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Semillas de pitaya | A veces también nosotros somos árboles

Por Luis Olaf del Lago

En la segunda entrega del año de esta columna sobre literatura mexicana les quiero compartir una de esas revelaciones que llegó a mí en un momento de fragilidad. Puede que yo vea lo que quiero ver en este libro de relatos de Laura Baeza llamado Época de cerezos (2019), pero creo que eso que alcanzo a vislumbrar en las historias de Laura nos conecta con el mundo que estamos viviendo en este 2022. 

¿Qué veo? Veo monstruos que nos persiguen sigilosos en las carreteras desoladas, sombras que nos acompañan desde que nacemos, risas ahogadas en las horas laborales y también las ramas que nos habitan debajo de la piel. Te invito a que justo ahorita , mientras lees esta columna voltees a ver tus manos y veas cómo tus venas se extienden hasta tus dedos como las ramas secas de un árbol. Este es quizá el rasgo más hermoso de los relatos que Laura nos presenta, la enorme capacidad que todo ser humano tiene de ser terroríficamente monstruoso, y apaciblemente frágil como una planta. 

Laura Baeza es una joven escritora campechana que imagina una ciudad en la frontera. Estoy casi seguro que pensaron en una ciudad de la frontera norte del país. Y es justamente eso lo que Laura pone sobre el mapa, su origen sureño reivindica la existencia de la otra frontera mexicana, ésa de la que casi no se habla ni en las noticias. El contexto de esta localidad es bastante particular, se trata de una ciudad muy parecida a la Springfield de los Simpsons. En ambas existe una planta nuclear, y en ambas se crea un mundo posible que espejea con el nuestro, hay un jefe de la policía corrupto, un presentador de televisión que cae en desgracia, un ama de casa que se confunde con los insectos que la circundan, y unas hermanas con peculiar parecido cromático.

A diferencia de la serie animada, Laura nos conecta con una ciudad a la mexicana que a mí me hizo pensar en localidades como Alto Lucero en Veracruz y su planta nuclear de Laguna verde. No hay que olvidar que en México también existen ciudades con edificaciones de este tipo, y que no sé a ustedes, pero a mí me dan miedo. ¿Cómo manejar tal cantidad de poder a la mexicana? Laura responde a esto en los relatos de Época de cerezos

De entre todos los relatos a mí me gustaron particularmente tres, el que le da nombre al libro y que está al final del mismo. De éste solo les diré que me hizo pensar mucho en las narraciones de Amparo Dávila, y que invita a pensar en cómo nos conectamos con otras generaciones, para bien o para mal. También les diré que no volverán a ver sus manos ni a los cerezos en flor de la misma manera. 

Mi segundo favorito se llama “La vida de las mariposas”, éste me conectó con el videoclip de “Fighter” de Cristina Aguilera (ustedes perdonarán mi inevitable referente pop), y con un cuadro de Remedios Varo, Mimetismo de 1960. Una mujer puede ser mariposa, mueble, polvo y estrella al mismo tiempo. Este relato desgaja las relaciones de pareja y se va metiendo poco a poco en las hendiduras que unen y desunen a los personajes. 

Pero de entre todos los relatos el que más me llamó la atención fue uno de los últimos “La carretera”. En octubre tuve la oportunidad de contar cuentos de terror junto a una querida poeta y ensayista amiga mía, Nancy Hernández. Ella eligió leer un fragmento de “Teoría del Candingas” (1967), de Salvador Elizondo. Gracias a la voz de Nancy conocí a un personaje de encías moradas, que acechaba a los mexicanos del siglo pasado, se escondía entre los helechos de la Colonia Portales y olía casi a cadáver viviente. Ese monstruo humano que Elizondo concentró en su texto no es más que la cristalización de un miedo social, del miedo de un México que ya se nos fue. Al escuchar el texto recordé los miedos de mi abuela, y su constante “Fíjate hija que no haya nadie detrás de las plantas”, cuando le hablaba a mi mamá.

Laura conecta con la misma tradición que Elizondo. Laura logra cristalizar en un personaje el miedo de un país entero, el miedo a ser perseguida y no volver a casa. Hablo en femenino porque este relato conecta con la terrible realidad de un país feminicida. Este relato conecta con espacios como “la carretera de la muerte” en donde hace un par de días Debhani Escobar fue vista y fotografiada por última vez. Tristemente el cuerpo de Debhani fue encontrado sin vida a unos metros de esa misma carretera. Leonor, uno de los personajes de este relato, representa el miedo colectivo: “¿Viste? Es el hombre que me seguía”. Laura no le puso nombre a su monstruo como lo hizo Elizondo en otro tiempo pero sí le da características, se trata de un asesino con diferentes nombres e identificaciones, es decir puede ser cualquiera. 

A manera de advertencia a hombres y mujeres, Laura teje un relato donde la denuncia y la advertencia se mezclan con las noticias que escuchamos día a día. El escalofrío se mezcla con la ternura en este relato donde la voz de la pareja de Leonor retrata un amor hasta la muerte. 

Los cuentos de Laura los harán preguntarse qué demonios está pasando con Chernóbil en medio de una guerra que sucede en estos momentos, pero también se preguntarán qué está pasando en nuestras propias fronteras y en nuestras propias plantas nucleares. La planta nuclear, claro está, es también una forma de nombrar todo eso que existe dentro de nosotros y que puede explotar en cualquier momento. De nueva cuenta, creo que la gran fortuna que tuve al haber llegado a este texto fue entender que mi fragilidad tiene algo monstruosamente hermoso y que en ella misma se encuentra la fuerza del cerezo para no dejarse vencer ni por la lluvia, ni por el viento, ni por el terremoto. Espero que puedan leer a Laura en esta colección de relatos que nos llega bajo el sello de Paraíso Perdido, o que igual chequen su novela Niebla ardiente (2021) de la que muy probablemente les cuente después.

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