos, que la literatura mexicana se escribe solamente en español. Es que se hablan más de 60 lenguas en nuestro país, y por supuesto, también se escribe literatura en esas otras lenguas. ¿Las conocemos? ¿las leemos? Yo creo que no, creo que muchas veces pasamos de largo por esas producciones en maya, en mixteco, zapoteco o tlapaneco. El error no es algo por lo que necesariamente debamos sentirnos culpables, se debe a décadas de una opresión lingüística que el español ha ejercido sobre las demás lenguas, y por supuesto sobre el sistema educativo y gubernamental que la ha apoyado. Al final no es una cuestión de las lenguas, más bien de los hablantes que asumen, asumimos, también a ratos, que nuestra lengua materna es la única que existe en la creación literaria del país. Porque como Yásnaya Aguilar, esta gran lingüista mixe, menciona: ser bilingüe en México se piensa en un bilingüismo inglés-español. Ser bilingüe, sin embargo, implica para muchos mexicanos el haber nacido en un sistema de tensión y convivencia entre dos lenguas: el español y alguna de las otras lenguas mexicanas que se hablan en nuestro territorio.
En esta entrega de Semillas de pitaya quiero contarte sobre un poquito de esa producción literaria que se está escribiendo en nuestro país, para que la conozcas, para que la leas, pero también para que escuches las voces que muchas veces silenciamos sin darnos cuenta. Para no errarle, decidí platicar con una experta en el tema, Edith Leal Miranda es una investigadora de la UACM que se ha dado a la tarea de rastrear la producción de estos escritores mexicanos bilingües. El primer cuestionamiento al momento de enfrentarme a esta producción fue el cómo nombrarla sin caer en errores, o en ideas que no necesariamente abonen a la unidad de la literatura mexicana, sino más bien a una segregación de la producción en español hacia la producción en otras de las lenguas. Hay muchas etiquetas que en lugar de darle valor a estos escritos suelen tener el efecto contrario. “La literatura indígena”, por ejemplo, tendría una carga racial que para muchos ya no es significativa, lo mismo pasa con esto de “las lenguas originarias”, el adjetivo puede llevarnos a debates que diluyen el verdadero mensaje de esta producción. Quizá más allá del adjetivo lo importante es poner sobre el mapa lector este tipo de literaturas, que son “otras literaturas mexicanas”, alternas a las que solo son escritas en español.
Uno de los rasgos más importantes de estos textos que me hace notar Edith es algo que me dejó alucinando, y espero que a ustedes también si se animan a acercarse a estas literaturas. Resulta que esta producción es bilingüe, y aunque tenemos muchos libros en versiones bilingües, estas obras tienen algo que las diferencia de esas otras obras español-inglés, español-francés, español-japonés, etcétera. En estos casos los mismos autores son los traductores de los textos. Además de esto, los autores mismos han crecido en su mayoría bajo una doble identidad lingüística. Muchas veces la lengua materna convive con un aparato hispanoparlante de uso en las estructuras gubernamentales, ya sea de educación, o de salud. Ese quizá es otro tema del que deberíamos hablar, pero por el momento se los dejo como pequeña reflexión: no todos en este país tenemos acceso a la salud, a la educación, a la justicia, en nuestra lengua materna.
La publicación de la literatura escrita en estas lenguas resulta ser otra de esas dimensiones que aún tiene mucho camino por ofrecer. La forma de hacerlo parece ser usar al español mismo como hermano del texto en zapoteco, en lenguas nahuas, o en zoque. El resultado de esta literatura bilingüe, sobre todo en poesía, es de lo más extraordinario del mundo, porque en realidad estamos leyendo dos textos, dos composiciones en dos idiomas. Más allá de la traducción, estos autores nos ofrecen una visión del mundo dividida, y al mismo tiempo se completa por los dos sistemas lingüísticos bajo los que viven. Esta forma de lectura que me hizo notar Edith me abrió los ojos a la riqueza que yo había dejado pasar por alto, pues yo, con mi nulo conocimiento en alguna de estas lenguas, puedo leer una de esas composiciones, e intuir solamente la carga que tendría esa misma dupla de textos para un lector bilingüe en alguno de esos sistemas lingüísticos.
Los temas de estas literaturas son tan variados como las culturas que las escriben. Porque, una vez más, desde nuestro centralismo de la literatura mexicana escrita en español metemos en la misma canastita a las tradiciones literarias maya, zapoteca y nahuas. Lo mismo da si vienen del norte o del sur, todas van a dar al mismo cajoncito, mucho de eso yo creo que viene de la falta de entendimiento de lo diverso que puede ser un país, y también de la falta de ojo crítico que tenemos los lectores al voltear a ver las tradiciones literarias que no necesariamente están en los escaparates de las grandes librerías. Se ha quedado atrás ya el conectar esta producción con el mundo idílico de la naturaleza que nos llegaba bajo los versos de Nezahualcóyotl, por el contrario, tenemos mundos posibles que cuestionan la identidad en la voz de Natalia Toledo con obras como Deche Bitoope/El dorso del cangrejo (2016), hermosos trabajos que mezclan la poesía de Irma Pineda con la ilustración infantil como Chupa laxidua`/Dos es mi corazón, y una serie de antologías que reúnen voces que van desde el zoque hasta el mazateco como en la compilación Insurrección de las palabras (2018). Me entusiasma saber que el poeta de lengua mè´phàà Hubert Martínez también fue metalero, y que a la par la poeta tzotzil Ruperta Bautista también menciona al “tigre barro” para hablar sobre el mundo material que constituye a su voz poética. Esta pléyade de autores forman parte de “la nueva literatura mexicana” por la que escribo esta columna desde ya hace algunos meses. Quizá, en una dimensión lingüística esa nueva literatura mexicana sea más rica al presentarse en dos lenguas diferentes. Esta entrega de julio, más allá de la presentación de un libro, un autor o una editorial, es una invitación a que conozcan todos esos mundos posibles que nos circundan a través de las lenguas que no son el español, a leer y a apoyar a las universidades y proyectos autogestivos que sacan a la luz estas producciones literarias en lenguas mexicanas. La invitación también es que entendamos a la literatura mexicana y a la nueva literatura mexicana como un universo multilingüe y diverso. Como mencionó Edith en la plática que tuvimos, existe un evidente y profundo mensaje político en el escribir de estos autores. No hay que perder de vista que leer de manera diversa siempre nos va a ayudar a escuchar mejor al otro, y quizá a escucharnos mejor a nosotros mismos. Les recomiendo leer para un primer acercamiento la antología Insurrección de las palabras dirigida por Hermann Bellinghausen, los libros de Oralibrura y la página electrónica de Gusanos de la memoria.
No puedo dejar de agradecer a Edith Leal por los muchos minutos en los que compartió su conocimiento y su pasión conmigo para que yo pudiera redactar esta columna. Pero quizás también deba extender ese agradecimiento a una mujer mixe, a una maestra de lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras que me hizo sentirme orgulloso de mi manera de hablar, que me hizo escuchar mejor las palabras que me habitaban, y entender que las lenguas siempre son una forma de existir en el mundo. Gracias, Yásnaya Aguilar.
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