Por Marcos Emmanuel Jaso Vera
Era una vez un gato llamado Daniel. Era gris como las nubes del ocaso y sus ojos eran color miel. Sus amigos le apodan “El Valiente” porque Daniel era travieso y aventurero, como cualquier gato, pero tenía una característica peculiar: no tenía cola. Mucha gente podrá pensar que no tiene nada de emocionante un gato sin cola, incluso dirán que eso lo convierte en un gato feo o sin chiste. Bueno, este gato jamás se dejó intimidar por esos comentarios, porque si bien es cierto que dicen que los gatos sin cola tienen menos equilibrio y menos agilidad que los gatos con una, Daniel se había ganado su fama justamente por demostrar lo contrario.
El Valiente ha viajado a través de toda la ciudad, porque es uno de los gatos más sociables que hay. Se ha hecho amigo del carnicero, del joven de la paquetería y del taxista. La lista de amigos del gato es grande a pesar de su corta edad, pocos gatos callejeros tienen la suerte que tuvo Daniel.
Él ha visto a los gatos hogareños, sus vidas quietas y tranquilas dentro de espacios limitados, y no es como que él critique esa vida o la desprecie, simplemente le ha dicho a su mejor amigo “soy demasiado inquieto, esa vida no es para mí”.
El mejor amigo de nuestro Valiente es un perro mestizo, “el Rufo” le llama el señor de la carnicería, y es que diario va en las mañanas por su bistecito y se queda platicando con Daniel un rato para después caminar hasta llegar al final de la calle. El Rufo siempre soñó con tener una familia pero, a pesar de ser un perro lindo y amable, no había tenido la suerte por ser ya mayor. El Rufo se sentía mal cuando pensaba en ello y por eso le gustaba estar con Daniel. Ambos platicaban e iban a lugares. Le hacía sentir a Rufo que tenía una familia, aunque no fuese humana.
Una vez Rufo y Daniel estaban en un parque de juegos a unas cuadras de la carnicería y unos niños empezaron a jugar con Rufo. Daniel se sentó a esperarlo tomando el sol. Rufo jamás entendió esa actitud de los gatos, “quiéreme, pero no me toques” decía en tono burlón a Daniel siempre que se quedaba viéndolo jugar de lejos. “Yo sé que a los perros les gusta el contacto humano, yo no soy así”, siempre era la respuesta de Daniel. Aunque Daniel había visto que muchos gatos sí tenían el gusto por el contacto humano. Probablemente porque eran gatos hogareños, porque él temía que le buscaran su colita y vieran que no estaba.
Un día, cuando el carnicero abrió su negocio, se extrañó de no ver a Rufo, “Caray, ¿dónde se habrá metido nuestro amigo?”, dijo. Daniel pensó que seguramente Rufo se habría encontrado con algún niño de camino y se había retrasado unos minutos. Sin embargo, el día avanzó y Rufo no llegó. Daniel se preocupó y fue a buscarlo al parque. Preguntó a varios gatos callejeros y a uno que otro perro que él sabía no lo corretearían, pero no lo habían visto.
El Valiente esperó a la madrugada y abordó el auto de su amigo taxista. “¿El gato es suyo?”, siempre era la pregunta que le hacía el pasaje al taxista al subir. Pero esa noche él sabía a dónde iba y es que una vez, mientras dormitaba en el asiento de atrás, escuchó a una persona decir que iba a una “perrera” a adoptar un cachorro. Posteriormente, cuando platicó con sus amigos se enteró de lo que era una perrera, una cárcel para perros creada por personas. Ahí llevaban a los perros que nadie quería o que no tenían dueño, de acuerdo con las versiones de sus amigos perros. El Valiente sabía dónde quedaba la perrera, porque como la curiosidad en un gato es más grande que su sentido de autopreservación, él sentía la necesidad de saber todo lo relacionado a eso.
Al llegar, Daniel brincó la cerca y vio a dos perros en el patio principal del lugar, eran perros grandes y en cuanto lo olfatearon comenzaron a ladrarle. Daniel bajó a una de las varias mesas que estaban allí y esperó con paciencia a que los perros se cansaran. “Hola, soy Daniel. Estoy buscando a mi amigo Rufo”, les dijo. Los dos perros se miraron y uno de ellos con un rasguño en la mandíbula le contestó: “Eres bastante valiente, gato. No solo no huiste cuando te ladramos, sino que bajaste y te atreviste a hablarnos. Pero no sabemos quién es el tal Rufo, nosotros solo cuidamos el patio de intrusos”.
El Valiente respondió: “Vaya, qué desgracia. ¿Hay alguna forma de que pueda saber si mi amigo está aquí?”. Los dos perros miraron la ventana del edificio y el mismo perro respondió: “Esa ventana es el único acceso a esta hora”. Daniel agradeció y procedió a entrar al edificio sin ser ya importunado por los perros. Dentro del edificio vio perros y gatos de todos los tamaños y edades. Todos estaban en jaulas en un pasillo largo y al final de este, encontró a Rufo.
Rufo dormía hasta que olió a Daniel, se levantó alegre de ver a su amigo y le dijo: “Daniel, qué gusto verte. ¿Qué haces aquí?”. A lo que Daniel le respondió: “La pregunta adecuada es ¿qué haces tú aquí?”. Rufo miró hacia afuera de la jaula, como buscando a alguien en el pasillo y le respondió: “Un hombre me trajo ayer en la tarde. Recuerdo que me contaste de este lugar y que los humanos venían a adoptar mascotas aquí”. Daniel se entristeció al escuchar a su amigo, pero se limitó a responder: “Querido Rufo, te mencioné las historias bonitas porque no pensé que quisieras venir aquí. Jugabas con los niños en los parques y tenías comida gratis del carnicero. Fue mi error, hay cosas aquí que no deben pasar y que nadie debería saber. No todos los animales son adoptados y a esos que tienen mucho tiempo sin ser adoptados…”.
La mirada sombría y seria del Valiente infundió terror en Rufo y comenzó a llorar: “Debí haberlo sabido”, dijo. A lo que Daniel respondió: “Yo debí haberlo mencionado, fue egoísta de mi parte pensar que eras feliz con tu vida y que no viajarías tan lejos para encontrar este lugar”. Daniel observó la puerta y que el seguro era sencillo de abrir, no tenía ni siquiera llave. Era una pequeña barra de metal que corría a través de varios agujeros y solo había que jalar y levantar una parte transversal superior para abrirla. Daniel se puso manos a la obra mientras Rufo lo veía: “¿Cómo sabes hacer eso?”, le preguntó. Daniel sin interrumpir sus intentos de abrir la jaula le respondió: “Digamos que el carnicero me odiaba al principio de nuestra relación, tuvo que cambiar varias veces los seguros de los refrigeradores adentro del almacén”.
La puerta se abrió y Daniel se encontró con un problema, no sabía si Rufo iba a poder brincar a la ventana, pensamiento que desapareció de su mente cuando vio que Rufo no lo siguió a la misma. Se acercó nuevamente y abrió completamente la puerta: “Mira, ya esta abierta”, le dijo. Rufo lo vio con una mirada triste: “¿Por qué hacen esto las personas? ¿No es suficiente lo que sufrimos en la calle en soledad para que además nos traigan aquí?”.
Daniel se metió a la jaula con él y se sentó a su lado, después de lamerse un poco sus patas y lamerle la frente a él, le dijo: “Las personas hacen muchas cosas que no entendemos, y no me refiero a manejar máquinas o hacer aparecer comida de la nada, me refiero a su comportamiento. Hay gente que odia a los perros, otra que odia a los gatos, hay gente que no. Hay gente que es amable con sus congéneres y hay otros que no. Las personas que te encerraron aquí saben lo que va a pasar si no te adoptan, puedes verlo como una oportunidad o como una condena. Muchos perros aquí están esperando con todas sus fuerzas ser adoptados, que alguien aparezca de la nada y venga por ellos. Solo he visto a una persona hacerlo y fue cuando iba con el taxista hace bastante tiempo. Vine aquí porque eres mi amigo, quiero llevarte a casa. Tú eres mi familia, Rufo”.
Rufo se alegró de escuchar eso y se levantó al momento, respondiendo: “Tu también eres mi familia Daniel, vámonos a casa”. Rufo siguió a Daniel, pero se dio cuenta que no podía brincar tan alto. Daniel entonces salió y habló con los perros guardias: “¿Saben si desde adentro hay otra salida?”. La respuesta fue negativa a lo que Daniel volvió al interior y le dijo a Rufo: “Tendremos que buscar una salida por el otro lado”.
Al pasar por las jaulas, Rufo observó a los mismos animales durmiendo: “¿Crees que encuentren familia?”, le preguntó. A lo que Daniel respondió: “Es probable que los bebés sí, pero de los otros no estaría tan seguro”. Rufo bajó la cabeza y le dijo: “¿No deberíamos salvarlos a ellos también?”. Daniel se giró al llegar a la puerta del cuarto de jaulas, descartó la posibilidad de abrirla y dijo: “Podemos liberar a los que se pueda, pero ¿cómo los sacaremos de aquí? No encuentro forma de que salgamos nosotros”. Rufo miró todas las jaulas y le dijo: “A lo mejor las personas nos dejarán ir cuando vean que no queremos estar aquí”.
Daniel miró con cariño a su amigo e hizo un gesto que podría ser interpretado como un “quizás” pero que realmente denotaba que no creía en la idea. Sin embargo, desde ese ángulo Daniel observó que se podía alcanzar la ventana si se usaban las jaulas, aunque estas estaban bastante separadas de la misma. “Tengo una idea, ayúdame a sacar a todos”, le dijo Daniel a Rufo, y entre los dos sacaron a todos los animales. Algunos de ellos, todos gatos, decidieron salir corriendo por la ventana en cuanto pudieron, encontrándose con los perros del patio y teniendo que regresar a ayudar.
Una vez hecho esto, Rufo pidió a los perros grandes que ayudaran a mover las jaulas cerca de la ventana, porque algunos eran renuentes a seguir a un gato. Luego de varios intentos, las jaulas quedaron a manera de puente a la ventana y, con ayuda de algunas cajas como escaleras, los animales en su mayoría comenzaron a salir, siendo los cachorros ayudados por los adultos.
Daniel fue el último en salir después de Rufo y se encontró con los perros guardia en el exterior. El otro perro que no había hablado le dijo: “Esto es malo, gato. ¿Tú crees que vamos a quedar sin castigo después de esto? No podemos dejar que se vayan, al menos no todos”. Rufo respondió: “Yo me quedo”. Daniel miró a su amigo de reojo y contestó: “Nadie se va a quedar, después de lo que hemos hecho no vamos a seleccionar a nadie para que se quede. Pueden quedarse o venir con nosotros”. Los dos perros empezaron a gruñir y ladrarle, Daniel no se inmutó, pero Rufo y los otros perros grandes que habían sido liberados se pusieron de su lado. Una vez terminado el escándalo de ladridos, Daniel habló: “Sé que tienen vidas muy cómodas, simplemente se ganan la comida por estar aquí en las noches y hacer ruido, pero les puedo garantizar que hay muchas más cosas que ver allá afuera. Ustedes aquí no son más que trabajadores, podrían conseguir una familia allá afuera y dejar de preocuparse por que los castiguen porque no hicieron su trabajo”.
Rufo intervino y dijo a los perros: “Yo sé que es difícil de imaginarlo, pero nosotros ya somos una familia, Daniel, yo y las personas que nos rodean. Eso no se limita a nosotros, ustedes pueden tenerlo y ser libres también”. Los perros guardias no se veían convencidos y el que tenía herida la mandíbula dijo: “No puedes enseñarles trucos nuevos a estos perros, esto es lo que conocemos”. Rufo se sentó a un lado de Daniel y dijo: “Créanme, yo sé lo que es ser un perro grande y si algo he aprendido es que hay muchas cosas por aprender”.
Los perros se miraron fijamente, Daniel en medio de ellos. La mayoría de los otros gatos ya se habían ido. Uno de los perros guardias le dijo a Rufo: “Ve a tu alrededor, ya no hay gatos aquí. ¿De verdad arriesgarías nuestras vidas por él?”. Rufo vio a Daniel y respondió a los perros: “Él arriesgó su vida por mí y sigue aquí, es mi amigo”. Los perros guardias tuvieron que admitir que Daniel era diferente a lo que ellos conocían y accedieron a irse todos juntos.
Amanecía ya y la puerta del patio se abría para que los trabajadores de la perrera sacaran la camioneta. En ese momento los perros, que habían estado escondidos debajo de las mesas en el patio, salieron disparados hacia la puerta. La persona que estaba abriendo la puerta no alcanzó a cerrarla antes de ser embestida por una estampida de perros.
Daniel y Rufo iban hasta atrás de la estampida para ver que nadie se quedara y fueron los últimos en dar vuelta a la avenida. Las personas tardaron en organizar la búsqueda de los animales que se habían escapado y eso dio tiempo a Daniel y a Rufo de alejarse lo suficiente para poder dejar de correr. El día lo pasaron caminando lo más lejos que se pudiese de la perrera, algunos de los perros los seguían, pero al ver que no había un plan después del escape, decidieron tomar su camino. La suerte los acompañó más tarde cuando caía la noche y el joven de la paquetería pasaba cerca. Este reconoció a Daniel y los dejó subir a su camioneta, llevándolos a su zona de la ciudad.
En ese vecindario, el carnicero pegaba letreros de “Se busca” en los postes: “¡Ahí están ustedes dos! Par de animales insensatos”, gritó el carnicero al verlos bajar de la camioneta. “Lamento mucho que se le hayan subido a su camioneta, joven”, le dijo el carnicero al joven, el cual respondió: “No se preocupe, señor. Son buenos chicos”.
El carnicero se inclinó hacia Daniel y le preguntó: “Gato, ¿dónde has estado?”, a lo que él respondió con un maullido. “¿Ah, sí?”, le dijo el carnicero mientras acariciaba a Rufo de la cabeza y continuó: “Pues vámonos a casa, ya basta de tus aventuras”.
Rufo se quedó con el carnicero, el cual le había agarrado cariño y vio que respetaba mucho su tienda. Mientras Daniel siguió yendo y viniendo por la ciudad. Gracias a sus aventuras, Daniel se enteró de que muchos de los animales que escaparon habían encontrado hogar, inclusive los perros guardia ahora trabajaban para la policía.
“¿Sabes algo?”, le preguntó Rufo un día y continuó: “Tengo que agradecerte. Si no fuera por ti, no sé qué habría pasado en la perrera al día siguiente. Puedo decir que estoy feliz con lo que tengo y que te lo debo a ti. Eres muy valiente”. Daniel se acercó a él y después de lavarle un poco la frente, le respondió: “Amigo mío, vivo mi vida como quiero y no me gusta pensar en alguien que no sea yo. Todo lo que hice lo hice porque eres mi amigo y me siento bien por eso. te quiero y quisiste arriesgarte por tener una familia y mejorar tu situación, yo no me arriesgaría. Yo solo soy un gato, tú eres El Valiente”.
Ambos tienen a su familia y la disfrutan como les gusta, ambos lo merecen y son felices juntos.
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