Antología

El cuento en cuarentena | Zen Day

[Como resultado del concurso “El cuento en cuarentena”, organizado por Palabrerías, con apoyo de las revistas Teresa MagazineTintero Blanco y Zompantle, este cuento se encuentra incluido en la antología El cuento en cuarentena, la cual puedes hallar de manera gratuita en Palabrerías]

Por Franco García

Aquella mañana del primero de mayo subí a mi azotea a beber un par de cervezas. El calor era insoportable, oscilaba entre los cuarenta y cincuenta grados. Me senté detrás de los tinacos y lo hice en calzoncillos para refrescar mi carne prieta, encebada, mugrosa. Bebía de a sorbos y degustaba sin prisas. De vez en cuando miraba al cielo. Un cielo azulísimo e impregnado de enormes nubes blancas. Parecían montañas o volcanes flotando. Jamás había visto algo así de hermoso. A veces pasaban parvadas de pericos o zanates irrumpiendo mi tranquilidad con su griterío. No sé si estaban felices o tristes pero me hubiera gustado ser uno de ellos y largarme de allí cuanto antes.

Trabajaba de mesero en el restaurante Las Palmas hasta que cerró sus puertas en marzo del 2008. Después de veinticinco años, les dieron cuello a todos los trabajadores. Apenas llevaba dos años. Nos agarraron en curva y ni pedo, a buscarle. Tanta violencia no daba para más. Al dueño no dejaban de amenazarlo con la cuota y a los turistas se les iba el hambre nomás con ver los periódicos y las noticias locales. “Oh shit! Oh my God!” Por todos lados se respiraba miedo, coraje e injusticia. Acapulco lentamente había dejado de ser el paraíso que alguna vez fue. Ya no había nada de atractivo. Todo era ridículo. Playas contaminadas, políticos hinchados de billetes, espectáculos deprimentes, cadáveres por kilos y tirados a plena luz del día. Solo daba lástima. Pero aquí no pasa nada, decía el gobernador frente a la pantalla, con esa estúpida sonrisa. Todo very good. Welcome to Acapulco Beach, my friends. El caso es que seguíamos fritos. 

Después de una hora de chelear y escuchar cumbias desde mi celular, me paré a echarle un ojo a mi vecina de frente, Paty, para ver qué hacía, entretenerme un rato. Barría y regaba su patio muy alegre. Siempre andaba tan enchorada y con blusas cortas, casi enseñando las chiches y las nalgas. Esa vieja cada día estaba más rebuena y yo sin un mísero quinto en la bolsa para invitarla a comer mariscos o pozole. Me compadecí de mí mismo. Mi estómago era el que sufría los estragos de mi jodidera. Con solo pensar la palabra comer me entró un hambre encabronada. Hacía tiempo que no me alimentaba ni cogía como Dios manda. Poco a poco perdía las energías para andar. Sobrevivía vendiendo lo que me había robado del restaurante: cubiertos de plata, cuchillos, vajillas de porcelana, manteles. Marce, mi vieja, me mandó a la chingada al enterarse que me habían despedido. No se tentó el corazón. Le dije que me apoyara con algunos gastos mientras buscaba otro trabajo, se los pagaría en cuanto lo tuviera. Sin embargo fue muy clara conmigo:

—¿Tú piensas que te voy a mantener? No, mi chulo. Mantenidos, ni a la esquina. Chíngale que no hay de otra. Estas —y se golpeó las nalgas— se ganan. Nada cae del cielo gratis. Y lo sabes mejor que yo.

—Pero, Marce. Es que…

—Es que nada, papito. Nel, ni madres.

Tenía toda la razón del mundo: o le chingas o te chingan. Era cuestión de coraje. Marce era una negra gorda, chaparra, gritona y con un carácter de los mil demonios. Vendía comida en el tianguis y le iba un poco mejor que a mí. Con ella había que estar al tanto o te cortaba los huevos si la engañabas con otra. 

—Cuida’o y me pones los cachirules porque te mando en cachitos al otro lado. Te ‘toy hablando, pendejo. ¿Ya me oíste? 

Soportaba todos sus chantajes porque era una salvaje en la cama y eso me excitaba. Toda ella me gustaba. Desde sus juanetes hasta sus peludos sobacos. Su sudor era salado pero sabroso. Con ella practiqué el sadomasoquismo. Oh sí, era una locura hacerlo durante las noches. Me mataba de placer. Los gritos podían escucharse por toda la Vacacional. No dejábamos dormir a los vecinos. Y es que las casas de los pobres son tan delgadas, tan frágiles, que el escándalo podía atravesarlas como aguja en el agua. Nos odiaban pero Marce y yo gozábamos a lo bruto. Eso era lo que más extrañaba de ella al ver mis cicatrices. Lo último que supe de Marce es que se fue a vivir con un chofer de urbano. En fin. 

Y ahí estaba Paty, segura de sí misma, meneando eso enorme culo. Pero alguien tan flaco y jodido como yo la llevaba de perder. No sexo, no comida y el hambre pateándome como mula. Por momentos nublaba mi mirada, me desequilibraba. Podía irme de bruces a la calle. Así que bebí de mi cerveza para tener más  jale y reponerme. Luego recordé que en la cocina aún me sobraba algo de arroz con frijoles, Coca, Sabritas y algunos bolillos. Sin dudarlo dos veces, me dirigí por el menú. Una vez que terminé de comer, la alegría se apoderó de mí y retozaba como pez en el agua.  De nueva cuenta salí a ver a mi vecina. Esta vez ya no estaba pero su patio había quedado  más limpio que mi suerte. Minutos después apareció Rutilo en su vieja Italika. Rutilo era mi mejor friend. Era un negro gracioso, inteligente y chambeador. Trabajaba de guía de turistas. En cuanto vio mi jeta estacionó la moto frente a mi casa y me gritó:

What happen, my friend? What do you do, eh?

—Ya sabes, primo: asoleándome un rato. Where are you going?

—A ver a mi morra. Es día descanso, parna. 

—Ahhh, Simón. Lo olvidé. ¿No quieres un trago pues?

—Híjole, brother, llevo prisa. Pero okay, una beer es una beer. One by one.

Come on pues pa’cá. 

Una vez arriba, Rutilo se sorprendió al verme en calzoncillos. Se echó a reír y se burlaba de mi cuerpo escuálido y tajeado como lombriz. 

—Arajo, zanca, qué flaco estás. Come algo, chinga’o, o te vas petatear. 

—Eso hago, primo. Nomás que el baro no retoña y hay que cuidarlo pues. Ya ves lo que me pasó.

—Sí pues. ¿Y no te ha caído nada, cabrón?

—Nada, loco. Voy y vengo para todos lados y nel. No sé si pelarme pa’l norte. Ya me harté. Esto está de la chingada. 

Relax, don’t worry. Ya verás que pronto te cae algo, chinga’o. No pierdas la esperanza. 

—Pues eso hago —le dije y saqué la cerveza de la hielera y se la aventé—. Nomás que yo creo que Dios se volvió sordo conmigo. 

Rutilo la destapó y bebía desesperado. Sudaba de a madres. Luego dijo:

—Mames, qué calor. 

—Sí. ¿Así que vas a ver a Susy?

—Simón. Cómo quiero a esa vieja. ‘Toy clava’o con ella. Si me trae de llavero, ni cuenta me doy. 

—Así es el amor: apendeja y malluga a sus anchas. Es normal. 

—Je, que si no. Me quiero casar con ella e irme de luna de miel a Cancún. Ya sabes, todo el show tropical. Quizá allá encuentre chamba. Hay más baro que aquí, dicen. A lo mejor te jalo, loco. 

— Pero de los huevonfles — le dije y nos echamos a reír. 

Rutilo acabó su cerveza, miró su reloj de pulsera y en seguida me pidió otra.

—Verga, me cayó tan bien. Pásame otra si tienes pues. Ya me piqué.

Había suficientes y se le alcancé. Antes de destaparla, sacó su celular y le llamó a Susy para decirle que llegaría un poco tarde. Tenía unos pendientes que resolver pero desde donde me encontraba escuchaba sus mentadas de madres. Al parecer no le creía nada. Rutilo regresó a verme y se puso más rojo o azul de lo que estaba. Así que no tuvo más remedio y le colgó. 

—Se encabronó. Al rato la convenzo. No hay pex. Ya sabes cómo son las viejas. Según se encabronan pero con cariñitos y regalos se les baja. Ya verás.

 —Ajá. 

Destapó su cerveza y comenzamos a hablar de nuestra infancia y de las desgracias que habíamos vivido juntos en la Vacacional.

—Juelachingá, primo, cómo pasa el tiempo, ¿ve’á? Esta colonia no cambia, seguimos en las mismas. Con la diferencia que ahora nos ahogamos de sangre, eso sí. Sufrimos un poco más pero ahí vamos, ahí vamos.  No queda de otra. Bye bye, Acapulco Paradise

—Je, dime a mí. 

I know, I know. Tas joven, ya caerá la chamba. Oye, ¿y la Marce? Hace mucho que no la diviso.

—Pinche Rutilo. Me mandó a la gaver, cabrón. Toy solo y sin money. La combinación perfecta. Oye, brodi, ¿por qué no me echas la mano en tu trabajo? También le sé al inglés.

Oh yeah! Very good, very good. Déjame ver y I talk you. Nomás que si me vas a aguantar tantito porque eso de la turisteada últimamente anda muy depre, zanca. A la fuck you los pinches políticos y sus estupideces que dicen en la tele. Todo very nice, todo very well. Ni madres. 

—Te entiendo, Tilo. A la verga con todos ellos. Salud, pues. 

—Salud, zanca. 

No parábamos de hablar y de beber por todo: amor, mujeres, programas de televisión, futbol. Después de dos horas, Rutilo se despidió de mí. Trataría de convencer a Susy que lo perdonara. Estaba emocionado con la boda y le propondría matrimonio de una buena vez. Le compraría el anillo a su gusto. Nos abrazamos con fuerza y me prometió solucionar cuanto antes lo de mi favor. Me deseó suerte. En seguida subió a su moto y arrancó a toda prisa, zigzagueando. Cuando se marchó volví a sentarme detrás de los tinacos. Había atardecido y corría algo de aire fresco. Saqué la última cerveza que quedaba en la hielera. La destapé, di un trago y miré a mi alrededor.  Acapulco parecía más bello de lo normal, único y perfecto. Era primero de mayo y ya no sabía si estaba triste o feliz. Daba igual.

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