Por Máximo Gutiérrez.
Las mejores batallas se ganan riendo. Después de hacer el amor, reímos. Fumamos riendo. Pagamos la deuda del banco riendo… Desde siempre se nos ha enseñado a reírnos de los malos momentos de nuestra vida. ¿Acaso no hay quien no se ría del propio fracaso? La risa es lo único que nos queda para negarlo.
De los grandes personajes que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, la sonrisa del enemigo es la que más nos llega hasta el orgullo, pero, ¿por qué no vivir en la infelicidad riendo? Hace mucho llegué a pensar que todas aquellas personas que, sin esfuerzo alguno, nos hacen una mala jugada en el trabajo, la calle o la familia, son las que, gracias a su capacidad para el humor y la carcajada, tienen la facilidad para el bienestar y la felicidad. ¿Felicidad?, ¿de qué? ¡Mentira!
El humor del bromista no es algo que reconforte, duele. Su especie es de los que ha sufrido más, por eso tiende a desviar su mirada hacia alguna parte para contar su chiste antes de que le duela el cuerpo. Él, al igual que sus víctimas, no está exento de la burla y el chantaje, ¿acaso entendemos eso? El humor no es entretenimiento, es protesta. ¿De qué?, preguntarán ustedes. El humor duele en todo lo humano, su protesta está en todas sus derrotas, en todo lo que está en la carne: el inminente fracaso de cada día.
El bromista es, ante todo, un ser que ha experimentado el mayor de los fracasos con toques de sufrimiento. Así, se diferencia de los escritores por buscar la negación del fracaso a través de pequeños momentos de reconocimiento hacia sus iguales: ¡aplausos, por favor! Y vuelvan otra vez a rezar, por eso su constante insistencia en los chistes.
La sonrisa es una enfermedad para ellos y no pueden nunca curarse de ella. La risa para ellos (síntoma póstumo) es la única arma que tienen contra la negación de su infelicidad.
Hay que aceptar, después de todo, que el humor, al igual que la sabiduría, es la enseñanza más profunda y trascendental que heredamos de nuestros agresores.
Algo se dirá del humor y, después de las risotadas, vendrá la difícil prueba del entendimiento. ¿Entender qué?, si todo está oculto entre carcajadas.
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