Por J. R. Spinoza
«¿Es brillante donde estás?
¿Han cambiado las personas?
¿Te hace feliz?
Eres tan extraño.
Y en tu hora más oscura,
Guardo llamas de secretos.
Puedes ver el mundo devorado en su dolor »
—The Beginning is the End is the Beginning, Smashing Pumpinks.
La torre donde mora el rey arconte esta custodiada por decenas de hecatónquiros, seres gigantescos de cien brazos y cincuenta cabezas, capaces de estirar sus extremidades y con la fuerza de veinte elefantes. Aun así me acerco.
A lomos de Dranzer el valor crece. Si hay una criatura que es dueña de los aires, esa es el grifo, mitad águila, mitad león, bestia sabia y poderosa. Me sujeto con fuerza de su grueso cuello lleno de plumas color bronce.
Nos abrimos camino entre el mar de brazos que se alargan para intentar derribarnos. Con la espada rebano miembros con frenesí. Recuerdo las enseñanzas de mi maestro: “La no mente es poderosa, deja de ser para que sea en ti”. Respiro y al exhalar mi arma se hace tan veloz que parece líquida y corta, cercena sin piedad. Entonces, se abre un hueco.
—¡A la carga, Dranzer! —grito antes de emprender la acometida. Mi compañero es el último de su especie. Extintos están los unicornios, los centauros, los elfos, y nadie ha visto un fénix en doscientos años. Los humanos son ganado. El arconte se alimenta de sus emociones negativas. No pueden ayudarme. Duermen eternamente en la granja-prisión. Solo si tengo éxito podrá cambiar el futuro.
Entramos. La sala del trono está llena de estatuas con figuras reptilescas, seres humanoides con ojos viperinos, colas largas y escamas talladas en piedra. El monarca yace en un sitial de oro y diamantes. Me observa con sus ojos redondos, cocodrilescos, amarillos.
—Me has ahorrado la molestia de ir por ti —su voz resuena por todo el salón.
—He venido a ponerle fin a esto.
—Pronto terminará —replica y transmuta en Kur. Un dragón con cuerpo de serpiente, melena de león y cola de alacrán. Yergue su cola y de ella lanza un rayo que impacta en mi fiel amigo.
Un aullido de dolor corrompe el silencio. Me arrodillo para abrazarlo. Él deja escapar una lágrima antes de cerrar los ojos. El suelo se tiñe de carmín. Ha muerto el último grifo.
Mi corazón se llena de odio, lo que hace que mi enemigo se haga más grande. De su hocico arroja una llamarada. Ruedo hacia mi derecha buscando evitarla. No me ha dado.
Me lanzo hacia mi adversario con la espada erguida, a toda velocidad y después de un salto en el aire, la dejo caer sobre su cabeza, que se desprende de su cuerpo. La sangre que brota de su cadáver es brea, más oscura que la peor de mis pesadillas.
Lo miro a los ojos. Me muestra a mis hermanos, disparándose unos a otros, protegidos en trincheras, llenos de mugre, sudor y sangre. Veo también una ciudad explotando y todo a su alrededor haciéndose cenizas. Una farola humeante y dos torres que caen. Una mujer desnuda y sin vida en una carretera. Un hombre sin brazos ni piernas colgado de un puente. Después veo a un individuo, sentado, escribiendo en un papiro. Se da la vuelta. Soy yo.
—Ahora también me alimentaré de ti.
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