El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | El almacén

Por Salvador Enriquez

—¿Recuerdas cuando comenzó todo? Fue tan rápido como una ráfaga de esporas que inundaba el aire de la gente. Surgió en China, todo por su costumbre de comer cosas extrañas. No me explico cómo se les pudo antojar la carne de murciélago. ¿En serio nadie desconfió del aspecto de sus alas viscosas? 

—Bueno, tampoco podemos culpar a los chinos de todo, piensa en todas las personas que no siguieron las sugerencias de la Secretaría de salud, ni las órdenes de los militares cuando decretaron el toque de queda.

La última persona en la faz de la tierra sacó una cerveza de la hielera y se la pasó a la penúltima persona en la faz de la tierra. Habían pasado tres años desde la destrucción de la civilización y ellos sobrevivieron al encerrarse en el almacén donde trabajaban. Fue un verdadero milagro, fue el único que no las multitudes enfurecidas y asustadas no saquearon. Tal vez fue por el descuido del edificio, pero no es momento hablar de ello cuando todos los edificios se encuentran en iguales condiciones el día de hoy. 

—Aún me acuerdo de esas señoras que salían sin ninguna preocupación pensando que todo se trataba de una mentira creada para infundir miedo en las personas. Luego, se enfermaron, pero no creyeron que una pequeña tos les causara tanto daño. Después, se saturó el sistema de salud y todo el mundo comenzó a correr. Empezó la rapiña, encendieron bancos y oficinas de gobierno, los militares tuvieron que cercar hospitales y decretar toque de queda. 

—Me acuerdo de una viejita en especial que decía que no conocía a nadie que tuviera coronavirus… Desgraciadamente ellas fueron las que lo propagaron con mayor rapidez. Y pensar que los jóvenes fuimos los más paranoicos con esto de la enfermedad. 

—¿Recuerdas a aquella señora que supo pelear por un paquete de papel de baño? 

—Fue la más inteligente de todas. En lugar de golpear o jalar el cabello, empezó a toser para espantar a las personas y así se quedó con ese paquete de 24 rollos. 

—Por ese tipo de cosas llevamos un año sin papel… 

—Pero las risas no faltaron. 

—Lo que me sorprendió fue la rapidez con la que mutó el virus, en especial cuando empezó a salir de los poros de la piel para atacar directamente a las personas. 

—Me pregunto si alguna vez nos encontrará para terminar con la humanidad de una vez por todas. 

—No lo creo. A pesar de poder salir por los poros de la piel, los virus carecen de vida propia. Se trata de material genético parecido al ADN pero que necesita una célula para poder hospedarse y replicarse. Necesitaría llegar una persona infectada para poder soltar las esporas enfrente de nosotros.

De pronto se escuchó un largo rechinido y después varios tubos estrellándose en el piso. La última persona en el mundo y la penúltima persona en el mundo habían estado encerrados más de un año y medio, desde que comenzaron los disturbios y su jefe cerró el almacén en cuanto llegó la multitud enfurecida. Esperaba abrir en cuanto se marcharan, así que dejó a sus empleados dentro para que cuidaran las puertas. Después sonaron disparos y nunca más pudieron salir. Tal vez pensaron que allí dentro nadie los encontraría, pero subestimaron la ira de Dios y su voluntad de exterminar a la humanidad. Ese día recibieron la visita de la antepenúltima persona viva en el mundo, su labor era terminar con aquellos dos fugitivos de la ira del omnipotente para liberarse de su andar errante. Solo necesitaba acercarse un poco, tan solo un poco para que las esporas de su cuerpo se trasladaran al siguiente y así sucesivamente hasta acabar con todo ser humano en la tierra. 

—Iré a ver qué es —dijo la penúltima persona en el mundo y se levantó de su asiento para dirigirse a aquella puerta clausurada desde hace tiempo.

—Bueno, creo que nos ha llegado la hora —dijo la última persona en la faz de la tierra—. Salud por esta maravillosa cuarentena —y le dio un último trago a su cerveza. 

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