El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Estancia

Por Guillermo Alvarado

Diego viaja cada cierto tiempo por su trabajo, cada tres o cuatro semanas, lo mandan de comisión a ciudades cercanas a la capital, viajes de aproximadamente 2 o 3 horas en camión y estancias de no más de dos días. Diego decide viajar por las noches para ahorrar tiempo, también ahorra tiempo a la muerte ya que si muere de noche en la carretera la muerte aprovecha para llevarse a todos y no solo a él. Al ser un viaje de noche es fácilmente identificable y su muerte junto a la de los demás en el camión no entorpece tanto la rutina de los demás.

No es que Diego piense mucho en la muerte, solo desea fallecer de manera no tan dramática. Tampoco es que piense mucho en la vida o en los aconteceres de esta, en realidad anteriormente pensaba en números y en planes, después pensaba en sus próximas vacaciones, después en el próximo fin de semana o en los regalos de Mónica para compensar el tiempo que no podía dedicarle. Diego ya no piensa mucho en eso, Mónica se fue hace unos meses y de los planes a futuro se fue olvidando. Ellos se fueron mucho antes que ella, ahora las vacaciones tardarán en llegar, el fin de semana es solo una estancia más y aunque el dinero es puntual, no es más que leña para continuar activo en la vida, para continuar sofocándose en ella.

Este mes Diego visitará la región de Tochtlitepec al oriente de M… Presentará los nuevos productos a los gerentes de la zona, dará algunos informes y regresará con sudor en su ropa, aún más alquitrán en sus pulmones y con algunos kilómetros extra en su haber como viajero frecuente. Diego está vacío, se siente vacío y se sabe vacío. Quizás está a un paso de una depresión o de una explosión colérica, vive en el peligroso equilibrio entre un infarto al cerebro o un evento cardiovascular, duerme sin descansar, come sin saborear y a veces respira hondo sin ganas de exhalar.

Tochtlitepec es un pueblo mágico, cercano a la ciudad de C. donde en realidad tendrán lugar las juntas programadas, pero debido a la política de aminorar costos en viáticos la empresa decidió alojarlo en Tochtlitepec y de allí transportarlo a las inmediaciones de las oficinas de C. Como es sabido el trabajador acepta todas las instrucciones de la empresa, así sea transportarse 40 minutos o más. A su llegada al hotel Diego no alcanzó a notar alguna particularidad, quizás porque no la había. En general era un hotel austero y algo viejo, como todos los anteriores a los que lo han enviado, austero por no decir menos, con los placeres básicos del asalariado: cable y WiFi, tacos a la vuelta de la esquina y algún bar a pocas cuadras. Lo único que le desagradó era la presencia de una cucaracha cerca de la puerta de entrada. Al notarse mutuamente ambos se repelieron, solo la cucaracha tuvo la amabilidad de retirarse, escondiéndose en los recovecos del marco de la puerta. Diego, asqueado, pero no lo suficiente como para quejarse en recepción, entró sin mayor aviso y se preparó para desempeñar su trabajo.

Acabada la primera junta con el equipo de gerencia de la zona, Diego viajó sus respectivos 40 minutos hacia su hotel. Nuevamente una cucaracha, quizás la misma, se encontraba por la puerta de su habitación. Diego enfadado pero cansado intentó sin éxito matarla de un pisotón, al menos la ahuyentó y con suficiente suerte aquella cucaracha moriría del susto en su propia cama miniatura. Diego se quitó la camisa, el pantalón y los zapatos, se arrojó a la cama y se quedó allí, sin dormir ni descansar, como un objeto más encima de un colchón, no pensó en sus días con Mónica, no recordó enviar su ropa a planchar para el día de mañana. Diego parecía más distraído en este viaje, más envejecido, el tiempo transcurrió lentamente, se giró al reloj y apenas había transcurrido un hora y media. Su respiración era calmada pero arrítmica, los ojos resecos e hinchados, se incorporó como pudo y salió de su habitación. De nuevo una cucaracha se escondió al verle, su enfado con la vida tomó como pretexto la higiene del hotel y fastidiado salió en búsqueda del encargado.

Con poca suerte y sin su ropa regresó a su habitación. El encargado era un hombre mayor, quizás de la edad del padre de Diego, no podía remediar mucho, pero se comprometió a mandar la ropa de Diego al servicio de tintorería más cercano. Diego optó por intentar relajarse, tenía toda la noche para poder dormir unas cuatro o cinco horas que era lo que habitualmente dormía desde unos meses a la fecha. Sin ropa de cama se acostó y pegado el celular a los ojos, se quedó revisando videos y correo electrónico hasta que el cansancio lo venció.

Unas horas después su alarma sonaba, tiempo de comenzar de nuevo, al menos era el último día, hoy terminaba su labor aquí. Se estaba bañando cuando el encargado del hotel le traía su ropa, la recibió y se vistió. Una ligera sensación de alegría le abordaba, ya regresaría a su casa, al menos maldormiría en su propia cama o malcomería en los lugares que ya conoce, regresaría a su mísera vida, pero en las míseras condiciones que el conocía. Al salir no se sorprendió de ver a una cucaracha escabullirse, por la tarde abandonaría el hotel y las cucarachas no serían más su problema.

Una llamada bastó para cambiarlo todo, su jefe personalmente le había localizado, su estancia tendría que prolongarse indefinidamente. Al parecer un par de gerencias aledañas asistirían y era de vital importancia su permanencia en representación de su zona. Llegó a su habitación sin ánimo alguno, no se inmoló por la cucaracha escurridiza. Llegó a su cuarto a posar su cuerpo en la cama unos minutos antes de salir a dejar su ropa en la tintorería, quizás sería necesario conseguir alguna otra camisa y corbata. Cerró los ojos intentando dormir. Fue en vano. Los volvió a abrir y tomó su celular.

Pasaría al menos tres días más en el hotel. Dado que el día siguiente sería feriado tendría tiempo de ir a conseguir una camisa diferente para presentarse en las próximas reuniones. Aprovecharía para comprar algo de comida enlatada para ahorrar en alimentos y definitivamente conseguir insecticida.

A la mañana siguiente se levantó temprano sin haber dormido bien, se encaminó a la tienda de autoservicio más cercana, compró lo necesario y sin detenerse regresó a su hotel. En la puerta había una cucaracha, intentó aplastarla con el pie, pero solo consiguió torcerse un tobillo. Entró a su habitación enfadado, tomó el insecticida y roció todo el marco de la puerta, salió entonces y roció un poco más, vació la primera lata en el baño y por debajo de la cama. Abrió la única y pequeña ventana para ventilar el lugar, también emparejó la puerta y el aroma inundó el pasillo pero al estar a la intemperie no causó gran malestar. Fue entonces que se dio cuenta que no había huéspedes, al menos no en su piso, el primero, lo cual indicaba que era muy probable no hubiera nadie más en los dos pisos restantes, quizás se encontraba solo en todo el edificio.

El hecho de estar solo lo intranquilizó, cerró la puerta y se puso a ver la TV. Notó por primera vez el silencio, solo su televisor estaba encendido, no había ruido de pasos, ni de conversaciones, mucho menos de niños, estaba solo en el edificio. Apagó la TV y observó la vista desde su habitación, una calle escueta, con un par de transeúntes yendo en direcciones opuestas, el sonido de un motor de auto a la lejanía, el murmullo del viento moviendo las copas de los árboles. Desde hace tiempo se había sentido solo, pero en estos momentos se supo solo, los nubarrones que amenazaban con dejar caer la lluvia le inspiraron añoranza de su casa, de las cosas que dejó Mónica en su departamento y que aún revisaba ocasionalmente.

El cielo grisáceo opacó toda la habitación. Ansioso de sentirse en las entrañas de un monstruo gigante de cemento salió ansioso de su habitación. Nada más un primer paso fuera y escuchó un crujido, no tenía que pensarlo dos veces, sabía lo que era, la cucaracha aplastada en la suela de su zapato aún movía sus antenas y sus alas desgarbadas. Un poco de asco le recorrió el estómago aún ayuno. Embarró la cucaracha en la orilla del pasillo y continuó su salida.

Necesitaba una cerveza o quizás algo más fuerte, necesitaba al menos escuchar bullicio y el calor hediondo de un grupo de gente desconocida, mendigaría algo de compañía incidental. No encontrar a nadie en la recepción no le sorprendió. Salió del hotel y perfiló para el bar que había visto a su llegada, un par de calles atrás del hotel. Divisó un poco de gente a lo lejos, siguió calle abajo y encontró un vagabundo tirado en la banqueta, probablemente dormido pues no se movía, pero pronto sería despertado por el agua fluvial. Anduvo un poco más y al ver más de cerca a aquellas personas un sudor frío le corrió por la espalda. Aquellas personas estaban sin movimiento y ahora lo notaba, estaba todo en silencio, toda la calle, quizás toda la ciudad, incluso el cielo había dejado de concentrarse para dejar caer la lluvia, todo estaba detenido, estático, el mundo entero se había estancado. Algo oprimía su pecho, él también perdía su capacidad motriz, el tiempo le abandonaba y le dejaba inmóvil como una estatua, como un objeto más en la calle, junto a otros objetos, antes personas, que también estaban allí, algunos otros en sus casas o trabajos, todos fijos en su lugar, inamovibles. Todo el tiempo de la humanidad perdido por un descuido, todo por aplastar a la cucaracha equivocada.

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