Por Camilla Rodríguez Priego
Fidel
“¡J. M. ha muerto!” Cuando desperté todos los periódicos y las redes sociales mostraban este titular en letras negras de gran tamaño. No lo podía creer, pensaba que todo era una broma de mal gusto. No pude leer ninguna noticia porque alguien tocó estruendosamente a la puerta de mi dormitorio universitario. Para mi sorpresa era un par de policías vestidos con viejas gabardinas oscuras que, a pesar de la hora, olían sutilmente a whisky. Estaban investigando y preguntando sobre J. M. Resulta que no soy su familiar ni su amigo pero, al parecer, sí soy la última persona que lo vio con vida.
Mientras caminaba somnoliento y con algo de miedo por los pasillos de la universidad para que me sometieran a un interrogatorio, los estudiantes, bien vestidos y peinados, me miraban con ojos que gritaban: “¡culpable!”, “¡asesino!”. Otros susurraban cosas que no lograba entender. Todo era murmullos a mi paso.
La habitación donde después me encontré era fría, sus paredes eran de un color gris descarapelado. La luz era escasa. En medio se encontraban una mesa y dos sillas de madera envejecida. Cuando me senté, por la puerta apareció un hombre de tez morena con una cara muy seria que parecía como si no hubiera dormido en días. Llevaba un traje de un color oscuro y lo único que se podía distinguir era su placa de policía, la cual brillaba tenuemente en su cintura y a través de su saco. Sus manos eran largas y huesudas. De pronto un escalofrío atravesó todo mi cuerpo, estaba nervioso porque no sabía qué pasaría conmigo. Por alguna razón el frío se filtraba hasta esa sala.
Rubén
Fidel piensa que es la única persona que estuvo ahí esa noche, pero se equivoca al igual que el detective Urriaga. Yo también estuve ahí, pero a diferencia de él, supe escapar en el momento justo. No entiendo por qué todos están tan tristes por la muerte de J. M., sabíamos la clase de persona que era. A veces los secretos nos carcomen y los suyos lo terminaron consumiendo, pero todo el mundo es inocente hasta que lo declaran culpable, o ¿era al revés?
Fidel
Durante las siguientes semanas, mi mundo se vino abajo. Me convertí en el centro de atención de toda la universidad y mi buena reputación se desmoronó en mil pedazos, como si alguien hubiera roto un delicado cristal. Me sentía enojado por esta situación.
Un día de regreso a mi habitación, la cual se encontraba al final del pasillo, encontré un pequeño sobre color crema en mi escritorio que decía con tinta roja: “Todos guardamos secretos. ¿Nunca te has preguntado qué secretos tenía él?”. Una USB era lo único que había en su interior, así que decidí ver qué contenía: era un video de J. M. quien le decía a la persona que estaba grabando que sabía que nunca lo traicionaría, que podía confiarle todos sus secretos y que se los llevaría al otro mundo. Al parecer se encontraban en una fiesta. J.M. llevaba un suéter negro y unos jeans rasgados en la parte de la rodilla, tenía una sonrisa arrogante como siempre.
Una hora después de ver esto, me llegó un mensaje de texto de un desconocido diciendo:
“La curiosidad mató al gato”.
Rubén
Todo salió justo como lo planeé. No hice nada malo, solo les estoy dando una cucharada de su propia medicina a las personas que abusaron de Eli y de mí. Ellos pensaban que nos podían engañar fácilmente y antes así era, pero ya no.
Llevamos uno, nos falta otro. Voy a hacer que se arrepientan por lo que hicieron. Fidel hizo lo mismo, pero no es mi culpa que él estuviera ahí esa noche. Digamos que es el daño colateral de la situación.
—¡Eres despreciable! ¿Cómo pudiste hacer esto? —escucho a Eli decirme con un tono de reclamo, así que la volteo a ver y noto que tiene el ceño fruncido y los brazos cruzados. Usa un vestido blanco con rayas azul rey que le llega a las rodillas y unos zapatos bajos de color negro, en la cabeza lleva una diadema de moño.
—No lo soy, solo estoy haciendo justicia por lo que nos hicieron —le dije tranquilo, tratando de que se calmara.
—¿Disculpa? Si estoy en esto, es porque tú me engañaste. —No eres mejor que ellos, eres peor—. ¿Qué pasará si lo descubren? Iremos a la cárcel. Soy muy joven para ir —me contesta con un tono de nerviosismo en su voz. Su expresión cambia y comienza a caminar por toda la habitación sacudiendo las manos y mordiéndose el labio.
—Tranquilízate, ninguno de los dos va a ir a la cárcel, el que va a ir es él —le dije con certeza.
—Estás enfermo —me dice Eli temerosa—. Primero asesinas y luego haces que Fidel parezca el único sospechoso. Por favor, dime cómo termina esto. No me gusta estar contigo, yo pensé que solo lo íbamos a asustar.
—No lo hice solo. Te recuerdo que si yo caigo, caes conmigo y no creo que eso lo permitas, linda —respondo con ese tono que a muchos les disgusta de mí.
De repente se para en seco y dice:
—Cállate, alguien viene.
Fidel
En los siguientes días, me siguieron llegando cosas extrañas acerca de la muerte de J. M. No sabía qué hacer, si dárselas a la policía o esconderlas. Si iba con la policía, me interrogarían y nunca saldría de esa habitación a la que me llevaron la primera vez. Tenía que probar mi inocencia, pero ¿cómo? Todas las evidencias apuntaban en mi contra y el único testigo estaba muerto. Al menos podría intentar encontrar a la persona que me había enviado todos esos objetos.
Cuando el despertador sonó, mi cuerpo se sentía pesado, como si estuviera cargando una roca muy grande. Somnoliento y arrastrando mis pies, me fui acercando muy lentamente al baño, me lavé la cara con agua fría y en ese momento unas gotas de color empezaron a caer. Levanté la mirada y vi que en el espejo decía: “asesino”. Al parecer esa palabra que escurría estaba escrita con sangre, abrí los ojos de manera desmesurada y retrocedí. Pude ver en el reflejo a J. M. muerto en mi bañera, me volteé y ahí se encontraba su cuerpo acostado en mi bañera vestido con el mismo suéter negro y los jeans rasgados que vi en el video. En ese momento, la bañera y el piso blanco del baño empezaron a teñirse de magenta oscuro, al igual que mis manos y justo ahí abrí los ojos.
Un sudor frío recorría mi cuerpo, mi corazón latía muy rápido y mi respiración era agitada. Traté de calmarme, observé la hora en mi reloj digital, eran las tres de la madrugada. Me dirigí al baño rápidamente para comprobar que no seguía soñando y, al parecer, estaba despierto. Me detuve un momento para mirarme. Mi rostro había adelgazado, mi piel se veía de un color pálido, tenía los labios partidos y sentía seca la garganta, mis ojos parecían cansados y habían perdido el brillo que hacía unas pocas semanas tenía. Alrededor de ellos se podía ver un par de sombras oscuras y mi cabello se encontraba todo revuelto. Desde que J. M. murió, todos los días me levanto muy nervioso. Por las noches casi no puedo dormir y ya no puedo comer. Esto me está sobrepasando.
Rubén
—¿Por qué esa cara?, ¿no estás feliz? ¡Le hicimos un favor al mundo! —le dije con tono de entusiasmo a Eli.
Nos encontrábamos en la habitación de ella, las paredes eran de un color amarillo pálido, donde había diversos cuadros. Su cama se encontraba justo en medio de la habitación y arriba de la cabecera había varias fotografías instantáneas colgadas donde aparecían sus amigas y familiares, al lado de la ventana estaba su escritorio de color blanco que tenía varias manchas de diferentes colores. Encima de este se encontraban varios botes con pinceles y pinturas, al igual que diversos bocetos. El lugar donde yo me encontraba era un rincón de lectura, tenía un sillón acolchonado de color verde musgo que contrastaba perfecto con las paredes. Tenía buen gusto y para ser pintora todo se encontraba muy ordenado.
—Eres un cínico, soy cómplice de un asesinato, por supuesto que no estoy feliz —dijo con un tono golpeado.
—Tienes que ver el lado positivo de la situación, por ejemplo: nos libramos de ser sus sombras y de ser manipulados. Dime cuándo fue la última vez que recibiste un elogio o una felicitación por parte de tus profesores sin que J. M. te opacara? Eres buena y lo sabes —le dije tranquilo y encorvé mi cuerpo hacia adelante.
—Eh… Apenas la semana pasada cuando entregué un proyecto, me felicitaron —dijo con un tono de orgullo.
—¿Y acaso no se sintió bien?
—Sí —dijo apenas esbozando una sonrisa.
—No entiendes que ahora la gente nos nota por quienes somos y no como el adorno de J. M. Ahora lo que hay que hacer es seguir el plan y nadie se enterará. —Vi la hora así que me levanté y me dirigí hacía el espejo.
—¿Qué hay de tu conciencia, Rubén? —me dijo preocupada.
—Si lo que te preocupa es mi falta de moral, te quiero decir que la tengo, pero prefiero pensar que me libré de lo que estaba atormentando mi vida. Solucioné ese pequeño gran problema, gracias a ti, por supuesto —le dije con una sonrisa arrogante en mi cara.
Me observé en el espejo. Llevaba puesta una camisa azul claro, unos jeans y un par de converse del mismo color. Mi piel estaba brillante, mis labios muy bien humectados y mis ojos tenían ese brillo que habían perdido hacía tanto tiempo. Después de admirarme, saqué de mi bolsillo un anillo de plata en forma de serpiente, me dirigí hacia la puerta y antes de irme le susurré.
—No hay mal que por bien no venga.
Fidel
Me viene a la mente esa noche, la última noche que vivió. Yo me encontraba en la biblioteca de la escuela, ya era tarde y escuché a lo lejos un trueno, el cielo amenazaba con llover, así que tomé mis cosas y salí.
El viento comenzaba a soplar cada vez más fuerte. Caminé lo más rápido que pude a la entrada principal de los dormitorios y ahí lo vi. Unos rayos empezaron a caer, traté de recordar cómo iba vestido y fue cuando me di cuenta que llevaba el mismo atuendo que en el video, excepto que traía una sombrilla. Un simple gesto fue todo lo que intercambiamos, él, como siempre, con su sonrisa egoísta y yo con un saludo de mano. Si tan solo hubiera sabido que tras cruzar esa puerta él ya no volvería, si tan solo le hubiera preguntado por qué salía tan tarde con ese clima, tal vez lo hubiera salvado, pero no lo hice y ahora estoy metido en todo este lío. Anteriormente solo nos habíamos dirigido unas cuantas palabras y el hecho de que él me saludara se me hizo muy extraño, pero no le di importancia porque él siempre saludaba de esa manera.
Me encontraba frente a mi escritorio y la notificación de un nuevo correo me sacó de mis pensamientos, así que lo abrí. Decía: “El último ha caído, sigues tú. Si quieres saber quién soy ven a buscarme”.
Rubén
El ratón está a punto de caer en la trampa y una vez que esté ahí nadie lo va a poder salvar. Escucho los pasos que da y poco a poco se va acercando al anzuelo. Toma el pedazo de papel que hay en la mesa redonda que se encuentra en medio de la biblioteca y… ups, ha caído a un laberinto sin salida, qué lástima.
—¡¿Quién está ahí? ¡Da la cara! —Fidel grita y noto un poco de miedo en su voz.
—¿Y quitarle la diversión a esto?, ni en mil años —le contesto escondido entre los anaqueles de libros.
—¿Quién eres? —pregunta, mientras mira por todos lados, intentando encontrar la fuente del sonido
—Tu peor pesadilla —respondo con un poco de malicia.
—¿Por qué me has estado enviando todas esas cosas de J. M.?
—Para hacerlo más interesante, la verdad es que disfruté mucho viéndote sufrir —le digo con un tono de ironía
—¿Tú lo mataste?
Un silencio inunda la habitación y al cabo de un minuto contesto:
—Sí, pero tuve un poco de ayuda. —Aparezco justo detrás de él, llevo la capucha puesta y lo miro.
—¿Rubén? —me dice sorprendido—. ¡¿Lo mataste y después hiciste que me viera culpable?!
—Porque ya no queremos ser sus sombras. Somos los autores de todo lo que ustedes han hecho.
En ese momento me paso la mano por el cabello y él nota mi anillo. Entonces, susurra:
—La serpiente fue la obra más celebrada por los jurados en una competencia de hace meses, la cual ganó J. M. ¿Sabes?, una de las características de las serpientes es que pueden atacar a sus presas por las noches y que utilizan varios métodos para matarlas, uno es por medio del veneno y otro por estrangulamiento. Son unas criaturas fascinantes.
En ese momento, Eli apareció a un lado mío diciendo:
—Hola cariño, ¿me extrañaste? —le dice a Fidel.
Iba vestida con unas botas negras hasta las rodillas, una falda café y una camisa blanca de manga larga que terminaba con holanes en sus muñecas. Su cabello estaba atado en una coleta con un mechón suelto y llevaba aretes de perla.
Fidel dice confuso:
—No lo puedo creer, ¿tú?, ¿cómo pasó esto?
—En vivo y en directo. Resulta que yo no soy la única persona que hace pinturas para otros. Al parecer justo el día de la competencia de arte, Rubén se dio cuenta de nuestra pequeña discusión acerca del cuadro que yo había hecho y empezó a sospechar, hasta que descubrió la verdad. ¿Te acuerdas lo enojado que estabas porque no le ganaste a J. M. y todo lo que me dijiste? No lo merecía —le dijo con tono de reclamo, noté que había odio en su mirada.
—Eli, lamento mucho lo de ese día, pero ¿te das cuenta que los dos son unos asesinos? ¡Van a ir a la cárcel! —nos dijo Fidel con enojo.
Me empiezo a reír, me interpongo en la conversación y le digo a Fidel:
—Eso no va a pasar porque el detective Urriaga está muy ocupado en este momento revisando tu habitación y encontrando la evidencia que dejamos. Además, no tienes pruebas de que fuimos nosotros, esas fueron borradas antes de que él llegara.
Veo la hora en mi reloj de metal gris y digo:
—Tic… toc… tic… toc, no tienes mucho tiempo. Tardarán en llegar aquí unos 5 o 10 minutos como máximo, ya que activé el GPS de tu teléfono y lo conecté a tu computadora.
—¡Rubén, él era tu mejor amigo! —me dice con tono de decepción
Suspiro y le contesto con un tono de asco:
—Yo también pensé lo mismo hasta que me di cuenta que era solamente el talento detrás de la fama y que me llamaba cuando quería algo de mí.
—¿Escuchas eso? Es el sonido de tu fin acercándose —dice Eli con un tono de burla.
Las sirenas de los policías se acercaban. Apagamos las luces, tomé de la mano a Eli y huimos por la puerta trasera. Desde la oscuridad contemplamos cómo Fidel era detenido, dando paso a la noche. A mí me invadió la calma y salimos del campus, mientras a lo lejos se veían las luces policiacas.
Categories: Cuentos, El cuento en cuarentena, General