El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Al son de la carretera

Por José Luis Ibarra

La noche se prestaba para ser otra de esas en las que el sentido del buen gusto se dormía en las sombras de neón del club nocturno. Este se hallaba a un lado de la carretera cuya clientela estaba compuesta de camioneros, motociclistas que iban de paso, algunos vecinos que no tenían para ir más lejos y algunos viejos borrachines (que nunca trabajaban, pero siempre tenía dinero para beber). “Es extraño cómo, después de pisar varios bares de mala muerte, aun se puede caer más bajo”, pensó el rockero con gafas de sol mientas se dirigía a la entrada de aquel lugar. Como siempre, era el último en entrar al lugar del toquín, porque, según el mismo, había que dejar lo mejor para el final.

Al principio veía cada letrero desgastado y en ruinas como una oportunidad de acenso, pero, con el paso del tiempo, aquellos viejos letreros decadentes le parecían un reflejo de su carrera musical. El viejo rockstar se acercó a la barra para pedir otra cerveza al barman; el dueño del lugar lo miraba de mala gana y le recordaba que faltaban 5 minutos para que empezara a tocar. Ambos se odiaban y no se molestaban en disimularlo.

El músico se recargó sobre la barra y abrió las piernas. Llevaba las gafas de sol puestas a pesar de la escasa luz del lugar y movía un cigarrillo en sus labios; además de ignorar el letrero de prohibido fumar, incomodaba a los clientes cercanos que solo lo ignoraban y seguían en lo suyo. Cuando inició su carrera se imaginaba rodeado de fans y groupies, a los cuales despreciaba desde antes de conocerlos, ya que los consideraba residuo de la fama. Le atraía la idea de poder darse el lujo de despreciar cuanta mujer le demostrara un ápice de amor, pero su récord de rompecorazones podía contarse con los dedos de una mano y casi todos se remontaban a su juventud, antes de iniciar su carrera artística.

Su aspecto era el de alguien que se había quedado estancado en los 80: tenía el cabello largo con algunas canas, patas de gallo y los jeans rasgados (sin olvidar su chaqueta de cuero viejo y gastado impregnada por el olor a tabaco rancio y cientos de anécdotas). Su voz aguardentosa siempre tenía un aire de prepotencia y sus gestos y pantomimas eran exagerados. Cuando subía al escenario era aun peor. Solía pasearse por el escenario entre canciones con una botella de cerveza y daba pausas exageradamente largas antes de iniciar la siguiente canción; repetía siempre el mismo repertorio. El resto de la banda ya se había acostumbrado a sus aires de grandeza y habían aprendido a sobrellevarlo, incluso admiraban su persistencia a lo largo de tantos años para tratar de convertirse en el próximo Kurt Cobain, pero también se alegraban cuando terminaba el concierto y agradecían que solo debían soportarlo cuando tenían tocada.

Como cada noche, después del concierto la banda se dirigió a la barra con el dueño para cobrar sus honorarios y marcharse por separado, pues todos tenían trabajos estables y familias; por otro lado, el rockero líder de la banda se quedaba a tomar una cerveza que se volvían cinco o seis. Al calor de las copas solía contar sus planes al barman o quien le prestara atención. Se imaginaba cómo algún biógrafo lo compararía con Jimi Hendrix y mencionaría la influencia musical de Roger Waters. Incluso en sus sueños más lejanos, esperaba que alguien lo relacionara con Keiht Richards de cualquier forma, en su estilo, sus ademanes o su forma de vestir. Lo cierto es que, a pesar de los años, su sueño se había disuelto y ahora solo esperaba tener algún éxito en su carrera para volarse la tapa de los sesos y causar algún impacto en los medios.

Hacía ya varios años que había perdido la oportunidad de ser del club de los 27. Durante esa época mostró más ánimo y los rechazos de parte de las disqueras lo hacían más duro, pero una vez cumplido el plazo, cayó en una leve depresión. En esa época fue cuando conoció a una joven apenas con edad para entrar a los bares que se enamoró perdidamente de él. De alguna manera, ella le salvó la vida y él, a cambio, le rompió el corazón. Al menos alcanzé uno de sus objetivos, pensaba él.

Por la madrugada, después de terminar de desmontar los instrumentos, el único cargador de equipo (que era diferente cada semana porque pocos aguantaban su forma de ser) le entregó las llaves de la van y pidió su pago para marcharse lo mas pronto posible.

El bar ya había cerrado y la gente se había marchado, con excepción de algunos borrachos que se quedaron dormidos en las mesas y fueron llevados a rastras afuera del bar, donde la luz de la mañana los despertaba invitándolos a retirarse. Aquella noche el rockero se sentía especialmente nostálgico. Encendió su último cigarrillo, se recargó en uno de los postes del pórtico con una cerveza en mano y pensó alguna manera de alcanzar una pizca de éxito. No pedía mucho, solo algo que lo pusiera en el mapa de las grandes estrellas del rock. 

Casi había amanecido cuando el lejano cantar de un gallo, salido quién sabe de dónde, lo sacó de su trance de alcohol y nicotina. Entre la penumbra del camino se escuchó un ruido que iba creciendo poco  a poco, como una advertencia. Era un sonido de lo más extraño, un rechinido grave y que jamas había escuchado, pero que después se transformo en una mezcla de un claxon y metal que raspaban y crujían al salir de la curva. Todo fue repentino, inesperado e indeciblemente espantoso. Era un tráiler  fuera de control que había perdido los frenos, su carga se había volcado y arrastrado sobre el asfalto, y la cabina se recargaba sobre sus llantas laterales tratando de mantener el equilibrio hasta que los nehumáticos explotaron con chispas y un chirrido del demonio. La espantosa visión de esa masa metálica acercándose a toda velocidad hizo eco en el corazón del músico, que apenas tuvo tiempo de cubrirse el rostro para no ser deslumbrado por los faros del enorme vehículo, que estaba despedazándose, girando de costad, liberándose de su carga y dirigiéndose al pórtico donde se encontraba.

Los periódicos locales hablaban de la tragedia en el lugar. La noticia maquillada por el sensacionalismo corrió como pólvora en el pequeño pueblo y sus alrededores. Una falla mecánica de un tráiler había sido la causa del accidente en el cual perdió la vida aquel joven, promesa del rockanrol, como decían los titulares de los diarios amarillistas que guardaban en su interior fotos muy explicitas de lo restante del cuerpo, el daño del pórtico y el deplorable estado del bar a causa del accidente. En un apartado pequeño a la orilla de la nota, se informaba que era un milagro que el chofer hubiera salido muy herido pero al menos con vida.

La empresa dueña del tráiler y su aseguradora se comprometieron a pagar los gastos del entierro y reparar los daños del lugar para evitar una demanda de parte del dueño que, al escuchar la cantidad ofrecida, aceptó de inmediato.

El músico no tenía familia y los de la banda ni siquiera se consideraban amigos, solo compañeros. Aun así, muchas personas asistieron al funeral, atraídas por el morbo que rodeaba la trágica muerte. A pesar de los rostros tristes, nadie lloró ese día.

Después de una gran remodelación, en el bar se colocó una placa en memoria del roquero y, durante varios días luego de la reapertura, se llenó de gente atraída por la curiosidad, con lo que se logró mejorar las ventas como nunca antes. La banda, por su parte, consiguió un nuevo vocalista y realizó muchas tocadas tributo hasta que la gente se cansó y dejó de prestarles atención. Al poco tiempo se disolvió, pues la gente decía que ya no era lo mismo sin el difunto líder de la banda (aunque, la verdad, los pocos que lo habian visto tocar lo recordaban más por su actuación, su exageración y hasta sus desplantes, pero no por su música).

Los viejos clientes del bar que estuvieron en alguna de sus presentaciones se llenaban la boca y se enfrascaban en acaloradas discusiones acerca del gran talento que tenía aquel joven. El barman solía contar su versión de la historia y de su cercanía con el rockero exagerando los hechos y contando anécdotas inventadas para mantener la atención de los oyentes, quienes debían consumir para escuchar los detalles más escabrosos de la vida del músico; muchos aguantaban solo para llegar a la historia del accidente. Después de escuchar las historias, los oyentes no podían más que imaginar al joven roquero como una súper estrella a la par de Kurt Cobain, Jim Morrison y hasta de John  Lenon.

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