Por Isamara Mariel Parente Rojas
Uno siempre es feliz haciendo lo que le apasiona y ama con el corazón. Desde que tengo uso de razón supe que esto era lo mío, no necesito otra cosa más que hacer y ver felices a las personas. He sido parte de los momentos más importantes de mis seres queridos, tanto de mis vecinos y sus amigos que llegan a mí por recomendación.
En cuanto nos graduamos y tuvimos la liquidez suficiente, Eroz y yo nos independizamos de nuestras familias, emprendimos nuestra aventura y llegamos a Francia. Aquí nos instalamos en un pequeño y pintoresco barrio, no tan cerca de la zona turística, pero tenemos una gran vista de Notre Dame desde el balcón.
Compramos un edificio que consta de una planta baja y dos pisos. En la planta baja esta la cafetería, mi gran sueño dorado. El primer piso lo acondicionamos como el estudio personal de Ery, como me gusta decirle de cariño. Sé que a él no le gusta tanto estar aquí, a él le hubiera gustado ir a otro país y un estudio para él es lo mínimo que puedo hacer en estos momentos. El segundo piso es nuestra casa, estamos un poco apretados, pero somos felices.
Me encanta la vista del amanecer al estar sentados y abrazados en la mecedora tomamos nuestro café matutino, mientras esperamos la primera tanda de petites para nuestro desayuno. La leche llega a primera hora, mientras estamos comiendo pan tostado con mantequilla o bien algo más abundante como chilaquiles.
La masa para la segunda tanda espera en la mesa donde se deja reposar toda la noche a la luz de la luna y por la mañana es amasada sobre la mesa de madera que adquirimos en una venta de garaje. Una vez que la masa ya está en su punto se deja reposar una vez más mientras salgo al mercado local, ya los vendedores me conocen y me guardan la mejor de sus cosechas del día o de la semana de acuerdo al producto.
Al regresar la cafetería se ha llenado del olor de la leche fresca y la levadura, aroma que encanta a los primeros comensales del día. En este momento es cuando agradezco las lecciones de ballet que mi madre me obligó a tomar, cuando comencé esta aventura descubrí mi gusto por armar y llevar al horno los petites bailando y dando pequeños saltos de ballet, dos artes y una ciencia estaban cohabitando en mi cafetería.
Mientras está el proceso de horneado voy preparando las masas para los quiches del medio día mientras canto “La vie en rose”. Aquí es donde comienza la magia, dos minutos antes de que suene la alarma del horno abro las puertas, mis clientes parecen saber la hora exacta pues ya comienzan a formarse.
Clientes nuevos y clientes conocidos se maravillan al ser recibidos por el aroma de leche, levadura y pan recién horneado. Todos se van sentando en sus lugares predilectos. A la alarma del horno tengo que estar pendiente para sacar los petites al instante, repartirlos para que el cliente los disfrute a la temperatura deseada en su mesa.
Los primeros clientes en entrar son los que vienen acompañado: amigos, compañeros de escuela, parejas de recién casados, parejas que llevan casi toda su vida juntos, en general personas que gustan de compañía, la cafetería se llena de un sinfín de historias. Después de estos siguen las personas que aman la soledad, los lectores, los tesistas, los que tienen un amor no realizado, aquí es menos usual que llegue un cliente nuevo, pero llega a ocurrir como hoy.
Alguna vez vi en una telenovela coreana, cuyo nombre no recuerdo, que un chico dueño de una cafetería poseía un don, solo pasaba entre los hombres de su familia. Podía ver un tipo de aura en las personas, lo que le permitía ver el estado de ánimo que tenían sus comensales, así ellos se ayudaban para saber qué tipo de té o café prepararles, con el fin de ayudarles a mejorar su día o su vida.
Yo no poseo tal don, pero mi madre siempre me dijo que mi don especial es poner todo mi corazón en cada cosa que cocino, así que fusioné las dos cosas que más me apasionan, la comida y el psicoanálisis. Tomé unos cuantos diplomados y cursos de esta ciencia y mi carrera como tal fue la gastronomía por lo que me aventuré con esta cafetería para poder ayudar a la gente, esto es lo que hace especial a mi cafetería.
Mi nuevo cliente se sentó en la barra a pesar de haber mesas vacías, solo pidió un simple capuchino. Él realmente se veía cansado. Los años de experiencia que he ido obteniendo poco a poco me hicieron darme cuenta de que estaba cansado de luchar por un amor. Le ofrecí el pan que más me piden los que están heridos por un amor. Mientras comía noté que casi rompía a llorar, su reacción ante mi comida me conmovió de tal manera que aquella noche me inspiré en una nueva receta por si algún día regresaba.
Cada platillo tiene una misión especial y es lo que pasó con aquel chico, sus visitas se hicieron frecuentes, el macarron coeur que había creado para él había cumplido su misión: hacer que su corazón dañado se curara y el de otros tantos comensales. Lentamente este pequeño postre se fue haciendo famoso. Poco a poco nos fuimos haciendo amigos, buenos amigos debería decir, compartíamos gustos y aficiones, lo cual me ayudaba a entender un poco más el misterio de su tristeza escondida. Aún no lograba que mis mezclas en la comida lo confortaran.
Sin saber por qué casi un año exactamente, creé un nuevo platillo para el menú de la cafetería, A trouvé des amours, consistía en un café espumoso con un corazón plasmado en la espuma, lo acompañaba un cupcake de pink velvet con su clásico merengue de queso crema, decidí a último momento bañarlo en chocolate con toques de frutos rojos.
Tardé casi un mes en sacarlo a la carta, pues tenía que estar perfecto, no ser tan dulce que llegara empalagar, pero que perdurara su presencia en el paladar del comensal. Quería que todos los sabores de la memoria del primer amor se encontraran ahí. La invitación fue abierta a todo público, pero aun así le avisé a mi nuevo amigo que haría la presentación del nuevo platillo. Quería que estuviera presente a la hora que abriera. La fecha que escogí fue el día que apareció por primera vez en la cafetería.
Ese día fue el primero en la fila, pero en esta ocasión no venía solo, una mujer lo acompañaba. Era muy bella a pesar de que no se notaba en ella ni un intento por arreglarse aquella mañana. Tenía la misma apariencia que mi amigo cuando llegó un año atrás, entendí que ella tenía rota el alma, el corazón, toda ella estaba hecha trizas.
Al verla en ese estado decidí a última hora que sería un evento privado, la cafetería sería especialmente para ellos. Ese día me enteré que ella era su esposa, cuando él llegó a mi cafetería recién habían perdido a su primer bebé y por eso él estaba en ese estado. Después de haber comido mi macaron coeur había sentido un apapacho en el corazón y poco a poco gracias a mis platillos ese dolor se había ido desapareciendo para convertirse en esperanza.
Él había llevado a su esposa ese día con él fin de que mi nuevo platillo hiciera lo mismo por ella. Ahora que los veía juntos me hacían recordarme a mí y a Eroz. Era la pareja perfecta y tenía que ayudarla. Con el tiempo y mucha paciencia logré dar con los sabores necesarios, la esperanza llego también a ella.
Después de seguir sirviendo en la cafetería como siempre y de que mi amigo y su esposa decidieran intentar de nuevo tener un bebé, me di cuenta de que mi misión ya se había cumplido. Mi sueño seguía siendo el mismo, pero ahora tenía que ver a alguien más ser feliz.
Caminaba con Eroz a nuestra casa, lo amaba con todo mi corazón, estaba perdidamente enamorada y me preguntaba qué era lo que había hecho para tener a ese hombre a mi lado, quería estar con él para siempre. Ese era el momento adecuado para confesarle un pequeño secreto que había estado guardando por algunas semanas. Me paré frente a él de manera instantánea, él estiró sus brazos hacia mí para abrazarme, pero yo los detuve. Agarré sus manos y los puse sobre mi vientre…
—Entonces estamos listos para una nueva aventura…
Epilogo
La entrada al Sanatorio Psiquiátrico de la Ciudad de México estaba llena, la gente se amontonaba para poder ver a sus familiares que habían sido trasladados del extranjero. En la mayoría de los países ya habían salido de la cuarentena y el riesgo de contagio era poco probable, por lo que era seguro ver a los pacientes.
―Vengo a ver a mi hija, me dijeron que la habían traído aquí.
―¿Cuál es el nombre de su hija?
―April, se llama April
La enfermera revisó una larga lista, señaló con un marcatextos verde el nombre que ya había localizado.
―Acompáñeme, señora
Las dos caminaron por un largo pasillo, las puertas se encontraban cerradas. La pequeña ventana que se encontraba arriba del número de habitación se encontraba abierta, dejando ver la luz del sol que entraba por la ventana del fondo. La enfermera se paró frente a la habitación 1104 y llamó al doctor.
Un doctor con su uniforme pulcramente limpio, alto se acercó a ambas, atrás de él venía un joven sin uniforme, era el traductor. La enfermera presentó al doctor con la madre de April y partió por el pasillo hacia el vestíbulo. El doctor había venido con los pacientes desde Francia por lo que el joven que lo acompañaba era un traductor.
―Su hija fue diagnosticada con TEPT (Trastorno de Estrés Post Traumático), ella fue una de las contagiadas, pero nunca se presentó a un hospital. La encontraron unos guardias que patrullaban por el barrio donde ella vivía, la escucharon gritar de dolor, de inmediato la llevaron con nosotros. Físicamente se encuentra recuperada, pero mentalmente no sabemos qué tanto fue el daño. Los primeros días preguntaba por su esposo Eroz, por lo que mandamos a algunos policías a buscar en la casa, pero no encontraron a nadie, les preguntaron a los vecinos y nos dijeron que ella vivía sola.
Suponemos que las altas temperaturas provocadas por la enfermedad la hicieron alucinar con alguien. En ese momento para ella todo era muy real, no sabemos si durante ese lapso que estuvo sola con la enfermedad vivió algún otro evento traumático lo que la llevó a este trastorno. Poco a poco ella se fue aislando y ahora se encuentra encerrada en sí misma. No sabemos si en algún momento saldrá de esto. Lo lamentamos.
El doctor partió después de haberle dado unos cuantos consejos a la madre de April, en caso de que decidiera llevarla consigo a casa o dejarla ahí, donde estaría mejor atendida. La madre de April sabía que Eroz y su hija se habían separado hace varios años. Se paró frente a la puerta donde se encontraba su hija, se paró de puntillas y se asomó por la pequeña ventana. April se encontraba meciéndose en su mecedora, veía perdidamente aquella gran vista de Notre Dame. Se sobaba tiernamente su vientre mientras esperaba a que Eroz regresara.
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