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Poesía| Bandoleros que tocaban bandola

Por Alberto Bejarano

Esta es una breve historia en barrunto que arremete con las siluetas de los bandoleros que llevo en la sangre, el precipicio de las memorias de mis abuelos, la más querida, María Teresa y la distante, contraída, tan difícil, ensimismada en sus amargos sinsabores, Inés: así tenemos pues Martínez-Pinzón, Téllez-González… Y acá estoy yo, bisnieto de los dos bandoleros con y sin bandola: José Domingo Pinzón y Efraín González Téllez, uno más famoso que el otro y yo, el fañoso, el que deambula en los pasadizos de los secretos familiares… ¿Qué es ser bandolero?, ¿qué es tocar una bandola? La historia va a paso lento, de mula embarrada, de sinsonte de Cundinamarca al Valle, de la Vega a Sevilla en los años cincuenta, en plenos años del barro y el fango de la Violencia, de los puentes, de las masacres, de los tiroteos, de los escondites al amanecer en cementerio casi baldío (los muertos vagaban, vadeaban por los ríos de la entonces patria…). Decían en esos tiempos que Colombia era ampliamente baldía, que las tierras de indios, negros, jaguares y gallitos de roca estaban vacías y hechas para ser cazadas, para ser cultivadas, apropiadas por cualquier colono y terrateniente que quisiera. Ay, el querer. La querencia. Querían, quieren que todo sea baldío, que no tenga dueño, mucho menos a título colectivo, que todo sea un pastizal para vacas y para inmensos cañaduzales que no se van a embocar en sabrosos jugos de caña sino en aceite de etanol para máquina y autómatas. Auto-matas. Ay. Esta tierra arada por mulos, mulatos, indios, negros, bogas, zambos, doble historia, triple, cuádruple de mescolanzas no está hecha para ser improductiva dicen los seudoeconomistas en la radio cada mañana… ¿y nosotros qué decimos? ¡Somos guaduas, somos guaduales que lloran, sí, como los guaduales, como el que se inspira en estos labriegos olvidados, anónimos y montan una finquita en el pie de monte, una para ver las estrellas y ver crecer los racimos de sueños, otro para cultivar palmo a palmo, los dos hermanos golpe a golpe verso a verso, con los perros FEO y LUPITA, a lomo de monos gramáticos, años tras años, esperando la cosecha, la vorágine y entonces las luces, la civilización, en medio del alambique, algo nace, pero los marranos y las vacas sobrepasan las cercas, como gemelos de los viejos terratenientes, y todo se pierde, por el momento, pero se vuelve a sembrar, y se vuelve a dormir en las mini colchonetas y almohadas de ziggie y la vida vuelve a empezar. Lo que importa es el sueño y la pensadera. Una poeta y un agrónomo, hermanados en el monte. Los que por allí pasan como prófugos andariegos se santiguan y le rezan al monte, sí, para que crezca de frutales y hortalizas y así sonreír. SOMOS BANDOLAS YA NO BANDOLEROS.

Recomendación editorial para complementar: El corrido de Efraín Gonzalez de La Nueva Rebelión.
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