Por Fabricio Gutiérrez
El hielo que nos sostenía era muy delgado como para soportar el peso de más de una persona, por eso dejé de hacer el amor con aquella mujer que conocí a los 21. Lo mejor era no correr riesgos, así que decidí cambiar de habitación. En el camino un perro blanco me ladraba desde otro sueño. Shhh, shhh, traté de calmarlo, pero solo logré que se alborotara más. Se abalanzó contra la alambrada que lo separaba de mi sueño y se encendieron todas las ventanas de la casa de enfrente. Eran más de
las dos de la mañana y todos soñaban que caía nieve pero no caía.
Recomendación editorial para complementar: Sombras de Desakato.
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