El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Visitantes atemporales

Por Héctor Vargas

Y así es como comienza una nueva investigación. Observo mi entorno sin mucho cuidado, miro mis piernas; mis sentidos se encuentran aún desfasados debido al salto, ya se estabilizarán. La rutinaria desorientación tiempo ha que dejó de sorprenderme. Antes de cualquier movimiento, decido esperar en un rincón los 10 pulsos protocolarios de asimilación metamórfica. Siempre hicieron un énfasis desmedido sobre este punto en la academia, pienso mientras me ajusto los indicadores electrónicos de las muñecas y pecho. Lo único que ilumina mi lúgubre guarida es la prístina luz blanca del satélite que gobierna la oscuridad y las luces, insignificantes en comparación, de mi transmisor. Casi sospecho que he llegado a un lugar inhabitado, el silencio es sepulcral, las arterias de piedra del exterior me causan un…

–¡Oye, H-133! ¿Eres tú? –interrumpió mis pensamientos la jovial voz de G-465, seguido de un estrépito de cazuelas y vidrios. Después de todo, parece que sí se encuentra habitado este sitio.

–¡Estoy bien! Acabo de encontrarme con R-982.

Siguiendo el sonido de su voz, me adentré en el recinto, esquivando mesas, sillas rotas y enseres varios que, a mi parecer, alguien en su prisa olvidó llevar consigo. Una puerta entreabierta deja escapar una conversación, cuyas voces me parecen familiares. 

–¿Cómo vamos a cumplir una misión de la que no sabemos nada? –replicaba con preocupación nerviosa G-465.

–No lo sé, jamás me habían encomendado un trabajo de esta índole –trataba de calmar R-982 a G-465 con un matiz que denotaba cierta experiencia en su voz.

–¡Además, ni siquiera nos han indicado el lugar al que nos enviarían, aseguraron que nos estaría esperando alguien! Y tú sabes que el retorno no se activa hasta que el objetivo se alcanza. –Se hacía cada vez más patente la preocupación de G-465.

Pero la tensión logró disminuir un poco cuando ambos notaron, sin disimular su sorpresa, que me incorporaba en el umbral, testigo de su conversación. 

–¡H-133, sabía que eras tú! –me saludó, olvidando la preocupación, G-465.

–Bienvenido, compañero –agregó R-982, mientras llevaba su mano al pecho a modo de saludo.

Llevé mi mano derecha al pecho y ofrecí una reverencia, aunque apenas perceptible no ahorraba magnanimidad, para devolver ambos saludos. 

–Parece que ninguno conoce la misión y estamos varados… –los abordé con tranquilidad en un tono bromista, intentando relajar el ambiente que, desde un principio, no me había parecido tan acogedor.

–Bien, pienso que lo mejor sería sincronizar  nuestros estados metamórficos al contexto, tal vez así tengamos una idea de dónde nos encontramos –propuso de manera acertada, y con un ánimo más ecuánime, G-465. 

–¡Claro! He conectado el transfigurador a la base de información de esta frecuencia. Pronto se realizarán los cambios apropiados –agregó R-982, al mismo tiempo que ingresaba unos comandos a la pantalla holográfica que había sido desplegada desde el núcleo de su pecho. –No te alejes, H-133, mantente en el perímetro de conversión.

Asentí mientras lanzaba otra mirada curiosa a esa realidad tan distante que me ofrecía un ventanal sucio. 

–Suministros vitales pasando al plano de frecuencia inferior, prepárese para el acoplamiento físico del traje –interrumpió en la oscuridad una femenina voz metálica, proveniente del núcleo que los tres llevamos en el pecho.

–Ahora, acérquense –nos advirtió R-982.

Un pequeño robot salió de nuestros cinturones, se posicionó a la altura de nuestra vista y comenzó a escanear nuestra silueta. Inmediatamente, sentí que mi traje comenzaba a apretar mis piernas y mi espalda. Luego, me daba la impresión de que se hacía grande y volvía a apretar, hasta que el metálico traje, el mismo que todos llevábamos, adoptó un conjunto y un material muy peculiares.  

El protector de cabeza adoptó la forma de una boina de algodón, mi núcleo quedó cubierto por una camisa sucia, debajo de un saco color olivo, también de algodón, el cual, hacía juego con un pantalón gris y zapatos negros. G-465 y R-982 llevaban una indumentaria parecida a la mía. ¡Incluso teníamos rostros, los tres eramos diferentes! Inmediatamente volteé a ver mis manos. Los ropajes que llevábamos solo cubrían el cuerpo físico que, a su vez, protegía nuestras esencias. Ese traje que no nos diferenciaba el uno del otro cumplía la función que ahora cumple este cuerpo cubierto de una piel que ya no es metálica, al contrario, me parece más viva que cualquier otra cosa. La monotonía original ha dado paso a una individualidad especial en esta densidad, ¿por qué? Me invadió un sentimiento de inferioridad. Tal vez nos encontramos en un lugar de seres superiores, ¿cómo es posible que, si nuestra imitación es fiel, existan individuos tan diferentes entre sí? Eso requeriría un grado superior de relaciones y, en consecuencia, un mayor entendimiento del universo.

–¿Qué significado tendrá este símbolo? Veo que ustedes también lo llevan –preguntó desconcertado G-465, mientras intentaba quitar el misterioso símbolo de la manga derecha de su saco.

Mas, al intentar solícito R-982 ayudar a G-465, noté que él también llevaba la misma etiqueta encarnada en esa segunda piel de algodón. Lentamente, bajé la mirada, al tiempo que levantaba el brazo para facilitar la vista. La ocasión de individualidad me parecía ya onírica y lejana, pues también llevaba yo, en el mismo lugar que R-982 y G-465 el pérfido talismán. ¿Qué otra función, sino homologarnos, podría tener esta etiqueta que ya parece parte de nuestro ser? ¿Qué afán había por parecerse en la especie que por naturaleza es diferente? 

–¡H-133! ¿Estás listo? Vamos a movernos –me apresuró R-982, mientras buscaba con la vista algo que ofreciera la posibilidad de abandonar la cija a la que llegamos.

–¡Creo que encontré ya una salida! –avisaba desde la habitación contigua G-465.

Un gran boquete se manifestaba en la pared de la habitación, solo los sillones serían testigos de lo que habría causado semejante salida. Avancé hasta la abertura y, despacio, salí. El cumplimiento de un deber que desconocía me llevó a centrarme, me arrodillé y traté de establecer contacto a través del comunicador fotónico que todos llevábamos en la muñeca, tal vez un mapa, alguna instrucción… Pero en su lugar había, únicamente, un dispositivo con manecillas y números. 

–Creo que estamos completamente incomunicados –informé a mis aliados como dando una sentencia de muerte. Pero, a esta noticia se sumó la presencia de edificios azulados por la misma luz celestial que me recibió en primer lugar. –Será mejor, si en esté planeta se asoma el astro rey, esperar a que nos ofrezca su claridad. Con esta iluminación no podremos ir demasiado lejos.

Tan abstraídos nos encontrábamos, tratando de diseñar un plan que no pareciera tan yermo, que no había notado que aquella anfitriona azulada nos había dejado en manos de su contraparte matutina: rayos tan claros que atravesaban toda grieta, provocando en nuestra nueva piel un cálido sentir. 

–Creo que he identificado a los pobladores de este lugar –irrumpió G-465 con tono de sugerencia desde la ventana al otro extremo de la habitación.

De un salto, R-982 y yo abandonamos la improvisada mesa de estrategia que habíamos montado para urdir el plan y atravesamos el cuarto hasta la ventana para ser testigos de lo que hablaba G-465. 

–¡No puede ser! –exclamó R-982 al ver un considerable torrente de individuos caminando por el centro de una de las arterias que conectaba los edificios.

–¡Míralos, R-982! Todos ellos llevan el mismo sello que nosotros. ¿Creen que debamos seguirlos? Por algo hemos adoptado esta forma –sugerí a ambos, esperando encontrar la respuesta en alguno de los dos, ya que el panorama no me ofrecía alguna pista para decantar mi juicio.

Una marcha fúnebre, al ritmo de los pasos que rompen sobre las piedra, rostros que no denotan ápice de esperanza, seres de todos los tamaños y complexiones andando sin un rumbo aparente. Muchos llevan grandes maletas a cuestas, como si hubieran forzado a la felicidad para que pudiera entrar en esos contenedores. Supongo que eso llevan, de lo contrario, ¿por qué tanto cuidado y resignación? Pero, a donde sea que miro, todos portan esa infame etiqueta, todos los que forman una sola masa, un río de piel y abrigos. Tal vez, nuestra verdadera misión es descubrir quien ha subyugado la voluntad de estos personajes. 

–¡H-133, mira! Por allá, en la esquina de aquel edificio sin ventanas. ¿Ves ese rayo de color naranja? –avisaba G-465, mientras lo señalaba apretujándose en el borde del ventanal.

–¡Sí, yo lo veo! ¡Y allá, hay otro! ¡Opuesto al rayo naranja, hay uno azul! –complementaba R-982 con una emoción que muy pocas veces expresaba.

Presté atención a las referencias de las que hablaban G-465 y R-982. En efecto, eran haces que nacían de aquel conglomerado que marchaba, como si algún dispositivo los estuviera generando, mas, debido a la ingente cantidad de seres y objetos, no lograba identificar qué los producía. En ese instante lo supe, nuestra misión estaba zanjada.

–¡Ya los veo! ¡Rápido! Tenemos que incorporarnos, por algo llevamos la misma pinta, y hacer contacto con lo que sea que está produciendo esos destellos. Además, por la indiferencia de los otros, parece que solo nosotros tres podemos verlos. Esa debe ser una señal –me apresuré a comentar mi descubrimiento, no teníamos más tiempo que perder.

A mi intervención se sumó una mirada que G-465 intercambió con R-982, casi pude escuchar lo que se dijeron en ese lapso: “¿Será cierto?”. La procesión se encontraba pasando, justamente, frente a nuestra guarida, así que me lancé al exterior por el gran hoyo que habíamos descubierto antes. No sentí que G-465 o R-982 me siguieran, pero seguí corriendo hacia la turba infeliz, tratando de identificar, mientras me acercaba, a los portadores de la luz. Entre empujones y golpes logré formar parte de aquel alud de postergadas esperanzas, un mar de sombreros, cabezas y boinas me impedían la vista, solo sabía que las luces se encontraban más adelante. Tampoco tenía pistas de G-465 o R-982, tal vez seguían en aquella casa o, quizá, lograron incorporarse en algún otro punto. 

–Dicen que nos llevan a un mejor lugar, en donde nos asignarán un trabajo –dijo un espécimen de aspecto femenino a uno de menor estatura, sospecho que se trataba de su cría, mientras me abría paso hacia adelante.

–¿Un lugar para nosotros? Pero nosotros teníamos ya un hogar –preguntaba incrédulo el pequeño ser.

Pronto, este incomodo intercambio me parece distante, porque nuevos llegan a ocupar su lugar.

–¿Cuánto tiempo nos tendrán allá? 

–Yo tuve que dejar el retrato de mi padre… 

–¿Por qué no simplemente nos asignan de una vez? 

–Escuché que se está formando una resistencia, deberíamos entrar… 

Solo interpreté, mas no logré identificar a quienes proferían tales argumentos, mi obcecación se hallaba en seguir avanzando. No importa que nos hayamos separado, confío en que G-465 y R-982 sabrán apegarse a la misión. Como las marcas de arena que se dividen y juntan sobre la superficie de nuestro planeta, así se descubrió ante mí la fuente que generaba el resplandor naranja elevado hacia las nubes. Una cortina de cuerpos se abrió, mostrándome a un solitario, el único que caminaba con orgullo, era él quien irradiaba esa luz que me encontraba persiguiendo. Llevaba consigo, únicamente, un equipaje de peculiar forma, muy diferente al resto de los peregrinos. 

Con una incertidumbre tal, me acerqué a aquel que denotaba seguridad, la distancia que nos separaba cada vez se reducía más, al tiempo que calculaba la manera más apropiada de abordarlo. Decidido, estiré mi brazo para tomarlo por la manga de su saco, curiosamente, del mismo lado donde llevaba el distintivo. Mas, al hacer contacto con este ser, tres luces más despegaron de la masa deambulante, hacia arriba. Luces rojas, verdes y amarillas sumaban complejidad a la exitosa consecución de mi obra. Mi mano seguía posada sobre la manga, mis ojos trataban de asignar dueño a las luces. 

–Buen día, caballero. Agradable tiempo el de ahora, ¿no le parece? –comenzó el extraño mientras tomaba su sombrero y lo levantaba con muy amable gesto, acompañado de una sonrisa que desentonaba con la expresión general.

–Veo que la carga que llevas es muy diferente a la que pesa en otros –sugerí, con cierta franqueza, tratando de ahorrar tiempo. Pues presentía que la procesión llegaba a su fin.

–Oh, este viejo violín. Es todo lo que tengo y no podría irme sin él –respondió con mucha paciencia mientras levantaba su equipaje y lo sacudía con alegría. Denotaba un sosiego envidiable que se le escapaba por la mirada.

Un rostro delgado, nariz en gancho, cabellos y cejas blancas me plantaron cara cuando hablé al individuo y no al objetivo. El resto de la luces se movía, estaban dejando de seguir el flujo, se estaban dirigiendo a un costado, exactamente en donde se encontraba una precaria bodega. 

–H-133, aquí G-465. Hemos localizado a los proyectores de luz, los separamos a un recinto aledaño. Nos ha faltado el naranja, lo identificarás porque todos ellos llevan peculiares equipajes. ¡Date prisa! –interrumpió G-465 por el transmisor. Ignoraba que ya me encontraba con él.

–Así que todos ustedes llevan el mismo equipaje –pensé en voz alta.

–¿Perdón? –agregó mi forzado invitado con tono amable, sin perder la característica sonrisa.

–No, nada. ¿Podría acompañarme a aquel sitio? Hay unas preguntas que me gustaría hacerle –arremetí finalmente.

–¡Qué bien que llegas, H-133! –me recibía así R-982.

–Hemos juntado a todos. ¿Qué deberíamos hacer ahora?

Tenían razón, todos llevaban cargas diferentes que aguantaban con suma parsimonia, se diferenciaban en forma, pero se parecían en ánimo. 

–Dicen que en tan extraño contenedor cada uno lleva un instrumento musical –me informó R-982 mientras, con un gesto de mano, señalaba a los invitados.

–¡Oh! Yo también traigo aquí mi violín, compañeros –se apresuró el ser de la luz naranja, dando golpecitos a la caja. Al tiempo que un extraño júbilo inundó el pequeño conciliábulo de felices seres.

–Muy bien, caballeros –dije tratando de ajustarme a sus protocolos– nosotros hemos venido desde muy lejos, específicamente desde… –Hubo un fuerte golpe, más bien un asalto que interrumpió mis palabras de presentación y al mismo tiempo hizo desaparecer los cinco rayos de luz frente a nosotros, dejando únicamente a los hombres.

Eran unos seres, iguales a estos llamados músicos en anatomía, pero forrados con un uniforme gris, un protector que me recordaba un sombrero de capitán y botas negras brillantes que llegaban hasta la rodilla. Ellos también llevaban una etiqueta, roja, en el brazo. Parece que aquí todos deben pertenecer a algo. Pasaron a nuestro lado, ignorando nuestra presencia y se dirigieron directamente a nuestros contactados. 

–No estarán pensando en esconderse, ¿verdad? –preguntó de forma altanera uno de aquellos disfrazados mientras el resto sujetaba a los cinco músicos.

Entonces, miré a los ojos de aquel que hace poco irradiaba naranja, la sonrisa había sido sustituida por una boca sellada y unos torrentes silenciosos que empapaban sus delgadas mejillas. Los verdugos grises encaminaron a estos músicos por una puerta trasera y desaparecieron así de nuestra vista. 

–¡Son ahora los equipajes los que emanan las coloridas auras! –avisó G-465 como si la escena previa no le hubiera afectado.

–¡Rápido! Hay que tomarlos y solicitar el retorno –con impaciencia nos sugirió R-982.

Acopiamos los bienes e ingresamos el código, esperando que fuera esa la misión desde un principio.

–Código de retorno válido, misión exitosa. En breve el salto se realizará en las coordenadas ajustadas previamente –dijo otra vez la misma fría voz que me dio la bienvenida.

G-465 ajustaba los contenedores destellantes, previniendo accidentes. R-982 realizaba los cálculos correspondientes al punto de la operación. ¿Y yo? Yo no podía quitarme esa mirada de súplica y liberación que me había regalado el músico. 

–Coordenadas correctas, prepárese para el disparo energético de salto –se aseguró de advertirnos la voz protocolaria de transporte.

–Nos vamos. 

Un destello fugaz se coló por la entreabierta puerta trasera, acompañado de una detonación seca que invadió el ambiente. Estábamos de regreso en la nave, más específicamente, la nave se encontraba en el reactor de hiper-dimensión, el gran cilindro hueco que se encuentra permanentemente anclado en nuestra atmósfera. Era este el encargado de materializar esencias en diferentes puntos del universo. 

Cuando el protocolo de recepción se ha completado de manera exitosa, dentro de la gran recámara, también cilíndrica y azulada, del hiper-dimensión, una compuerta rectangular se abre frente a nosotros. Es esta la señal para aterrizar en nuestro sector. Con mucho cuidado, R-982 dirige el disco. La penetrante luz azul da lugar a una más cálida de color naranja, nuestro cielo solo conoce dos tonos, el azul que se mezcla con un naranja claro. 

–Nos preparamos para el descenso.

Mientras la nave disminuye su distancia con el suelo yo noto que mi cuerpo ha vuelto a adoptar aquel traje brillante que nos permite resistir el entorno, extraño, de pronto, el tacto de aquella piel viva. Aunque a G-465 y R-982 no parece importarles.  La nave, por fin toca el arenoso suelo, levantando partículas y mandándolas por todas partes. 

–Llegamos. Los investigadores nos están esperando ya en la sala interior. Después de atenderlos, regresaremos por los cinco especímenes recolectados. Me adelantaré… –retomó su impávido tono R-982, con el más rutinario trato.

Mientras G-465 se preparaba para salir de la nave, yo seguía preguntándome el destino de aquellos cinco músicos que dejamos en algún recóndito lugar del universo. Eché un vistazo por el panorámico cristal de la nave, las estériles montañas a lo lejos y el desierto que se extendía hasta el horizonte. Todo, con el mismo reflejo naranja de nuestra atmósfera, solo los surcos sobre la arena aportaban novedad al medio. Me había quedado solo en la nave. 

Entonces, miré por última vez los contenedores luminosos, recordé los ojos empapados del músico y la transición de luz al instrumento. El destello y el estruendo de la bodega, tal vez a ellos los enviaron de regreso a su planeta también. Comprendí, pues, que con todo el amor nos habían legado sus almas en forma de equipaje. Sin darme más cuenta, me encontraba ya siguiendo las huellas sobre la arena.  

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