El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Infección

Por John Gómez

Nadie sabe cómo comenzó todo, pero lo primero que me viene a la memoria son aquellas noticias que, por entonces, se entendieron solamente como casos aislados: un tipo le arranca la cara a otro bajo el cielo nocturno de Miami, la policía da con un hombre desmembrado en un apartamento en Montreal, alguien devora el cerebro de su compañero de cuarto en la ciudad de Baltimore. En fin, eran historias que bien podrían ser parte de la ficción perversa de Edgar Allan Poe, sucesos aparentemente aislados de una extraña demencia que se propagaba por la costa este de Norteamérica. Sin embargo, ya que al norte de nuestro miserable continente era común que lo aberrante fuera parte de los noticiarios, ninguno de estos hechos pareció importarle a nadie.

Pero llegarían a tener una mayor relevancia en tanto se sumaron a otros cuantos en la orilla adversa del Atlántico, donde terminaron por volverse una constante. En Inglaterra, un adolescente en Bristol1 saltó al encuentro de un automóvil con el propósito de “acabar con las visiones”; y en una remota ciudad alemana, un turista norteamericano fue atacado por una pandilla de punks que le arrancaron la carne del torso y lo dejaron esperando una muerte dolorosa y segura bajo la lluvia (en la versión más violenta de Casablanca). En Lyon, un campesino alertó a las autoridades por el hallazgo de un hombre con las cavidades oculares vaciadas por completo, flotaba en un estanque próximo a un viñedo, vivo aún, aunque muy débil.2 En Barcelona fue hallada una mujer desmembrada entre los árboles del Parque Güell con cortadas profundas que ascendían del pubis a los senos.3

Estos hechos, distribuidos por distintos lugares del globo, en un periodo de tiempo muy reducido —háblese apenas de semanas—, hicieron estallar las alarmas de las distintas instancias internacionales. La OMS creó una comisión para que investigara —particularmente— estos casos, en un esfuerzo conjunto con la INTERPOL y las distintas fuerzas policiales de cada nación. De allí surgieron los primeros avances en el caso del VIDZ-13, pues en la época en la que todo aquello apenas iniciaba, estas formas aberrantes de violencia se entendieron como producto de los síntomas de un extraño virus, cuya naturaleza era incierta (conclusiones arrojadas por los forenses4 y recogidas por la Comisión Internacional para el Análisis y Regulación de Homicidios Bizarros, establecida por la OMS, a inicios del año 2013). Se decía que, sin saber cómo o de qué forma, entraba en contacto con el cerebro humano y mutaba devorando gran parte de la corteza cerebral a un ritmo acelerado, lo que producía, en los pacientes infectados, alucinaciones y episodios psicóticos. Los científicos explicaron que “cuando el cuerpo desactiva la corteza cerebral esto nos deja con un cerebro primitivo, casi como el de un reptil, al que solo le interesa sobrevivir. La ética desaparece por completo y eso hace que sea más fácil hacer lo que sea para asegurar la supervivencia, lo que incluye, quizá, comerse a otro miembro de la misma especie”. En el caso de este virus, cuya propagación se creyó inicialmente causada por los roedores —como la Peste Negra o el Hanta5— esta ansia caníbal (como lo evidenció el caso del adolescente suicida y lo confirmaron las declaraciones del profesor italiano) “implicaba el asedio tortuoso de extrañas visiones como aquellas que pueden ser observadas en los llamados ‘malos viajes’ con la dietilamida del ácido lisérgico —o LSD—, que llenaban de increíble tormento a los individuos agresores y los llevaba a matar o morir en un estallido violento de paranoica auto-conservación”.6

Así pues, como medida de emergencia, la Comisión se encargó de triplicar el control de aduanas, analizando al máximo todos los paquetes que entraban y salían de las poblaciones afectadas, así como exigir a las personas que viajaban fuera o dentro de aeropuertos, estaciones, metros o muelles, un certificado de sanidad —documento muy costoso, por cierto— para poder ingresar o abandonar las distintas terminales internacionales. Aquellos que no lo tenían no podían abandonar la terminal sin que la Comisión se hubiera cerciorado de que estuviese en óptimas condiciones de salud, y aunque tales condiciones se confirmaran, no podían viajar sino hasta semanas después —luego de una cuarentena obligada— por precaución.

Como era de esperarse, muchas personas se llenaron de dinero falseando estos documentos. La gente no estaba contenta y las manifestaciones no se hicieron esperar. Estas fueron la comidilla principal de los medios de comunicación y las redes sociales. No obstante, el virus ya se había regado en pequeños brotes al interior de ciertos países y las mínimas brechas en los controles de la Comisión —que, de todos modos, solo se enfocaban en las principales naciones primermundistas— permitieron que este se expandiera al mundo entero, poblándolo de horrores como si se tratase de una película de George Romero. 

Hasta este punto, el conocimiento del virus era inexacto y por ello se dio la Segunda Oleada. Ni siquiera la Comisión, con todos sus estudios y sus mentes supradesarrolladas, había logrado crear una vacuna contra el virus —pues no se sabía, siquiera, la forma en que este se propagaba—. Fue cierto tiempo después —dos o tres meses, más o menos— cuando se descubrió que el virus podía contraerse por medio del consumo de carne contaminada —carne de cualquier especie animal, pobremente tratada, generalmente empaquetada para exportación y ampliamente difundida a través de las amplias barreras de comercio mundial—, y a través de las relaciones sexuales, igual que las ETS y el VIH. Pasarían casi diez meses más antes de saber que, en muchos casos, el virus tardaba en manifestarse y podía dar resultados negativos en los análisis sanguíneos.

Fue por esa misma razón que los brotes alcanzaron su máxima extensión en países subdesarrollados, como aquellos donde los nativos morían aún de dengue y de malaria. En la sabana africana, el VIDZ-13 era tan solo uno más de los muchos horrores que persistían, y al ser más agresivo que el SIDA, no había mecanismos efectivos de tratamiento o de control.7 África del sur, América Latina, ciertas islas del Caribe y naciones asiáticas como India, Indonesia, Mongolia o Vietnam se convirtieron en principales exportadores de la infección y la Comisión vio sus esfuerzos truncados frente a un contagio in crescendo. Fue allí cuando se concertó, como medida desesperada, eliminar la infección a cualquier costo.

Así, las incursiones militares violentaron las barreras políticas de los distintos países en los que la amplia propagación del virus levantaba, en cada esquina y calleja solitaria, ciudadelas fantasmales y campamentos espectrales. Los grupos de sobrevivientes se refugiaban donde podían, pero en cualquier momento, uno de ellos irrumpía a gritos a media noche y rasgaba el silencio con profusos estertores, haciendo que el miedo se posara sobre los corazones de los otros. El mundo mismo se llenó de temor bajo la neblina del más nefasto de los males del planeta, después del hombre.
Como consecuencia directa de la violencia de la cura, fue preciso designar personas encargadas, únicamente, de la recolección y destrucción de cadáveres infectados. A estos se les dio el nombre de necronautas, pues debían viajar entre los muertos para transportar sus restos a lugares específicos y, una vez allí, incinerarlos, ya que, al podrirse la carne, el virus podía llegar a mutar de tal forma que se hiciera posible el contagio de manera pulmonar. Estos necronautas debían, por tal motivo, trabajar con máscaras que filtraran el virus del ambiente. Tales máscaras, en conjunto con sus prendas antisépticas y el trabajo que debían ejercer, les daban la apariencia de seres fantásticos, como de otro mundo. Los niños, especialmente, les temían con reverencia, pues presagiaban en ellos a la muerte misma. A su alrededor se formó un aura de misticismo, como la de las primeras religiones. El VIDZ-13 acabó casi con la totalidad de la fauna mundial y trajo caos, horror y desolación a los territorios olvidados por Dios.

 Notas:

1 La Inmunda ciudad de ladrillos de Thomas Chaterton.

2 Este hombre, identificado posteriormente en los medios como Paolo Gliacci, reconocido antropólogo italiano, sería uno de los únicos sobrevivientes de esta primera oleada de ataques, antes que todo empezara. Se haría famoso por un estudio del caso, publicado en Milán. Su obra fue vendida ampliamente.

3 Estos últimos, dos bellísimas obras de arte genético.

 4 Johann Kerrigton. The rare cannibal condition: A rational explication for the zombie-type behavior. Oxford University Press: London, 2013.

5 Aunque nadie tenía idea de cuál era la fuente de este virus y en las ratas ya pesaba el estigma de haber acabado con dos tercios de la población en la Edad Media, por lo que sería injusto culparlas sin prueba alguna.

6 Paolo Gliacci. Antropofagia contemporanea. Garganti Editori: Milan, 2014. p. 215.

7 Es preciso recordar que el virus tardaba en manifestarse en ciertos casos, pero una vez empezaban a darse los síntomas —fiebre, sudoración excesiva, nerviosismo, alucinaciones, violencia extrema, incoherencia en el discurso y canibalismo—, la rapidez con la que el virus derivaba los síntomas a su máxima expresión no permitía que pudiese tratarse bajo ningún parámetro establecido previamente y el tiempo era apremiante.

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