Por Imelda Erandy Pedraza Ruiz
Y nos fuimos a casa. La verdad me hubiera gustado saber qué quería mi papá, pero qué más daba. Mañana era mi cumpleaños. Llegué a casa solo, cené, ayudé a mi mamá a recoger la casa. Por último me metí a bañar y me fui a dormir. La verdad estaba muy cansado.
—Leonard, Leonard, despierta ya es tarde y yo tengo que ir a trabajar.
Me desperté y vi el reloj, ya era tarde. Me levanté de la cama, me cambié, desayuné rápido y nos fuimos. Había olvidado acomodar mi mochila. Lo bueno que me tocaban casi las mismas materias.
—Leonard, cómo pudiste quedarte dormido —dijo mi mamá regañándome.
—Lo siento, no era mi intención.
Caminamos rápido a la escuela, solo me dejó en la puerta de la escuela y se fue corriendo al trabajo. Entré a la escuela y me fui al salón. Al parecer todos estaban hablando de Fernando ya por fin lo iban a correr de la escuela. Fui y me senté en mi lugar. Guillermo ya había llegado. Dejé mi mochila y me senté.
—Hola, Leonard. Hoy se te hizo tarde —dijo Guillermo, mi mejor amigo.
—Sí, me quedé dormido.
—Oye, Leonard, ¿qué opinas sobre la expulsión de Fernando?
—Pues está bien.
Fernando solo es un dolor de cabeza para el grupo y los maestros. Se la pasa haciendo travesuras y molestando a todos. Su mamá se la vive en la escuela todos los días porque Fernando no sabe comportarse. Entonces entró Fernando. Todo el salón se quedó callado. Quienes lo recibieron con gusto fueron sus amigos que eran igual a él.
—Guillermo, pensé que habían expulsado de la escuela a Fernando
—Leonard, yo también pensé eso.
Nos enteramos de que le habían dado una última oportunidad porque su mamá y su papá habían venido a pedir a la directora que no lo corrieran. Por eso Fernando seguía en la escuela.
Las clases trascurrieron normalmente hasta la clase de geografía. La maestra no había podido venir porque tenía cita médica, pero había dejado una actividad: hacer un mapa conceptual de la página 131. Entonces revisé mi mochila para ver si tenía el libro. Al parecer no lo tenía. Volví a revisar y encontré un regalo. Estaba envuelto en papel verde con un moño rojo. Era plano y no tan grande, así que lo dejé en mi mesa. Venía con una tarjeta de cumpleaños que decía lo siguiente: “Leonard, el regalo que te doy es un regalo que pocos saben apreciar. Nunca dejes que nadie limite tu imaginación porque limitar es pensar en pequeño, y tú estás hecho para pensar en grande. Feliz cumpleaños te desea tu abuelo”.
Entonces el regalo era de mi abuelo. Tal vez lo había puesto ayer en mi mochila sin que me diera cuenta. Cuando iba a abrir el regalo, Fernando me lo arrebató de las manos.
—Fernando, dame mi regalo —dije enojado.
—Leonard, no seas envidioso. Déjame ver qué es —. Y empezó a abrir mi regalo.
—¡Dámelo! —Grité y traté de quitárselo, pero no pude, era más alto que yo.
—¿Qué es esto? ¿Un libro? ¡Qué horrible regalo! Debería quemarlo o tal vez romperlo. —Tomó mi libro, tomó una página cualquiera y la empezó a romper mientras reía junto con su grupito de amigos.
No podía soportarlo, lo odiaba. Sin pensarlo me lancé sobre él y los dos caímos al suelo. Empezamos a golpearnos. Nadie nos separó hasta que llegó el maestro de matemáticas, que estaba dando clase al lado del salón y escuchó el escándalo. Fernando se ocultó detrás del maestro como si él no hubiera hecho nada. Tenía un golpe en el ojo izquierdo y le había salido sangre de la nariz. Yo tenía el labio abierto y un golpe debajo del ojo derecho. En el piso estaba el libro que mi abuelo me había regalado. Lo recogí. Vi que una página estaba rota, era la seis. El libro se llamaba Viaje al centro de la Tierra.
El maestro de matemáticas nos llevó con la directora. Fuimos a la dirección. Lo primero que hicieron fue revisar nuestros golpes. Nos preguntaron nuestros nombres. La directora pidió nuestros expedientes a la secretaria. Luego, dijo la directora:
—¿Ahora qué pasó, Fernando? Pensé que habíamos llegado a un acuerdo —dijo. Después me miró y agregó— A ti nunca te he visto por aquí. Leonard, ¿verdad?
—Sí.
Estábamos sentados en frente del escritorio, donde ella solo nos observaba. Vio que tenía el libro.
—¿Te gusta leer? —me preguntó—. ¿Me dejas ver tu libro? —Le enseñé mi libro. Era mi oportunidad. Tenía que ser inteligente, actuar con madurez y demostrar que no era igual que Fernando.
—Veo que usted aquí tiene muchos libros. —Me levanté de la silla y fui al
mueble donde tenía los libros .
—Este lo tengo, este también, este también. Este ya lo leí, también este ya lo leí. Este no lo tengo, este tampoco lo tengo —iba diciendo mientras veía los libros.
La secretaria entró y dijo:
—El expediente de Fernando González Mendoza y Leonard Mérida Pérez. —Se los dio a la directora y se fue
—Bueno, ya llamamos a sus mamás. Antes de que lleguen, cada uno me va a explicar lo que pasó.
—Leonard me pegó —dijo Fernando.
—Directora, sí le pegué, y yo fui quien dio el primer golpe, pero él también me provocó. ¿Sabe por qué le pegué? Él rompió el regalo de cumpleaños que me dio mi abuelo. Está roto en la página seis. Yo estaba en el salón cuando iba a abrir mi regalo, Fernando me lo quitó. Le pedí que me lo diera pero no lo hizo, además dijo que era un regalo horrible, que deberían quemarlo o romperlo, y lo rompió. Entonces me enojé, sin pensarlo me lancé contra él y nos empezamos a golpear. Eso fue lo que
pasó.
La directora escuchó cómo había sucedido, después me dio mi libro y revisó los expedientes. El primero que revisó fue el de Fernando. Tenía sus calificaciones, que eran de 6 o 7. No era de sorprenderse todos los reportes de maestros que tenía. Apuntó el reporte de la pelea. Acabó de revisar el expediente de Fernando y siguió con el mío, al parecer se sorprendió porque mis calificaciones eran de 9. Tenía reconocimiento por mi promedio y no tenia reportes. La mamá de Fernando y la mía habían llegado.
La directora le explicó lo que pasó y tomaron la decisión de suspenderme por dos días y expulsar a Fernando de la escuela. Así que Fernando y yo fuimos al salón. Él ya no tenía nada que hacer en la escuela y a mí la directora me dejó tomar las clases por hoy. A partir de mañana estaría suspendido.
Durante las clases todos murmuraba lo que había pasado. El rumor había llegado hasta los maestros, muchos no podían creer que yo me hubiera peleado.
—¿Que Leonard lo golpeó? Pero él es muy tranquilo —dijo la maestra de inglés.
—Imposible. Leonard no es ese tipo de chico problemático —dijo el de historia.
—¿Seguros que fue Leonard? No me lo imagino —dijo la maestra de español.
Eran algunos de los comentarios que hacían los maestros. Por fin ya había salido de la escuela, me dirigía al parque. Me encontré con los amigos de Fernando, que me invitaron a jugar fútbol, pero rechacé la invitación. No quería más problemas, así que me fui a casa de mis abuelos. Para mí sorpresa, ahí estaba mi mamá.
—Hola —dije.
—¿Qué estabas pensando cuando te peleaste? —me gritó mi mamá.
—Él me provocó —contesté.
—No, Leonard. Así no te eduqué.
Mi abuela revisó mis golpes y me puso una crema para que bajara la inflamación.
—No te enojes con Leonard, hija. Fue mi culpa, yo fui quien puso el regalo en su mochila. Me pareció buena idea. No lo regañes, es su cumpleaños. ¿No crees que ya tuvo un día difícil? —intervino mi abuelo.
—Está bien, aún es tu cumpleaños. Mira lo que te compré. Espero que te guste.
Eran las acuarelas que había visto en una tienda y me habían gustado.
—¡Gracias, mamá! —contesté.
—Bueno, ya que tengo el día libre, creo que iremos a casa, haré algunas cosas y descansaré. Más tarde vendremos a celebrar tu cumpleaños.
—El pastel lo haré yo, estará listo. Vengan —dijo mi abuela.
—Bueno, despídete y más al rato volvemos —dijo mi mamá. Me despedí de mis abuelos y nos fuimos a casa.
—Leonard, la verdad me sorprendió que me llamaran del trabajo diciéndome que te habías peleado. Espero que esta sea la última pelea, si no, ahora sí estarás en problemas.
Al llegar a la esquina de la casa mi mamá se detuvo. No sabía por qué hasta que mire a donde estaba mi casa. Era mi papá, quien estaba afuera y nos saludó desde lejos. Seguimos caminando hasta llegar a la casa.
—Hola, Marcela —dijo mi papa. Mi mamá no respondió el saludo. Vimos un chico de mi edad con una bebé.
—Leonard, entra a la casa —ordenó mi mamá. Entré a la casa, pero estaba escuchando lo que decían.
—¿Qué quieres, Alberto? —dijo mi mamá.
—Nada, solo ver a mi hijo —respondió mi papá.
—¿En serio? Apenas te acuerdas de que tienes un hijo.
—Solo quiero verlo, también es mi hijo. Solo por un rato.
—No tienes tiempo de ver a tu hijo, pero sí para otras personas. ¿Quiénes son ellos?
—Ah, bueno. Él es Daniel y la bebé es Estefanía.
—Si quieres ver a Leonard, sera aquí afuera. No puedes llevártelo. Será donde yo pueda verlos.
—¿No puedo entrar?
—No, cuando te fuiste se cerraron las puertas de esta casa para ti. ¡Leonard, ven. Tu papá quiere verte!
Salí de la sala y fui a la puerta.
—¿Leonard, que te pasó?
—Me peleé con un compañero en la escuela.
—Eso es, campeón. De seguro también él recibió unos buenos golpes —dijo contento. Parecía feliz de que hubiera golpeado a otro compañero. Yo no estaba muy feliz por eso.
—Mira, te traje un regalo. Espero que te guste.
El regalo era un arma de dardos de goma. Yo para qué quería esto. Qué pensaba que iba hacer con él. No me había gustado para nada.
—Yo tengo una más grande que esa, mi papá me la compró. Cuando sea grande voy a ser soldado e iré a la guerra a matar personas —dijo Daniel.
—¿Y tú, Leonard, qué vas a hacer cuando seas grande?
La verdad no me había puesto a pensar a futuro qué iba a ser de grande.
—Yo voy a ser escritor y escribiré cuentos para niños.
Mi padre y Daniel se me quedaron viendo. De repente Daniel empezó a reír.
—Yo nunca he leído un libro —dijo Daniel.
—Sí, eso se nota —respondí.
—No sirven para nada, además son aburridos.
—Leonard, te vas a morir de hambre si eres escritor —dijo mi papá.
—No me importa. Me moriré de hambre haciendo lo que me gusta —contesté—. Un escritor no necesita un arma, solo necesita un lápiz y un pedazo de papel.
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