Por Rusvelt Nivia Castellanos
Anoche sufrí una locura tétrica en la casa, fue como si hubiera vivido una pesadilla, me sucedió cuando bajé al primer piso para tomar agua. Tenía mucha sed y sentía malestar en la cabeza, no podía soportarlo, así que fui rápido por una bebida para refrescarme.
Estaba solo en mi habitación, dormía decadentemente recostado en la cama hasta que el calor de la noche me despertó. Entonces, por un sentido de necesidad que no entendía, me puse de inmediato en vigilia, me levanté y corrí a abrir las ventanas para recibir aire, pero no sirvió de nada, la oscuridad seguía igual de sofocante y perturbadora.
Desde mi lógica espacial no lograba alcanzar a percibir los objetos a mi alrededor ni el espacio en sí. Pronto comencé a padecer un delirio que recorrió toda mi humanidad. No sabía, en ese momento, qué era exactamente en realidad pero una fuerte fiebre me poseyó, su ardor me hizo ver sombras y monstruos en el recinto. Tal tribulación fue terrorífica.
Envuelto en esa extravagante visión salí presuroso en dirección a las escaleras y bajé hasta el primer piso, apoyándome en las paredes, lleno de ansiedad. Después de que pasé los umbrales, cogí por el pasillo principal y me acerqué a la cocina. Allí encendí la luz amarilla y, decidido, pasé a tomar un vaso de la estantería pero de improvisto se me rompió el objeto entre las manos. De súbito recaí en el frenesí, me supe gritando ahogadamente porque creía ver un espectro con apariencia de gorila horrendo y temerario, su cuerpo acorazado y sus ojos negros generaban horror en mí, tanto que yo chillé con pánico entre la estrepitosa desesperación.
Un segundo después el gorila pareció lanzarse sobre mí para acabarme. Todo rabioso, me tomó por el cuello para matarme, fue espantoso sentir sus garras peludas. Reaccioné y me revolqué en el piso con agresividad para tratar de mandarlo lejos, hice unos manoteos bruscos, pero a pesar del esfuerzo, no pude librarme de la bestia, solo hasta cuando los vecinos del barrio se despertaron y convinieron acercarse a la residencia para ver qué pasaba, cambiaron las circunstancias.
El señor Augusto, quien dormía en la casa solariega de atrás, bajó al patio por una de las palmeras que había entre los arbustos; corrió hacia los cuartos de adentro y llegó rápidamente al sitio donde yo estaba desvariando.
Augusto me descubrió tumbado en el suelo con el rostro contraído de terror. Entonces, con agilidad pasó a recogerme, me tomó por los hombros y de inmediato se dirigió a la salida.
Una vez que estuve afuera, los presentes reunidos en la calle resolvieron llevarme al hospital en un taxi. Con dos conocidos arribe en poco tiempo al edificio azul. Los vecinos me ingresaron a la sala de urgencias y me recostaron sobre una camilla, mientras tanto, la enfermera de turno vino al trote para atenderme y pronto me llevó hasta donde el doctor Tarfher. Al final, después de la consulta médica, me diagnosticaron una psicosis tremenda, que pudo acabar con mi vida, por haberme obsesionado con el arte de Poe.
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