El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Un amor más profundo

Por Ricardo Ángel Tejeda Anguiano

En el fondo del mar se encontraba un pequeño pececito enamorado de una pececita de colores que brillaba y resaltaba en lo más profundo del mar azul. Ella estaba enamorada de otro pez, de uno dorado; sus escamas eran finas, como si tratase de oro puro.

El pequeño pez enamorado quería encontrar la manera de enamorar a la pececita, pero no hallaba la forma de hacerlo, ya que él se parecía a cualquier pescado que pudiéramos ver.  Al pensar en ello se echaba a llorar, sus lágrimas viajaban por lo hondo del océano, lágrimas de sal. Al verlo llorar, un pequeño Delfín se le acercó  y le preguntó:

—¿Por qué lloras pequeño pececito?

El pequeño volteó y sonrió sin decir nada. Pasaron los minutos y le contó su pesar sin más.

El delfín quedó impresionado, pues él creía las criaturas como ellos no podían enamorarse. Así que  volvió a formular otra pregunta para el pequeño:

—¿Cómo es que te afliges por amor? Creí que las criaturas como nosotros no sentíamos.

A lo que el pequeño pescadito contestó:

—Claro que sí, el amor es universal. Cualquier ser vivo siente amor y aquel que diga que no es porque nunca lo ha experimentado o de verdad está loco o fuera de sí. Y qué nos queda si no es el amor.

El pequeño delfín, sorprendido por la explicación y respuesta del pececito, le respondió que él lo ayudaría  conquistar a la pececita por quien se moría de amor.

El pequeño pescado  le agradeció su ayuda, pero le contestó:

—No creo que eso sea posible, ya que ella está enamorada de un pez dorado, un pez cuyas escamas  brillan como oro y yo solo soy un pescado normal, como todos.

—Yo te guiaré a un lugar mágico que te ayudará a solucionar tus penas, pequeño —dijo el pequeño delfín con mucho entusiasmo.

—¿Un lugar mágico? —dice el pequeño pez.

—Sí, así es. Conozco un lugar. Ir puede convertirse en una de tus más grandes aventuras y conocerás la verdadera esencia del mar.

—Vamos entonces, todo sea por mi amada pececita. Si ella está a mi lado, el mar estará más azul y la luna se reflejará siempre en mi corazón.

Dicho esto, se apresuraron para ir a ese lugar mágico que le pequeño delfín conocía.

—¿Y qué tan lejos está de aquí ese lugar?

—Es un poco lejos, está en lo más profundo del mar, donde tus ojos jamás han mirado. Tenemos que nadar lo más rápido posible o saldrán a comer las bestias marinas, ellas tienen su horario y no queremos toparnos. Son muy grandes —dijo el pequeño delfín con cierta preocupación.

El pez no pudo evitar asustarse por lo que le dijo el delfín. Nadaron lo más rápido que pudieron y por fin llegaron.

Era muy distinto al mar, pareciera que hubieran llegado a otro mundo dentro del mar, era fantástico. Había una gran cascada, donde salía  agua cristalina, la más cristalina que pudiese imaginar. Pasaba un río, un río que no se sabe de dónde salió. Al caer el agua se veía transformada en colores, envuelta en un color rojo, como si millones de rosas rojas cayeran sobre el río, un azul como si el cielo hubiese bajado y se deslizara sobre el. Un amarillo como si el sol latiera dentro de el. Un color rosa que se veía como si las rosas bailaran alrededor del río, como si de un ritual se tratase.

El pequeño pez quedó anonadado después de ver tal espectáculo.

—¿Cómo es posible todo esto? —preguntó dudoso.

—Mira, hay una leyenda que dice que ese río y la cascada se formaron gracias a una criatura misteriosa a la cual todos juzgaban por ser diferente. Mira, qué ironía, tú quieres ser diferente. Al ver que todo en el mar era igual, él quería transformar una parte  en algo distinto, porque creía que todo el mundo necesita de quien se atreve a hacer algo diferente y de quien es diferente en sí. Él pensó que esta parte del océano por ser tan oscura y poco conocida, con su río y cascada sería distinta y le daría color, colores diferentes al azul del mar que todos conocemos, transformándolo en esto que es ahora, como si otro mundo dentro del mar se hubiera caído. Por eso te traje aquí, para que puedas darte color y puedas enamorar a la pequeña pececita de colores.

—¿Cómo me daré color? —dijo el pececito con gran entusiasmo.

—Posándote frente a la gran cascada, deja que caiga el agua pura que sale de ahí y te teñirá del color de tu agrado. Solo tienes que desearlo con todo tu corazón y verás el cambio en ti.

—El pequeño pescado estaba muy contento, no pudo soportar tanta alegría.

—¡Podré ser diferente al fin!

El delfín lo guió hacia la cascada para empezar con su transformación.

El agua cayó sobre el pececito: eligió el color rojo, ya que su amada carecía de ese color y era el único que le faltaba para tener todos los colores del arcoíris. Quiere ser de ese color para complementarla; además, el pequeño pez decía que era su color favorito porque es el color del amor y qué mejor que el amor para transformar a alguien. El delfín solo pudo observar destellos de colores de donde resaltaba el rojo, un rojo palpitante, como si un corazón latiera con su sangre viva y llena de amor.

—¡Por fin saliste! —dijo el delfín entusiasmado.

—Ahora podré enamorar a la pequeña pececita de colores.

Se dieron prisa para salir del lugar mágico y poder encontrar a su amada lo más pronto posible. Nadaron con rapidez y con mucho cuidado, ya que apenas iba a amanecer y algunos depredadores salen a comer.

El pequeño pescadito quedó rojo, rojo como una rosa, como un corazón latiente, estaba emocionado por ver a su amada y que viera ese gran cambio en él para que así le diera una oportunidad de demostrarle su amor.

Al llegar a donde se encontraría la pequeña pescadita, notaron un poco desierto el lugar. Se preguntaron qué había pasado. En ese momento vieron pasar a un pez espada, amigo y vecino del pececito rojizo (ahora).

—¿Qué pasó aquí? —preguntó preocupado.

Llorando, el pez espada, respondió:

—Un pescador que provino de las afueras del mar se sumergió para capturar a algunos de nuestros amigos y vecinos, se llevó entre ellos a la pequeña pececita de colores.

El pequeño pescado rojizo no pudo contener sus lágrimas y ver que todo lo que hizo fue en vano; aún peor, no volverá a ver a su amada a quien quería regalar el más precioso coral o las más hermosas perlas. Lloró y lloró, lágrimas dolientes, lágrimas de sal. Al hacerlo, notó que sus lágrimas también eran rojas, no solo su pequeño cuerpo se transformó, todo él, era rojo. Sus lágrimas se esparcían por el todo mar, tiñiéndolo de rojo, como si su corazón se hubiera desprendido. Su corazón quedó roto por un amor más profundo que el mismísimo mar azul.

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