Por Luis Olaf del Lago
—Fíjese que pagar la luz se había vuelto un infierno para los habitantes del 13. El primer recibo del año les llegó con toda normalidad. Sin pena ni gloria, pagaron los $195 que indicaba el papelito verde con blanco. Pero ya para el segundo bimestre del año la familia no estaba tan tranquila, según me cuentan, el monto a pagar ascendía a la enorme cantidad de $908. No, pues imagínese, yo me habría desmayado ahí mismo. ¿De dónde habrá salido tal consumo de electricidad?
Mientras doña Irma le contaba esto a su vecina, la familia del 13 comenzaba a vivir un pequeño infierno en vida. Esa mañana Jonathan, el joven padre de la vivienda en cuestión, subió a su departamento con el miedo de comunicarle a su familia e hijos que tenían que checar el consumo de luz, ver si el refrigerador estaba averiado y por supuesto levantar una queja ante la Comisión Estatal de Electricidad para reportar un problema. El hombre meditó un momento. La situación de la ciudad no les permitiría levantar una queja en los módulos de atención al cliente, así que decidió intentar levantar la queja por internet. La página no cargaba. La última opción era levantar una queja por Twitter, pero la situación fue aún más frustrante. Un mensaje aparecía de manera sistemática cada vez que se publicaba el tweet de la queja. Esa noche la familia se fue a dormir molesta pero todo recobró el ritmo normal de la vida al día siguiente. A regañadientes se pagó la cantidad establecida en el papelito blanco con verde y se olvidó el asunto durante otros dos meses.
—¡Uy, no! Fíjese que ahora la cosa se puso peor. Esta mañana les llegó el recibo del tercer bimestre. Yo estaba en mi departamento cuando el joven Jonathan gritó tan fuerte que despertó a mis gatos y a mi nieta. El hombre estaba fuera de sí. Me asomé para ver qué pasaba, mejor me hubiera quedado adentro, pero pues ya me conoce, me gana el chisme siempre. Jonathan estaba golpeando la pared con los ojos rojos del coraje. “¿De cuánto le llegó el recibo de luz, señora Irma?” Yo le contesté que no había visto. Fui por la papeleta que había recogido mi nieta el día anterior y le dije que teníamos que pagar $40 pesos. El hombre enfureció aún más. “¿Pues de cuánto les llegó a ustedes?”, le pregunté un poco temerosa, pero no me contestó, solo me volvió a mirar con los ojos rojos y subió las escaleras. La vecina del 02 me dijo esa noche que el recibo de la familia del 13 había llegado de $1900, imagínese nada más.
Se realizó una junta vecinal para ver lo que estaba pasando. La conclusión fue que alguien se estaba colgando del medidor de la familia del 13. Es decir, que había un diablito por ahí. Los vecinos se organizaron para encontrar a la criatura, que debía esconderse en algún lugar del edificio. Era bien sabido en la región que los diablitos se alimentaban de luz y que eran seres muy escurridizos, pero lo más macabro del asunto es que también se sabía que un demonio de alto estatus dirigía la compañía de luz y que usaba a sus pequeños secuaces para inflar los recibos de algunos incautos y de paso provocar que la ira y el enojo invadieran el mundo. El sistema de atención al cliente de la compañía de luz por supuesto formaba parte de esta maquinaria infernal de la desesperanza. La solución ante esta tragedia era acompañar a los intestados por la criatura y no dejar que se enojaran porque si no huían a pueblos lejanos en donde la luz no era cosa del diablo.
—Ni con la ayuda de los vecinos del otro edificio pudimos encontrar al mentado diablito. Encontramos pequeños excrementos y unos zapatitos chiquitos que seguro dejó antes de huir. Con todo y todo el problema de las cantidades exorbitantes en los recibos de luz de la familia del 13 se detuvo. El siguiente recibo les llegó de $50. Me gustaría decir que ahí acaba la historia, pero no. Fíjese que los mismos miembros de la familia nos contaron que desde su balcón pudieron ver cómo la gente del edificio de enfrente comenzaban a enloquecer, así como le digo, a enloquecer. Tenían, según me cuentan, conductas extrañas, salían a la calle y bajaban el switch de sus medidores, se acusaban unos a otros a altas horas de la madrugada de haber colocado diablitos en los medidores de los demás.
—Un día una de las vecinas huyó del edificio en medio de la noche maldiciendo a todos los vecinos y echando sal en cada una de las puertas y ventanas de los demás habitantes. Esos diablitos seguro fueron la causa de todo eso, ojalá no pase a mayores. Hay mucha maldad oculta en las compañías de luz, al final los diablitos no hacen más que obedecer órdenes de arriba. Pues sí, lo único que nos queda es apoyarnos entre vecinos. Qué bueno que la familia del 13 se deshizo de esos diablitos.
—Pues sí, doña Irma, no nos queda de otra. ¡Ojalá no nos vuelvan a poner diablitos a nosotros, son una verdadera molestia!
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