Por Rusvelt Nivia Castellanos
En dolor cayó un último crepúsculo para Edgar, que devino con sus silbidos. El poeta comenzaba a presenciar en las afueras el cielo nubado. El ambiente lo envolvía frío. Todo para él se oscurecía entre lamentos. A su tiempo, caminaba por un callejón y su oscuridad de muerte fue experimentándola con terror. Le llegaron de súbito unas visiones a su mente. Eran como invenciones tenebrosas. Hasta lo íntimo lo impactaron hasta compungirlo. El miedo giró rápidamente por sus nervios escalofriantes y otra vez, umbría, volvió la soledad al alma suya, que tanto codició la literatura. Sus abstracciones de viejo lo ofuscaron con sus espantos. Por tal turbación, Edgar estuvo decaído en el invierno suyo, bajo su abismo empozado, yendo cada vez más hacia lo noctívago.
El poeta, por cierto, deliraba junto a un bar cualquiera de Baltimore. Deambulaba angustiado en su pesadumbre de opio. Se fumaba con ansiedad lo alucinante. Iba a la vez mareado por entre las reminiscencias suyas. Tambaleante movía sus pasos por el callejón pútrido, recorriendo la intemperie encolerizada y, solo, decaía en sus dolencias reprimidas. De golpe lo afectaban los graves recuerdos. Todo sucedía como una obsesión en Allan, que era su vida sufriente. Así por los instantes, desde su memoria, resurgió una pesadilla estremecedora. Era la aparición del pájaro negro, que asustaba traído del otro mundo. Este animal se asemejaba a su creación poética. Así que, por el destino, los dos volvieron a reunirse en esta surrealidad. El ave a su hora parecía mecerse sobre la cabeza de Poe, mientras crecía la noche, y él, solo, oía los chillidos cerca de su rostro pálido. El cuervo cantaba como queriendo apretarlo con una posesión terrorífica, procuraba mantenerlo entre sus garras para devorarlo.
Rauda entonces esta ave gótica picó a su artista al final y lo mató, cuando decidió ir hasta su humanidad y arrancar su corazón delator, tras un golpe desgarrador.
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