Por Alan Alexis Cruz Castro
Tengo varias ventanas abiertas para disminuir la sensación de encierro. En ellas se observa una infinitud de imágenes. Es posible abrir más de ellas que de las ventanas con las que cuenta mi casa. Internet es un alivio.
¡Tanta información que contiene la red! Simplemente basta con tener una idea y decidirse a teclearla en el buscador preferido. Se puede empezar con algo que resulte interesante, un “¡ah, cierto!”, aunque sea de lo más simple, como una canción ya escuchada, o una nueva, el vídeo recién subido de tu canal favorito, también se puede comenzar una serie. Las plataformas de streaming son las primeras en ofrecer, casi de manera maliciosa, ese momento de iluminación con sus sugerencias calculadas.
En todo caso lo difícil es decidirse, que no te rebase la cantidad de información, o bien, la posibilidad casi siempre posible de encontrar algo entretenido que hacer frente a una computadora o un dispositivo con acceso a internet. Fotos, vídeos creados por cuenta propia o no, libros y artículos para los más intelectuales, interacción por redes, hay toda una gran interacción virtual que está al alcance del movimiento de los dedos, a veces con más claridad de lo que se busca y sin descartar el mero ocio.
Esto es lo que hago, busco en internet y paso mis días, de una u otra forma, diciendo “estoy aquí”. Aquí, ¿dónde, exactamente? ¿En mi casa? ¿En línea? No lo sé, pero seguramente estoy haciendo algo; algo que mitigue el paso del tiempo sin razón; algo que lleve a distinguir el minuto siguiente del anterior, del instante en el que me levanté a estirar las piernas al momento en el que me senté y encendí la computadora. Porque es algo que estoy haciendo, ¿verdad?
Claro que hago algo, pues es posible distinguir la acción de encender la computadora de la acción de teclear, de la acción de mover el puntero; pero lo difícil es distinguir el aislamiento a causa de la epidemia del aislamiento por carencia de contacto humano. La experiencia me dice que existe un mundo allá afuera, aunque se encuentre detenido por una emergencia sanitaria. En el exterior, se dice por los medios de comunicación, los comercios están cerrados. Hay que mantener sana distancia, no generar el pánico y usar cubrebocas. Son medidas para pasar por este momento de crisis, el cual, continúan diciendo, superaremos. Pero también la experiencia me dice que yo sigo aquí encerrado. Es muy difícil distinguir entre experiencia y experiencia, entre lo que leo y creo que leo, entre lo que dice lo que leo y lo que veo.
Ahora escucho pasos fuera de la puerta de mi casa a pesar de que las indicaciones son que no debemos de salir. Oigo pasos y golpes en la puerta contigua. Entonces veo por la ventana y logro distinguir grupos de personas, al parecer estas personas no siguen las indicaciones. Grupos de sombras descuidadas se tambalean y se acercan unos a otros, es difícil verlos en la oscuridad de la noche. Aunque no dudan en perseguir a quien se les atraviese, también a otros que se toman muy en serio las medidas. Sus cubrebocas son de los más sofisticados, exagerados, les cubren todo el mentón hasta por encima de la nariz, tienen filtros de aire y terminan por cubrir el rostro con unos grandes círculos de vidrio para una cómoda visión. Siempre los comportamientos de las personas son tan variados.
Epidemia: “Enfermedad que ataca a muchos individuos en un mismo lugar y un mismo periodo de tiempo”. Riesgo de contagio: “el contacto con los otros, por favor mantener sana distancia”. No sé si estoy leyendo correctamente, porque lo que oigo es un poco distinto, hablan de que cualquier corte en cualquier parte del cuerpo implica infección, que el riesgo es alto y que, eso sí ha quedado claro, hay que evitar acercarse a una persona con el virus.¡Qué extraña indicación para una enfermedad similar a la fiebre!
Sin darles mucha importancia trato de cumplir las indicaciones, así que me aparto de la ventana, porque escucho que tocan a mi puerta. Quién será, no lo sé. Cuando a través de la puerta se oye que preguntan si hay alguien, yo me limito a sentarme frente al ordenador de nuevo. Me he sentido afiebrado desde hace un rato, por ello, y como si tuviera lentes de sol puestos, me digo: “Sí, sí, ya, a la chingada…”.
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