Por María Susana López
Buby, la correcaminos, así me llaman. Voy de un lado al otro, me levanto de la cama temprano, subo las persianas, necesito la luz del día; duermo poco.
De la cocina al comedor, acomodo los manteles, las tazas, todo listo para el desayuno. Mis compañeros no terminaron la leche y yo estoy al lado para sacar las tazas. Buby corre, Buby córrete, así me gritan cuando no los dejó comer tranquilos.
La misma carrera a la hora de la merienda y cena. Colaboro limpiando la mesa, lavando la vajilla, empujo la silla de ruedas de Héctor hacia la habitación. Luego voy de ronda a la pieza de Largo.
Ésa es la habitación de los zombis. Allí está Largo balbuceando. Largo le susurra a sus compañeros de pieza “la encarnación del mal está aquí, a nuestro lado, junto a la cama”.
—Tapémonos para estar a salvo. —Sus ojos asomados por encima de la frazada, con expresión de alivio.
La medicación está haciendo efecto, sus murmuro ha disminuido. Su lucha como soldado romano, cesa. La espada ya está guardada junto a su peto. Los fantasmas de Mahoma, Napoleón, Jesucristo y Satanás, desaparecen. Y al rato, nuevamente un vozarrón. Largo me grita, corre Buby, corre Buby.
—¿Qué distancia hay entre la realidad y la locura?
El mayor sueño para un loco, es ser algo, o alguien. Un objetivo difícil. Por frustración y desesperación, aparecen los delirios. Largo, nuevamente saca su espada, su armadura reluciente, Quijote se hace presente. Buby, mi Dulcinea, corre, corre hacia el molino, allá nos encontraremos, me grita.
El tiempo acá no cuenta, siempre la misma rutina. Estamos en un lugar de pequeños e inconexos momentos que pasan de lunes a domingo sin pausa.
Lo más difícil, la soledad. Por eso yo corro, corro, le escapo de día. Pero lo peor es la noche, toda una sinfonía de aflicción. La locura es la peor de todas las soledades.
Durante la noche, yo cuento con mis voces, ellas, compiten, discuten acaloradamente en mi interior, pero me hacen compañía. Lo complicado es lograr bajar un poco su volumen, para que mi voz se escuche.
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