Cuentos

El cuento en cuarentena | Nuestro pasado

Por Priscila Navarro

17 de agosto de 2018

Todo era música, ruido, personas bailando, besándose, una fiesta de adolescentes en una casa. Una chica caminaba por los pasillos mientras buscaba a sus amigos. Una de sus amigas se acercó a ella. 

–La fiesta está interesante –dijo aquella chica.

–He ido a mejores –habló una de sus amigas.

–Yo también, pero, en fin, vamos a bailar que ya casi me voy.

–¿Dónde está tu guardaespaldas? –dijo otro de sus amigos que recién llegaba.

–No es mi guardaespaldas, es mi novio.

–Pues parece más tu guardaespaldas.

Ella puso los ojos en blanco, dio un sorbo a su bebida y se dio media vuelta para desaparecer entre la multitud.

–¡Hey, Als! –Un chico de cabello rubio se acercó a ella.

–Hola –dijo un poco ebria.

–Te ves mal, ¿quieres que te lleve a tu casa? –La tomó del brazo, pero ella se soltó.

–Mi novio me va a llevar, quítate –lo empujó.

–Alaska –la volvió a agarrar del brazo.

–¡No me toques! –se soltó.

El rubio iba hablar cuando vio de lejos que su novio la buscaba, solo la miró y se fue de ahí.

–Amor, ¿dónde estabas? Llevo buscándote desde hace 15 minutos –dijo un chico castaño.

–Llévame a mi casa.

–Sí, vámonos.

Entrelazaron sus manos y juntos salieron de aquel patio para caminar hacia la puerta sin antes despedirse de sus amigos.

18 de agosto de 2018

‘’Atención, a todas las unidades, tenemos un 29700 de sexo femenino en la casa 2415 de Carmen Street, de tener cualquier información reportarla en la estación’.’

Alaska Rivera Petersen, una chica normal, estudiaba el último año de la universidad, estaba a punto de graduarse cuando desapareció de la manera más rara. Extraño, ¿no? ¿Las razones? Nadie las sabe.

Alaska Rivera Petersen era una chica de 21 años, tenía mucho por vivir o tal vez no. Venía de una fiesta, una simple escapada con sus amigos mientras sus papás no estaban. Pensó que sería una noche normal, regresaba a su casa donde Luke, su perrito, la esperaba. Volteó para ver a su novio, que se despidió de ella con la mano. Entró a la casa sin pensar que había sido la última vez que saldría de ella. 

Había policías, investigadores, por toda la casa. Estaba acordonada por esos típicos listones amarillos. Buscaban alguna pista de por qué la chica desapareció. Sus padres no creían que ella se hubiera ido por su propia voluntad. ¿Una chica de 21 años desaparecida en su propia casa? Eso no era normal. Su novio, Josh, fue la última persona que la vio viva y era uno de los mayores sospechosos. Alaska no desconfiaba de él y nadie podía sospechar que tuviera algo que ver con su desaparición, claro que no, pero aquí todos eran sospechosos, los padres, amigos, Josh e incluso ella.

Todos tenían la misma pregunta, ¿dónde podría estar Alaska? Entró a su casa, pero nunca salió de ahí. Solo era una adolescente que volvía de una fiesta. Aline Rodríguez era su mejor amiga, fue la única con la que estuvo esa noche.

–Tú eres como su hermana. Yo te vi discutir con ella el día de la fiesta –dijo Josh– debes saber algo. 

–Te juro que yo no sé nada, discutimos por una tontería, pero nada más –dijo ella mientras estaban en el sofá.

Aline y Alaska habían discutido ese día, pero la razón fue que Aline le había mentido sobre que vio a su novio y a Andrea muy juntos en un centro comercial. Andrea es una chica de la universidad, a Alaska le parece odiosa. Es como el mosquito que te molesta en la noche mientras intentas dormir, así es Andrea. Esa noche había visto que miraba mucho a su novio, demasiado, así que le pidió a   Josh que la llevara a su casa. Ahí fue cuando la pesadilla inició.  

Bajó del auto sin antes darle un beso en la mejilla, él solo suspiro. Giró su cabeza para despedirse de Josh con la mano. Él hizo lo mismo. Alaska abrió la puerta para cerrarla detrás de ella. Las únicas luces prendidas eran las de afuera, se dio la media vuelta para prender las de adentro y al hacerlo se encontró con Luke, el perro, con la lengua de fuera, mientras estaba en el sillón. Una sonrisa se formó en el rostro de la chica. Se acercó a él y lo acarició, dejó su bolsa el sofá y caminó hacia la cocina por un poco de leche. Se sirvió en un vaso y cuando iba a beber de ella, escuchó un ruido arriba. Miró a Luke, que al parecer también lo notó, dejó el vaso en la mesa y caminó hacia la sala que daba a las escaleras. Miró a su perro y le hizo una señal para que se quedara, suspiró y decidió subir. 

23 de agosto de 2018

Habían pasado unos días desde que Alaska desapareció. Los que llevaban la investigación no habían encontrado nada, la casa estaba igual que como la habían dejado los padres al salir, pero, ¿y Alaska? ¿Dónde estaba? Josh no quería rendirse, quería encontrar a su novia viva o… muerta.  

–Josh –dijo Robert, uno de sus mejores amigos–, vamos a clase o se hará tarde.

–No entraré, tengo unas cosas que hacer –dijo mirando unos papeles. 

–Amigo, no te obsesiones con encontrarla, la policía la está buscando.  

–Pues no parece –lo miró–. ¿Tú crees que ella se haya ido por su propia voluntad?

–No lo sé, amigo.

–Ella no es así, no pudo irse, ella no me dejaría. 

–Tal vez nunca la conociste, Josh.

Él solo suspiró y bajó la mirada. Alaska era su todo y no estaba con él, se había ido y no sabía la razón. 

17 de agosto de 2018

Ella subió las escaleras, aún estaba obscuro. Subía lentamente las escaleras cuando escuchó otro ruido. 

–¿Hay alguien ahí? –preguntó asustada.

Miraba hacia atrás y adelante, subía poco a poco hasta llegar al pasillo, caminó hasta su cuarto. Tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Volvió a escuchar otro ruido. Llegó a su cuarto y lo abrió lentamente, al hacerlo se encontró con alguien adentro. Sus ojos se abrieron al instante al ver esa sombra en su cuarto, se quedó en shock, congelada sin saber qué hacer. Se dio media vuelta para salir corriendo, pero había sido demasiado tarde, ella nunca salió de ahí. 

23 de agosto de 2018

Josh pasaba todos los días en su carro por la casa de su novia desaparecida. Quería saber qué había pasado con ella. La policía aún no encontraba nada, no había rastro de que se la hubieran llevado a la fuerza, ni alguna pista de violencia. Alaska había desaparecido de la noche a la mañana en su propia casa. Miró una foto que siempre cargaba en su auto, no pudo evitar llorar, puso sus manos en el volante y su cabeza en ella. 

–¿Dónde estás, Alaska? Necesito saber que estás bien.

Levantó la cabeza y vio a alguien enfrente de la casa de Alaska con una capucha negra. Bajó rápidamente del auto y aquel individuo salió corriendo. Josh iba detrás de él, llamándolo, pero no hubo respuesta alguna. Lo perdió de vista, miró a todos lados y no había nadie. Se llevó las manos a la cabeza y dio un grito frustrado. El castaño llegó a casa de Aline, ahí estaba Robert. 

–¿Sabes algo de ella? –preguntó Aline. 

–No –lo miró–. Hoy pasé por su casa y había alguien afuera, tenía una capucha negra pero cuando me vio corrió y no lo alcancé –se sentó en el sofá–. Ya no sé qué hacer –se llevó las manos a la cabeza.

Aline y Robert se miraban, no sabían cómo ayudar a su mejor amigo, estaba devastado. Alaska no aparecía y no había respuestas de su desaparición.  

17 de septiembre de 2018

A un mes de la desaparición de Alaska, nadie sabía qué había pasado con ella y el caso estaba a punto de cerrarse. No encontraron indicios de violencia en la casa, incluso dijeron que probablemente se fue por su propia voluntad. Josh sabía que eso no podía ser real, pero sus amigos ya se habían cansado de esto. Querían que todo volviera a la normalidad, pero para el castaño no podía ser así, él haría todo lo posible para que Alaska volviera. La policía revisó por décima vez el cuarto  para poder cerrar el caso, pero encontraron una pista, algo que no habían visto en todo el mes que llevaban investigando, una diminuta mancha de sangre al costado de la cama. Los investigadores tomaron esa prueba para llevarla a analizar, era lo único que habían encontrado hasta ahora.

Josh caminaba por la calle cuando vio al mismo sujeto afuera de la casa de su novia. No lo pensó dos veces y corrió hacia él, aquel individuo lo hizo también, pero Josh fue más rápido y lo derribó. 

–¿Quién eres y qué haces afuera de la casa de Alaska? –dijo enojado. 

El chico no decía nada, así que entre la desesperación y el enojo le quitó la capucha. Su mirada era de confusión. 

–¿Robert? 

El rubio miró asustado a su amigo, si es que podía llamarse así. Robert estaba a punto hablar cuando Josh recibió una llamada de la policía, habían encontrado algo. El castaño miró al rubio y lo levantó. 

–Vendrás conmigo –dijo él.

Ambos llegaron a la oficina de los policías, al parecer los investigadores habían descubierto que la sangre era nada más y nada menos que de Alaska. 

–Encontramos sangre en la esquina de la cama, está confirmado que es de Alaska. Creemos que ella sigue en la casa, nunca salió de ahí, no hay rastro de forcejeo –dijo un investigador. 

–Yo sé la verdad –habló Robert por primera vez. 

Todos miraron al rubio que daba una explicación de lo que había pasado esa noche. Josh nunca se imaginó que su mejor amigo y su novia tuvieran algo más que amistad.

Ese mismo día se dio la orden de que buscaran en aquel lugar dónde estaba  Alaska y así lo hicieron. Los padres y amigos esperaban afuera de la casa mientras los demás hacían su trabajo. Todos seguían en shock por lo que había pasado. Pasaron diez minutos cuando salió el primer investigador y los miró. Volteó hacia atrás y dejó pasar una camilla con Alaska envuelta en una sábana blanca. La madre dio un grito ahogado mientras el padre la abrazaba con lágrimas en los ojos. Josh se acercó a la camilla y no le importó nada, quería comprobar que fuera verdad. Destapó la sabana y vio con sus propios ojos a su novia muerta, los cerró y se aferró a su cuerpo sin vida, después de todo él la amaba. Estaba destruido por dentro, su mejor amigo le había quitado lo más preciado. La miró y ya no tenía ese brillo en su cabello, esa gran sonrisa que tanto le gustaba. Alaska se había ido y esta vez para siempre.

Un mes duró la investigación. Una chica enamorada de dos amigos, pero su corazón solo le pertenecía a uno, el chico que le lloró por seis meses después de su muerte, que sufrió con su desaparición y al que traicionó.

–Ahora explícanos, Robert. ¿Por qué lo hiciste? –preguntó el comandante sentando frente a él.

El rubio solo movía su pierna nervioso, mientras miraba hacia abajo.

–Yo…Yo… Yo no quería lastimarla, menos matarla –su voz se cortó mientras decía esas palabras.

–Tu condena puede disminuir, pero debes cooperar con nosotros, Robert.

Él los miró nervioso con lágrimas en los ojos.

–Entré a su casa a eso de la 1:30 a. m. Estaba enojado porque me había rechazado en la fiesta, yo sabía que lo había hecho porque estaba ebria. Decidí asustarla un poco, además solo quería hablar con ella.

17 de agosto de 2018

–¡Vete de mi casa, Robert!

–No, no me iré hasta que hablemos.

–No tengo nada que hablar contigo, lo nuestro se terminó hace tiempo. 

–Tú no quieres a Josh, me quieres a mí.

–Yo amo a Josh, lo nuestro fue un error. Vete de mi casa –dijo enojada.

17 septiembre de 2018

Los agentes miraban al chico, que tenía lágrimas en los ojos.

–Ella intentó salir, pero yo la tomé del brazo y empezamos a forcejear…

17 agosto de 2018

–¡Suéltame o grito! Estás loco, Robert. ¡Ayuda!

17 septiembre de 2018

Robert cerró los ojos y suspiró.

–Ella me golpeó en medio de las piernas y corrió hacia la puerta, pero yo la tomé del cabello y la jalé. Cayó al piso e intenté besarla…

El rubio bajó la mirada.

–Empezó a gritar y le di una bofetada para que se callara. Me empujó como pudo y corrió hacia la puerta de nuevo, pero yo fui más rápido y me puse enfrente de ella. La empujé y cayó al piso, esa vez no se levantó…

–Ahí fue cuando te diste cuenta de que se había pegado con el filo de la cama.

Robert lo miró y más lágrimas empezaron a salir.

17 de agosto de 2018

–Als, Alaska –se acercó al cuerpo y notó una mancha de sangre–. ¡Oh, por dios! ¡La maté! –se llevó las manos al cabello.

17 de septiembre de 2018

–¿Qué hiciste después? –habló la agente.

La cargué y bajé por el sótano. Había una puerta en la habitación de Alaska que daba para allá, no sabía qué hacer, entré en pánico.

–Y decidiste meterla en ese hueco, cuando aún estaba viva –dijo el agente enojado.

–¡No, no fue mi intención! ¡Yo solo quería que ella me quisiera! –se agarró la cabeza desesperado–. La metí ahí porque tenía miedo, yo no sabía que aún estaba viva, ¡se lo juro!

–Aún así, cometiste un crimen y pensaste que no te íbamos a descubrir por haber limpiado la sangre, pero te falló, Robert –dijo la agente.

Puso sus codos en le mesa y sus manos en su cara mientras lloraba.

–Eso es todo, Robert, quedas arrestado por homicidio preterintencional, por homicidio simple y homicidio calificado. Tienes derecho a un abogado.

El agente le hizo una señal a un policía para que lo esposara. Ambos agentes se levantaron para darse media vuelta y salir de ahí, pero antes de que salieran del interrogatorio Robert habló.

–Agentes…

Ambos voltearon 

–Díganle a Josh que me perdone, yo la amaba y no quería hacerle daño.

–Eso explícaselo a sus padres y al juez, Robert, sobre Josh nosotros no podemos hacer nada –dijo la agente antes de salir de ahí.

17 de marzo de 2019

Josh estaba enfrente de su tumba con un ramo de flores. Miró por última vez el nombre de la chica que le robó el corazón. Era otoño y hacía frío. Dejó el ramo en la tumba mientras la miraba.

–Fuiste el amor de mi vida. No sabía lo que pasaba entre Robert y tú, me hubiera gustado que me hablaras con la verdad y que nada de esto hubiera llevado a tu muerte –dijo con la voz entrecortada.

Se dio media vuelta para irse. Alaska era su pasado, pero un pasado que a pesar de todo lo hizo feliz, ¿un pasado que quisiera nunca repetir? Alaska no era mala, solo se había enamorado de chico que la valoraba y cometió el error de caer en los encantos de otro. Sabía que no podía hacer feliz a Josh en la tierra, pero lo cuidaría desde donde ella estuviera, así como él luchó hasta saber la verdad de su muerte. Josh perdió a su mejor amigo y a su novia el mismo año que terminaba la universidad. Su mayor sueño era poder ser un famoso abogado y así fue, luchaba por la justicia, así como alguna vez lo hizo por Alaska Rivera Petersen.

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