[Como resultado del concurso “El cuento en cuarentena”, organizado por Palabrerías, con apoyo de las revistas Teresa Magazine, Tintero Blanco y Zompantle, este cuento se encuentra incluido en la antología El cuento en cuarentena, la cual puedes hallar de manera gratuita en Palabrerías]
Por Daniel Sibaja
El casco de seguridad se rompe, licántropos te impulsan y caes al suelo. Te llamas Loba: jammer, con una figurita cinco estrellas de estampa; pero recuerdas que al amanecer, frente al espejo en que te miras, ya no tienes las cuatro patas y las ruedas están biseladas por ambos lados.
Los únicos aullidos del equipo son los del lado izquierdo, en un partido (BOUT) hay dos tiempos, cada uno de 30 minutos; esos minutos también son los que te sirven para arreglarte la cara, enjuagarte los dientes, escupirle al ropavejero de la Posada y salir con un par de patines reutilizados. Llevas en la mochila una llave allen y unos largos calcetines blancos. En esos 30 minutos divididos en jams, de a 2 minutos cada uno, los dos equipos de Roller Derby patinan alrededor de una pista ovalada en el sentido contrario al de las agujas del reloj. El suelo en ocasiones es plano; sin embargo, este, en el que te rompes las rodillas, es de un áspero escombro aperaltado.
El inicio del juego (PACK) se da a partir del primer silbatazo. Hoy tus tres blockers tratan de evitar que la jammer del equipo contrario anote puntos y te defiendan en la pista. Solo en casa te han empujado tan fuerte por prendas más cortas, el color en los ojos y la fragancia asepsia del cabello; tal vez el nudo aletargado de la cereza en tu boca te hizo gritar para avisarle a la manada que ahora la blocker Pivot no controla únicamente la velocidad de tu equipo, sino el tiempo que te queda de vida por tomarte algo de hormonas antes de llegar a la final del campeonato. Entonces caer es una trampa de cazador con púas.
Y lo será, porque es más importante la mudanza de tu cuerpo que convencerlas. Eres inteligente, cambiante y tienes toda una vida en construcción. Faltan dos jams. Tomarás de la mano a tu compañera y, pese a ello, las del otro equipo te empujarán por detrás para estamparte contra el escombro y romperte la columna.
Bajarás del avión, nadie te reconocerá ni siquiera por tu nombre en las credenciales ni por la medalla que traes encima y la puerta no se abrirá con fotografías en flash: estarás lejos. El taxi avanza, la blocker pivot del equipo te acompaña todo el tiempo porque es tu amiga. Habían reservado una sala en un banco de consultorio clandestino en la Zona Rosa. Se alegrarán por ti aunque tengas quebrada la columna. El doctor te saluda y comienza a explicarte la operación completa. Ya no tienes salida, sin pretexto ni motivo. No hará falta ninguno: es tu decisión, un día te rompes la espalda completa sobre la pista en el Derby y otro dices ser, por un juego de naipes, una animalidad de lupus gris en peligro de extinción.
En una ventana del tercer piso, miras las margaritas en tazones de barro alrededor de ti y comienzas a mover la cola con cicatrices. Piensas que incluso los perros saben distinguirse entre especies.
—No eres un animal —empieza a convencerte tu blocker de confianza; recuerdas que Pivot tampoco fue bienvenida en el equipo, a pesar de que ella es menos robusta y linda que tú.
—Gracias por estar aquí —contestas, te persuades; después verás la anatomía de tu cuerpo como un instructivo y lo asociarás con la de tus otros dos pies en rueda.
Te recostarán en la camilla. Anestésica, remembrante a los tics de los signos vitales, estás parada frente a tu familia o al equipo contrario que no busca dónde esconderse de ti y de ese cuerpo cuadrúpedo. A mitad de la noche vas escuchándote solitaria, con tus piezas desensambladas, haciendo ruido como los cláxones de la esquina, de gerundios orgasmos, habitaciones infectadas y secreciones en aceite o vinagre.
Pedirás que te quiten la pieza más grande, porque el freno delantero siempre fue un estorbo; que no quede rastro ni giros de tuerca floja; que dejen únicamente el cordón, la bota y la correa de velocidad para el Derby; lo demás será desechos tóxicos naturales. Pasarán los meses y los jarritos de flor, en cualquier ventana, irán cuarteándose. Le implorarás a Pivot por mensaje un par de patines nuevos y una pista lisa, acolchada.
Estarás de nuevo en el circuito: Redhead and the pussycaties vs Las Licántropas de PaseoVerde. Estás junto a Pivot, tu Indy Jamma Jones y las blocker, haciendo triángulos en la curva izquierda. Redhead quiere la delantera para comenzar a sumar puntos, pero tampoco ha podido rebasar a nadie. Temerás que te cometan otra fractura en la espalda y terminen por no cobrarles el penalti. En este juego, las que están en desacuerdo se sentirán más solitarias que tú y nadie te gritará: “¡Pinche, puto!, ¡cógeme la panocha!”, porque todas se desconocerán como seres orgánicas para convertirse en caníbales.
Al final deberán perder. Redhead tomará impulso para darte el clásico golpe bajo y los que no saben te patearán igual. Quedarás tumbada en el suelo. La pivot y tus blockers, incluso hasta el ropavejero, te observarán atónitos y más incomprensivos que nunca. Si lo deseas, te levantarás de nuevo como si nada y patinarás sin freno alguno. Te veremos, en elevación a la pista, levantarte en retroceso. Luego, como pequeñas fichas sobre hormigón, tomarás ventaja y sumarás los puntos necesarios, ganarás el campeonato. Y antes de irnos, si lo deseas, observaremos a lo lejos que ellas te ofrezcan un puesto en su equipo. O tal vez ni siquiera podrán darte un simple apretón de manos.
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