Por Gregorio Bermúdez
Las erecciones vigilaban sigilosamente a los votantes del nuevo conglomerado que nacía —era un nuevo movimiento, una especie de bisexualidad política—, pero a las erecciones nada les importaba, querían ganar aunque fuera un adepto. Reunir fieles era un tema complejo, pero un empinamiento se vislumbraba como la alternativa correcta, era un típico chileno de clase media, que venía de un colegio católico, en la discoteque y el Consejo de curso siempre trataba de sobresalir, las erecciones querían ser libres, querían un baño mixto digno, un water con la tapa lisa donde la droga no corriera peligro. La carrera estaba desatada, dos erecciones se querían pelear el poder, hordas de levas salían a las calles, los hombres y mujeres comunes y corrientes tenían miedo, sabían que las erecciones y el poder eran un peligro para las sociedades, en las fiestas bizarras se reían del Holocausto y la evidente rigidez que venía.
Los chinos vieron con interés este fenómeno chileno y decidieron ingresar en el mercado de la bisexualidad, decidieron importar erecciones plásticas; los nacionalistas masculinos, indignados, salieron a las calles a protestar, el placer ahora tenía un menor costo, la libertad de comprar nuevamente había ganado, los ideales habían sido truncados otra vez. En las fiestas bizarras seguían disfrutando a la antigua, los partidos políticos habían entrado en una crisis sin retorno, los rockeros y su ego ya no tenían gruppie, los poetas tuvieron que cambiar de trabajo, la filosofía se dedicó a analizar las artes plásticas, los curas tuvieron que cambiar su perversión por trabajo comunitario y así todo siguió su curso normal, la sedición una vez más es un tema muy lejano para el pueblo de Chile…
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