[Como resultado del concurso “El cuento en cuarentena”, organizado por Palabrerías, con apoyo de las revistas Teresa Magazine, Tintero Blanco y Zompantle, este cuento se encuentra incluido en la antología El cuento en cuarentena, la cual puedes hallar de manera gratuita en Palabrerías]
Por Sandra Leticia Cabello
Una noche fría caía un aguacero sin precedentes en la ciudad de la Nueva Aztlán, las calles se habían inundado tanto que el agua casi cubría las banquetas, algunas personas curiosas se asomaban para ver tal espectáculo. En el corazón de la ciudad se alzaba una imponente fortaleza, tenía una arquitectura híbrida de cultura: su estilo era parecido a una fortaleza medieval con algunas torres de vigilancia y puntos estratégicos contra posibles ataques, pero con adornos como grecas, cabezas de serpientes emplumadas, jaguares e imágenes imponentes de Huitzilopochtli.
En algún rincón de ese lugar, un pequeño niño llamado Morgan veía el cielo desde una gran ventana; sus ojos revelaban un gran terror por la incesante lluvia, su mirada se desvió a una puerta a sus espaldas que se abrió de par en par: un joven alto, moreno y de ojos rojos como la sangre entró a la habitación.
—Creía que dormías. Vamos, acuéstate —dijo con una voz suave y tranquila. Morgan lo miró con tristeza.
—No puedo, Altair, sabes que siempre me asusto con estas cosas. Si el abuelo me ve así, seguro se enoja de nuevo conmigo —respondió Morgan y clavó su mirada en la ventana. Sus ojos eran café oscuro, casi como el cielo nocturno. Altair se acercó y acarició la cabeza del niño.
—Métete a la cama, te contaré una historia mientras pasa la lluvia —decía mientras llevaba al niño a una pequeña cama a un lado de la ventana. Tomó las cobijas y ayudó al pequeño a acomodarse, luego se sentó recargando su espalda en la cabecera de la cama—. Esta historia la escuché del bisabuelo Quetzalcóatl cuando yo era un niño, así como tú, veamos…
“Había una vez una pareja de dioses que se encontraban deseosos de enseñar todo lo que sabían a los nuevos humanos que habían creado Quetzalcóatl y Coatlicue. Como recordarás, nuestro mundo se creó a partir del fin de la tierra, que quedó desolada y destruida por las guerras entre humanos y, posteriormente, entre humanos y dioses; así pues, en este nuevo mundo que crearon los dioses como los seres humanos, se fundaron nuevas ciudades. La civilización floreció a pasos agigantados, mucho más que en la tierra. Cada dios decidió tomar una ciudad y enseñarle la agricultura, la ganadería, la pesca y a trabajar con la roca y los metales; aquí es en donde entra nuestra pareja de dioses: Huitzilopochtli y su esposa Luna, nuestra abuela. Ellos escogieron una ciudad en medio de un desierto, se sentaron y comenzaron a derramar su sabiduría sobre los habitantes, quienes se encontraban muy agradecidos por todo lo que los dioses les brindaban. La gente aprendía y hacía crecer a la ciudad, entregaban ofrendas a la pareja, era como ver a unos padres criando a sus hijos. Pronto se supo del avance debido a los dioses y mucha gente llegó de varias partes del nuevo mundo para poder aprender de la pareja.
“La felicidad hacía que sus corazones se regocijaran, pues en ese lugar la gente trabajaba de manera honrada, no existía la maldad; el gozo se multiplicó cuando la pareja de dioses tuvo a su primogenitito: un pequeño varón al que llamaron Camus. Te preguntarás por qué llamarlo así, ni siquiera es un nombre común en nuestro mundo; pero, así como tú, Morgan, ellos eligieron ese nombre porque les encantaba cuidar de un pequeño niño procedente de la tierra, quien, al poco tiempo de ser salvado de la eterna guerra, murió. Ese nombre fue una especie de homenaje a aquel niño.
“Camus heredó la fuerza y los ojos rojos de su padre, así como la astucia y los poderes elementales de su madre. Él tenía un futuro brillante: estaba destinado a gobernar la próspera ciudad en lugar de sus padres. Como era de esperarse, este joven dios, lleno de gallardía y los valores más nobles, se preocupaba por su gente, les enseñaba con tanta paciencia y bondad que pronto se ganó el corazón de la ciudad. A menudo imaginaba el día en que sus padres le entregarían la batuta para gobernar, se veía a sí mismo gobernando al lado de la mujer a la que amaba con toda su vida: una antigua bruja conocida como la Xtabay; ambos se habían conocido mientras Camus realizaba un viaje por el mundo, sucedió en una espesa selva de la que no se sabe el nombre. El joven dios no había contado de sus amoríos a sus padres, pues temía que no estuvieran de acuerdo. Así transcurrió algún tiempo.
“Poco a poco se acercaba la hora en que Camus se convirtiera en el nuevo gobernante y líder de la ciudad. Desde la mañana había muchos preparativos para una gran fiesta en honor al joven, Huitzilopochtli y Luna se preparaban para subir a al templo más alto de la ciudad y dar unas palabras a su hijo. Esa tarde todo trascurría a la perfección: la comida servida, los bailes, los guerreros en sus puestos y los dioses que, después de su discurso, esperaban al joven dios. Camus, ataviado con un penacho de plumas de quetzal, joyas preciosas y un escudo de obsidiana hermoso, entró en escena. La gente y los dioses se horrorizaron al ver que este joven venía acompañado de la bruja Xtabay, la misma que se encargaba de embaucar hombres con su belleza para luego matarlos. Huitzilopochtli, envuelto en cólera, mandó a sus guerreros a detener a la bruja y enviarla al lugar más horrendo del Mictlán. El joven, con el corazón destrozado por lo que su padre había hecho con su amada, se recluyó en su habitación.
“Cuando creían que había pasado lo peor, el intenso dolor que aquejaba a Camus causó grandes estragos: el aura que envolvía al joven se tornó oscura, llena de odio y dolor que pronto comenzó a pudrir las plantas, matar a algunos animales y después a las personas. La pareja de dioses intentó por todos los medios detener esa catástrofe, pero ni sus poderes divinos fueron suficientes para acabar con el mal de su hijo.
“Una vez que ya no hubo nada más a lo que arrebatarle la vida, el joven Camus volvió en sí y, al ver todo lo que su inmenso poder había causado, sintió una culpa terrible: había matado a seres vivos inocentes, había destruido lo que estos construyeron con esfuerzo. El joven Camus tomó una de las espadas que quedaban de los soldados y terminó con su vida y su reino de terror. Huitzilopochtli y Luna lloraron a su hijo día y noche. Los demás dioses se compadecieron del dolor de sus iguales y decidieron convertir al joven en arena, misma que sepultaría los restos de aquella gran ciudad. Para conservar el recuerdo del joven, los dioses llamaron a aquel lugar el Mar de arena de Camus. Y así fue como se creó ese gran desierto”.
—Entonces, ¿quieres decir que los abuelos tienen dos hijos llamados Camus?, ¿el del cuento y nuestro padre? —preguntó Morgan, se había confundido un poco.
—Nada de eso, se trata de la misma persona, tal vez en algún momento nuestro padre te cuente la versión verdadera —terminó. La lluvia se había detenido, paulatinamente bajaba el nivel del agua y el cielo se despejaba y dejaba al descubierto una hermosa luna acompañada de estrellas.
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