Por Nelly Guadalupe Miguel Torres
Román, mi vecino, no tenía idea de la enfermiza condición en la que se hallaba. Su aspecto cambió radicalmente, antes era un hombre joven, vigoroso y tenía un buen gusto para vestirse; no lo puedo negar, su apariencia era muy atractiva. Totalmente opuesto a después de infectarse, todo en él era repulsivo, tenía unas ojeras profundas que se hundían en la cuenca de sus ojos, varias llagas hacían cráteres en las encías, su aliento me producía arcadas, ni hablar de su tez pálida y el cabello, ¡ay!, su cabello que alguna vez fue brilloso, eran ya apenas mechones de pelo quebradizos. Hasta me duele recordarlo. En menos de una semana mi vecinito se deterioró gravemente y todo por consecuencia de haber robado a quien no debía, me refiero a mí, su considerada y benevolente vecina.
No diré con qué se infectó porque probablemente me meteré en problemas; pero sí que todo sucedió hace tres días que, cuando llegué a mi departamento, me percaté sobre el robo al ver mis cajitas de Petri rotas y unas gotitas de sangre en el suelo. Me di cuenta de que la sangre era de Román porque conducía a su puerta y lo pude confirmar al ver los primeros síntomas en su cuerpo. Él nunca habría adivinado el motivo de los cambios que le estaban ocurriendo de no ser por mí. “Te infectaste por meterte a robar en mi apartamento” le dije. Su cara se puso casi transparente, luego cambió a un rojo sangre, debió haber sido por la vergüenza, supongo. Como soy tan buena vecina le ofrecí mi ayuda para salvarlo; sin embargo, ignoró mi amabilidad y me llamó loca psicópata, incluso dijo que se iba a vengar de mí. Esas palabras me dolieron tanto, creo que en este mundo ya no se sabe apreciar la bondad. Si tan solo hubiera sido más amable y menos testarudo conmigo, no estaría en ese estado e incluso lo habría dejado invitarme a una cita. Además, yo no lo obligué a robarme ni a insultarme. Creo que fue mejor que yo no interviniera, es más, hasta sospecho que fue el karma que actuó en contra de él. Por otra parte me duele porque en verdad deseaba curarlo. Él tenía tan poco tiempo de vida y lo desperdició insultándome.
Horas después de decirle que estaba infectado, Román comenzó con vómitos, de su boca salían delgadas lombrices que se retorcían en mucosa, su espalda quedó cubierta de ampollas llenas de pus negro, sus ojos estaban totalmente enrojecidos y un poco hinchados por el llanto. Pobre, no podía respirar bien por la presión que sentía en sus pulmones. En ocasiones lo escuchaba chillar como los ratones que suelo aplastar con mis lindas botas azules. Después de una noche de fiebre, mejoró un poco. Creyó que todo había pasado, cosita, sintió una tranquilidad, la cual no duró porque lo azotó una migraña aguda que parecía triturar su cerebro. Yo no sé con qué fuerza caminó hasta mi departamento, estaba agonizando mientras golpeaba mi puerta y me pedía ayuda a gritos. Ay, yo nunca me arriesgaría a abrirle, por supuesto. En cuestión de minutos su cuerpo cayó con un golpe seco. Pobrecito. Aunque también qué molestia que viniera hasta acá. Por su culpa tengo que salir por la ventana de un segundo piso porque pronto el edificio estará contaminado y definitivamente no quiero estar en contacto con su cadáver, me da asco de tan solo pensar en el hedor. Ojalá se hubiera quedado en su propio departamento.
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No quisiera ser Román u.u