Por Augusto Mauricio Lozano Alvitrez
Algunos eventos que caen en el territorio de lo paranormal muchas veces no tienen explicación racional, a pesar de los esfuerzos por conjeturar hipótesis que nos permitan tranquilizarnos con una respuesta razonable. No hay respuestas que mitiguen la zozobra que nos producen algunos sucesos que escapan a lo conocido y que sin embargo, solemos ver entre las penumbras que se forjan y acentúan durante la noche. Espíritus, fantasmas, ánimas, duendes, demonios de la noche o ángeles caídos: son los nombres que a veces solemos ponerles a estos entes que cuando ingresan desafortunadamente a nuestras existencias, quebrantan la tranquilidad de nuestras vidas suplidas en el trabajo y todas las demás cotidianidades.
El siguiente relato desafía la imaginación lógica del común de la gente, pues quien lo vivió es alguien que siempre tuvo una explicación para los eventos con relación a lo paranormal, por su misma formación académica. Sin embargo, no tiene ningún argumento razonable del hecho que le sucedió y que será contado a continuación.
Era una noche fría como pocas, tanto que obligaba a las personas a pensarlo dos veces antes de salir a caminar por estas calles de la ciudad de Casa Grande. El doctor Percy salía a recorrer como era su costumbre la plaza principal, epicentro de la pequeña ciudad industrial. Por lo regular estaba tan llena del bullicio de la gente que este prefería salir durante las noches. El doctor después de una larga labor en su consultorio médico gustaba de ir a la plaza mencionada a pasear y poder con ello desarmar la tensión del trabajo del día a día, así como encontrarse con algunos amigos o simplemente relajar un poco el cuerpo antes de ir a dormir.
La noche había llegado rápida y silenciosa. Era una noche de esas en que aparentemente no pasaría nada, ya que la luna majestuosa solo acompañaba al tedio de una velada sin novedad. El gélido viento se mezclaba en el aire con el olor de la dulce melaza, en tanto que la vieja fábrica envolvía el cielo con el humo de sus chimeneas, tras haberse este deslizado previamente entre las viejas farolas que traslucían en su camino hacia el negro firmamento. Al humo lo acompañaba un rumor reverberante, un peculiar sonido intermitente, a lo lejos y a lo cerca, que repercutía como un eco lejano en la bóveda celeste, comparado muchas veces a los silbidos causados por tormentas.
El doctor, fatigado o hastiado ya de dar vueltas por la plaza, va desandando el camino en dirección a su casa, por la avenida Tren, que es como la columna vertebral del distrito y que, en un símil burdo e inapropiado con los caminos Romanos, era el desemboque de todas las calles, por lo que era muy concurrida por los pobladores. Cerca de las 10 de la noche, el Dr. Percy, estando ya al final de la avenida, cruza el doble asfalto de la avenida Daniel Rodríguez y pisa la vereda de la plazuela Miguel Grau, ya que precisamente en esta urbanización quedaba su hogar.
La luz en la plazuela es muy escasa y en las noches muchas veces la rodea gente algo extraña. La plazuela, desde hace décadas, luce muy descuidada por parte del municipio de este distrito. La hierba mala está muy crecida en algunas partes de este lugar. Percy, que iba absorto en sus pensamientos, de repente divisó algo a unos metros delante de él, algo que estaba en una posición medio extraña a mitad de la acera que atraviesa en diagonal a la plazuela. Vio inicialmente algo que estaba entre la mala hierba de esta plazuela y cerca de la acera de tránsito. El doctor, muy lejos de pensar en algo paranormal, se dirigió a aquello que llamaba mucho su atención, que al parecer era un niño de la calle que estaba perdido por este lugar. Percy se acercó muy amigablemente para poder ayudarlo o preguntarle qué es lo que hacía ahí.
El niño se veía un poco desorientado y con una mirada fija observaba el mundo. Tenía encima como única prenda una bata de hospital. El pequeño extraño destellaba por todo su cuerpo una fosforescencia celeste que se hacía más luminosa y más grande cada vez. El doctor se iba acercando más y más hacia el extraño ser y, al estar a unos escasos cinco metros, diviso claramente que la infantil figura no tenías pies y la parte baja de su cuerpo se perdía en la nada.
Percy se dio cuenta de que esto no era normal. Las conjeturas se agolparon rápidamente en su mente, racionalmente entrenada, sin hallar una explicación lógica. Cuando su cuerpo comenzó a recordar sus innatos instintos primarios, provocó en él un erizamiento de sus vellos capilares y un temblor que invadió rápidamente su cuerpo, tornándose luego en una parálisis muscular momentánea. Mas, el doctor, haciendo acopio de voluntad, siguió su camino por la vereda central que traspasa la plazuela, rodeando al fantasmagórico niño, quien con su cuerpo y mirada lo seguía en su movimiento.
Cuando estuvo a una distancia prudente, Percy huyó con todo lo que le dieron sus agarrotadas piernas y, casi a alturas del monumento al héroe náutico que ahí está como fiel testigo de las cosas que pasan a las horas más pesadas de la madrugada, el doctor se detiene a divisar, perplejo por aquello que vio. Parado ahí cerca del monumento y pensando en un mar de posibilidades sobre lo ocurrido, grande es su sorpresa al ver que el espectro ya no estaba donde lo había dejado. Trató de agudizar su vista en dirección al club CIPA (un icónico lugar donde hay sembradíos), pero no logró ver nada. El miedo nuevamente lo invadió y sintió que hasta el viento se había convertido en cómplice de la situación en esos momentos. El doctor sintió un frío que estremeció su cuerpo y recorrió su espina vertebral, y un sudor frío que perló su cuerpo e hizo que se estremeciera en un ambiente tan escalofriante que enmudeció sus labios y aceleró su corazón.
Cuando llegó a su casa las palabras le salían atropelladamente y se le trababa la lengua por el estrés al que fueron sometidos sus nervios, por lo vivido anteriormente. Rápidamente su madre le alcanzo agua de azar para poder tranquilizarlo y que les contara lo ocurrido. Percy tuvo que coger el vaso de agua de azar con las dos manos, ya que un fuerte temblor invadía sus brazos. Era tan notorio que sus familiares se quedaban anonadados y advirtieron lo delicada de su situación emocional, conmocionada por el encuentro con el ente. Después de unos minutos, pudo narrarles el episodio a sus padres. Su madre se santiguó cogiendo su rosario, en tanto que su padre solo le dio señas de que fuera a descansar, no sin antes decirle que mañana hablaría con él sobre estas cosas.
Pasaron 10 días desde este episodio. El doctor había dado por superado el incidente y después de una velada agradable con su enamorada, fue a su apartamento ubicado en los altos de uno de sus establecimientos de salud, que tenía como nombre “Consorcio Grau”. Era una edificación de tres pisos donde el doctor practicaba su profesión y daba consultas a sus pacientes en los dos primeros.
Percy llegó a aquel recinto para poder descansar con su enamorada. De repente escucharon unos pasos que transitaban por el amplio, despejado y muy iluminado patio del tercer piso. El doctor se incorporó de su lecho y miró por la ventana del cuarto para cerciorarse de qué estaba pasando. No vio absolutamente nada. Regresó al lecho a seguir retozando con su enamorada, pero los ruidos de pasos se escucharon nuevamente. Se incorporó en un santiamén y junto con su novia miró desde la ventana, pero el patio lucía como era usual: despejado.
Ambos recordaron que entre el primer y tercer piso existían tres puertas reforzadas con unas muy gruesas y sólidas rejas. Todas ellas estaban cerradas con llaves y enormes candados, e hicieron memoria de que no existía duplicado de las llaves, las cuales estaban en poder de Percy en esos momentos y a la vista de sus miradas. Los ánimos de ambos estaban entrando en zozobra cuando nuevamente se escucharon los pasos, esta vez más nítidos y dirigiéndose hacia la puerta del cuarto.
Los recuerdos del doctor emergieron intempestivamente evocando justamente el día antes de aquel encuentro con el pequeño espectro que atormentó su ser en la plazuela. De repente los pasos cesaron, Percy escuchó una voz que envolvía el lugar con su nombre. Era una voz susurrante, una voz como de ultratumba que hizo a su piel erizarse inmediatamente. El miedo se apoderó nuevamente de su cuerpo y del de su joven pareja. El pánico no dudó en hacer su aparición nuevamente. Su enamorada también estaba aterrada, pues al igual que Percy, escuchaba la voz, que crecía más y más, envolviendo el lugar con una sonoridad espantosa y haciendo el ambiente cada vez más pesado y tenebroso.
De repente su prometida salió despavorida del lugar, dejándole solo. El doctor salió tras de ella, espantado por aquello tan extraño y paranormal. Encontró a su enamorada que luchaba por abrir la primera puerta y la reja que se encontraba cerrada. Mientras apresuradamente abría las combinaciones, aquello le hizo entender que la noche en que vio aquello tan misterioso y salido de una película de terror en la plazuela no lo dejaría en paz hasta que entendiera los porqués de la desdicha de aquella ánima, que la obligaba a seguir vagando por la faz de la tierra. Tal vez tenía que encontrar la manera de que aquel espíritu descansara en paz, con la ayuda de todos los beneficios que ofrece el calor de los que se refugian en los brazos de Dios.
Categories: El cuento en cuarentena, General
Muchas gracias por publicar mi relato.