Nueva literatura mexicana
Por Luis Olaf del Lago
Nunca me había preguntado qué canción me definiría hasta que conocí a Romina. ¿Sería algo onda Amy Winehouse o quizá algo más del estilo de Los Ángeles Azules? Cuando Romina me puso a pensar en estas cosas una tonelada de canciones aparecieron como avalancha. Las melodías que me han acompañado a lo largo de la vida empezaron a aparecer. Me sorprendí cuando la primera que me vino a la mente fue una canción del recién fallecido Ricardo González Gutiérrez, mejor conocido como Cepillín: “tara-tara, la guitarra, bum-bum, el acordeón”. Mi corazón descansó cuando aparecieron las letras de La Onda Vaselina y Shakira, después Belanova y Plastilina Mosh, hasta llegar a La Ley, The Cranberries, The Cardigans, Zoé, Amy Winehouse, los Chemical Brothers y al final fui a dar con Oceanvs Orientalis.
Decidí que era imposible descubrir todas las marcas sonoras en la historia de mi vida y que definitivamente estaba marcado por más géneros musicales de los que yo habría pensado en un inicio. Romina me recordó que las melodías de mi madre también me acompañan. Recordé las letras de The Doors y de los Rolling Stones que aprendí de pequeño sin saber bien lo que estaban diciendo. Un poco como Proust al comer una madalena y regresar a su pasado, esos recuerdos sonoros me hicieron regresar a fiestas infantiles llenas de payasos gordos y pasteles de tres leches, a mis primeras salidas nocturnas ahogado en alcohol, al llanto del primer amor roto y a las mañanas de infancia mientras mi madre coreaba “Light my fire”. Romina me recordó que la música es una de las mejores formas de volver a vivir.
No creas que quiero acaparar a Romina para mí solo. Hoy te la vengo a presentar en esta entrega de Semillas de pitaya. Romina nació en los años 80 en alguna ciudad que bien podría ser la tuya. Creció escuchando a ratos a Siouxsie and the Banshees y a The Smiths, pero también a ratos a Rocío Dúrcal y a Whitney Houston. Romina forma parte de un grupo de covers llamado Los Incómodos. Romina vivió sus años más felices en los 90 y, al igual que muchos de nosotros, se enoja cuando un trámite no se puede resolver como debería. Romina usa la bicicleta para trasladarse y extraña a su madre y los viajes que hacía con ella.
Encontrar a Romina no es nada difícil. Romina vive dentro de las páginas de Esto no es una canción de amor (2020). Esta novela corta que nos llega bajo el sello editorial de Paraíso Perdido fue escrita por Abril Posas, quien al igual que Romina y que un servidor viaja en bicicleta y nació en los años 80. Aunque hablo desde mi propia experiencia lectora podría asegurarte que los personajes de Abril condensan la esencia de la generación millennial mexicana, aquella que vive una vida adulta bajo condiciones de franca precariedad laboral, aquella que ya es huérfana de un padre o de una madre, aquella que sonríe cuando escucha una canción noventera con un dejo de nostalgia. Abril teje la historia de Romina y de su grupo de amigos entre presencias sonoras y realidades digitales. Nos recuerda que no siempre vivimos con redes sociales, pero que ahora ya son necesarias hasta para hacer trámites con el banco o con las compañías de luz.
El mundo musical que nos ofrece Abril se mete hasta las entrañas de las productoras. Anto, la mejor amiga de Romina, trabaja en una de ellas y ahí dentro se enfrenta a uno de los mayores problemas de este país, la misoginia. Un vaivén de emociones acompaña a las mujeres de esta novela, que enfrentan luchas contra el cáncer, el acoso laboral y la presión social. La denuncia pasa por el llanto y la frustración de Anto, pero queda en la conciencia lectora de manera contundente. Debe haber un cambio para que estas situaciones no se sigan repitiendo. Esto no es una canción de amor habla sobre el hilo que nos conecta con la memoria, pero también sobre las esperanzas que vamos depositando en el futuro y es quizá por ello que su lectura en medio de una pandemia resulta tan reveladora. El mundo que conocimos está cambiando al igual que el de Romina y nosotros, mal que bien, estamos en medio de ese ojo del huracán que ya dejó atrás un mundo conocido y que avecina tiempos desconocidos hacia los que hay que seguir caminando. La pluma de Abril está empapada de un soundtrack lleno de ternura y humor que, estoy seguro, te hará pensar en la dimensión sonora que te ha acompañado durante tu vida. Seguro si Proust hubiera nacido en los 80 y hubiera leído a Abril ya estaría buscando sus canciones preferidas en Spotify. Aunque el reto parece imposible, yo ya empecé a rascar en los recuerdos para hacer el soundratck de mis años noventa. ¿Cuál sería el tuyo? ¿Cuál sería el soundrack de tu historia? Después de leer Esto no es una canción de amor, creo que con música es más fácil acceder a la memoria y a la felicidad. Te invito a que armes tu playlist y a que te des una vuelta por el trabajo de esta talentosa escritora tapatía, quien nos recuerda que: “Sin soundtrack no hay acción, gente, eso lo sabemos desde siempre”.
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