El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | La casa de las prostitutas

Por Alan Amado

Un trabajador encontró a una chica de 16 años en el basurero de la ciudad. Estaba desnuda y su piel ligeramente azulada, pero se alcanzaban a distinguir varios golpes en el cuerpo y en el rostro. Llevaba ahí el tiempo suficiente para que los perros empezaran a comer parte de su estómago. Un policía le avisó a la madre de la chica dónde la habían encontrado.

Vi acababa de terminar sus clases. Pasó a la cafetería de la universidad a comer algo rápido. Recibió un mensaje a su celular.

“Le dejé a Ana el dinero de ayer. Gracias.”

 “Oye, ¿a qué hora llegas hoy?”

Guardó su celular. Terminó de comer y salió de la facultad.

Tenía que caminar por el centro y después por la zona este de la ciudad. Esa era una parte muy conocida. Ahí la gente se sentía segura. Había casas limpias y las personas se enorgullecían de su buena imagen. Incluso los ebrios de otras partes evitaban orinar en las esquinas y en los parques para mostrar respeto. Mas quien llegaba a ese lugar, pronto conocía algunas historias que sus habitantes no debían mencionar con el fin de conservar la decencia que les costaba mantener. En realidad, toda la ciudad intentaba proyectar una imagen de rectitud, sin embargo había un especial esfuerzo en esa área. Por eso, Vi caminaba rápido para evita a las personas que lo observaban todo.

Tomaba el autobús y bajaba en un vecindario sucio. De la parada de autobús, tenía que caminar 15 minutos. Pasaba por la iglesia y a veces veía a los drogadictos que estaban en las bancas de la explanada. Iba por la calle donde habían billares y cantinas. Luego, se detenía en un minisúper y se metía en los baños del costado para cambiarse de chamarra y ponerse un gorro. Entraba a una unidad habitacional, al edificio 2B. Ella trabajaba ahí, en un departamento que la gente llamaba “La casa de las prostitutas”. Esa tarde, antes de subir a su departamento, saludó a los chicos de la entrada del edificio. Una de las chicas, Ana, con quien se llevaba muy bien desde que había llegado hace un par de meses, le dio un pequeño sobre amarillo. Vi le arregló el cabello, la mandó a casa y le dijo que no se metiera en problemas.

Subió al departamento y tocó la puerta. Dos golpes.

—¿Quién es?

—Soy yo, Lupe.

Lupe y Héctor abrieron la puerta y ella los saludó. Después fue con Renée y Jess. Ella era la más joven de todos. Se maquilló y cambió de ropa con las chicas, mientras, en otra habitación, los chicos se ponían camisas y traje, y ocultaban dos armas dentro del saco de su uniforme. Juntos esperaron hasta que llegara la gente ,en general, pequeños grupos, fáciles de controlar. La mayoría eran hombres atractivos y mujeres hermosas, muy jóvenes. También había gente desagradable, que soportaban solo por las buenas propinas que dejaban).

Hubo mucho trabajo esa noche. Vi pidió un taxi y la llevó al departamento donde vivía, no muy lejos de allí.

Se levantó tarde el siguiente día. Salió corriendo, sin arreglarse mucho. Llegó 25 minutos después de su primera clase y decidió no entrar. Tenía hambre, así que pasó a la cafetería de la facultad para desayunar. Se preparó un café soluble y compró un paquete de galletas y un sándwich. Fue a una de las mesas junto a las ventanas grandes con vista al estacionamiento, para estar alejada de los alumnos de otras carreras y comer tranquila. Dos tipos se sentaron en la mesa detrás de ella, aparentemente para apartarse también de los demás, y hablaban en voz baja, pero ella pudo distinguir lo que decían.

—¿Cuántas veces has ido?

—Un par –contestó el otro.

—¿En qué parte está?

—Al otro lado del río, por el cine de noche.

—¿Vas hasta allá? ¿Por qué?

—No es caro, nada allá lo es. Puedes ir a varios lugares. Además ya me conocen por el rumbo y no me hacen nada. Tú diles que me conoces y ya.

–Ajá. Bueno, ¿y cómo son las chavas?

—¿Cómo son? Estúpidas como la mierda. ¿Para qué quieres saber cómo son?

—Me refiero a cómo están.

—Pues… están muy bien. Aunque son bastante creídas. Quiero ir la siguiente semana, cuando salgamos de la biblioteca. ¿Vas conmigo?

—Pues voy. Pero, ¿de verdad no es caro?

—Ya te dije que no.

—¿En dónde es? No, perdón. ¿Cómo es el lugar?

—Es un departamento pequeño. Nada más son tres. Hay otros dos tipos, pero esos son los que las cuidan. Si no les haces nada, ellos no te hacen nada a ti. Por eso te digo, cálmate. Aunque las chicas sean unas imbéciles, les tienes que pagar.

—En todos lados es así –después no dijeron nada unos segundos–. Está bien. Sí. ¿El sábado, entonces?

—Sí.

Vi se levantó y se fue. 

Regresó a su departamento. Se dirigió a su cuarto y se recostó en la cama. Vio en su tablet la noticia sobre la niña que había sido encontrada en el basurero de la ciudad esa mañana. Ese lugar no estaba muy lejos. Ya habían dado noticia de esa chica antes, cuando desapareció, hace una semana más o menos. El nombre de la chica era Liz. Leyó los detalles y pensó en dónde estaba en el momento en el que ocurrió todo, en La casa, seguramente; pero no se sorprendió de no haber notado nada extraño. Siempre pasaba algo todos los días.

Durante las semanas siguientes, se hizo pública mucha información acerca de las manifestaciones afuera de la oficina de la policía local. La madre de Liz llevaba un cartel con el rostro de su hija y hablaba al frente de otros padres con hijos desaparecidos. Incluso tuvo una entrevista en la radio, Vi la escuchó esa vez.

Esos días fueron de cierta manera difíciles para ella. Era fin de semana. Estaba molesta y estresada. Subió al departamento y fue a su habitación. Se estaba arreglando cuando Jess entró por la puerta:

—Renée me llamó y dijo que viene con un grupo.

—¿Cuántos? –preguntó Vi con cierto fastidio. Después miro a Jess.

—15, más o menos. Es una fiesta de cumpleaños.

—Y nosotras somos el regalo…

—Solo Renée. Los amigos del tipo simplemente la continuarán aquí. Me dijo que llegan en una hora u hora y media. Apúrate.

Vi movió la cabeza para aceptar.

El grupo llegó más tarde. Había cuatro chicas con ellos que sintieron curiosidad por saber cómo era ese tipo de lugares. Todos iban muy bien vestidos y un poco ebrios. La noche avanzaba. Jess estaba en una de las habitaciones con el tipo del cumpleaños. Todos estaban ocupados con alguien. Vi hablaba con uno de los chicos. Seguía enojada y Perec, el muchacho con quien estaba, lo notó y preguntó si algo estaba mal con ella. Vi respondió lacónicamente que la semana había sido estresante.

Ambos, entonces, empezaron a conversar de manera más personal. Perec comentó que uno de sus compañeros de universidad le había hablado del departamento y que se sentía cómodo. Vi comentó que no le agradaba lo que la gente de la ciudad decía: la mayoría eran comentarios despectivos acerca de las tres.

—Tengo curiosidad de cómo inició todo. Son solo ustedes tres, ¿no? —dijo Perec.

Vi titubeó un poco, Perec ya estaba un poco ebrio, y pensó que seguramente no recordaría muchas cosas de lo que ella dijera. Aparte de todo, le pareció un tipo agradable.

—Al principio éramos solo Renée y yo. Íbamos a la misma facultad. Yo aún estudio, Renée se graduó hace un año.

—No son sus nombres, ¿verdad?

—No, obvio no. Aquí todo se sabe rápido y, como seguramente ya sabes, este no es un buen lugar –Vi continuó con su historia–. En realidad, ya lo habíamos pensado antes. La idea nos pareció divertida, pero necesitábamos un lugar dónde empezar sin que nadie nos molestara, y encontramos el departamento. Es barato. Al principio solo teníamos unos cuantos muebles viejos, pero empezamos a comprar cosas tan pronto empezó a llegar el dinero.

—¿Qué hacías antes de esto?

—Era mesera en uno de los cafés del centro. No te voy a decir cuál.

—¿Renunciaste?

—No. Uno de los clientes me tocó las nalgas y le arrojé el café caliente a los pantalones. El gerente me regañó y me despidió.

—¿Y entonces?

—Renée conoció a Jess. Después, invitamos a los dos chicos que ves allá. Son buenos muchachos y muy fuertes. Conseguimos armas por si es que llegáramos a necesitarlas.

—¿Y las han necesitado? —Vi no contestó—. Si me dices, yo te cuento un secreto.

—Una vez, para asustar a dos chavos que vinieron hace como dos o tres semanas.

Perec se decepcionó de la respuesta, pero tuvo que conformarse. Le hizo una seña a Vi para que se acercara y le habló al oído.

—¿Recuerdas la noticia de la niña que encontraron en el basurero? —Vi asintió ligeramente con la cabeza–. Bueno, pues yo la maté.

Vi sintió escalofríos. Perec fumaba y bebía mucho.

—No pongas esa cara, no fue mi culpa. Se puso difícil y no sabía qué hacer. No te voy a dar detalles, pero de verdad no era mi intención. Nadie me puede juzgar. Cuando noté que estaba muerta me puse nervioso. Mis amigos me tranquilizaron. Me dijeron que era buena idea arrojarla en el basurero. Como este sitio está lleno de vagos y así, culparían a uno de ellos y no a mí. Tuvieron razón.

Terminó de contar y siguió bebiendo. Vi no dijo nada. Luego de un rato, él se fue del departamento.

Vi volvió a ver a Perec varias veces, siempre acompañado de dos chicos. De forma curiosa, había cierta preferencia de él hacia ella. Bebían juntos e incluso pasaron una noche juntos, en La Casa. La mayor parte del tiempo platicaban, Perec era el que hablaba más y ella simplemente escuchaba y daba respuestas cortas.

Vi recibió una llamada a su celular por la mañana. Bruno, el hermano de Ana, le pedía que fuera por él a la estación de policía. Tardó una hora para llegar y recogerlo. Después fueron a su casa, pero no había quién lo recibiera y Vi lo llevó al parque. Se sentaron en una banca para hablar. Le preguntó por qué estaba en la estación. Al principio no quería contestar. Vi insistió. La respuesta le provocó un malestar en el estómago. Él le dijo que Ana no había llegado a su casa esa noche y unos chicos habían visto a dos tipos arrojar a una chica cerca del basurero. Cuando uno de ellos reconoció a Ana, de inmediato le avisaron a Bruno. Después de escuchar la historia, llevó al chico de nuevo a su casa y su mamá los recibió. Le agradeció a Vi por el favor de recogerlo y la invitó a pasar. Hablaron de muchas cosas al azar, evadiendo lo más que podían el tema, hasta que no hubo otra salida que abordarlo.

—Mi niña, no es lo mismo. A esa niña que también fueron a aventar, era muy bonita. A esas niñas sí las buscan, por ser gente decente. Pero a nosotros no —dijo la mamá de Ana—. Tú sabes que todos los días muere alguien en el vecindario. Allá los asesinatos son un crimen, aquí la gente se acostumbra a pelear por su vida.

Vi esperó un par de días para volver a ver a Perec. Ambos empezaron a hablar, como de costumbre. Él se quejaba de los problemas que tuvo esa tarde y después le preguntó a Vi si tenía algo qué contar. Ella le contestó que no.

Ambos bebieron. Vi lo notó más ebrio. Le dijo que había escuchado sobre otra chica que fue encontrada cerca del basurero.

—Sé lo que piensas. No fui yo, completamente —señaló a los dos amigos con los que siempre estaba—. Esta vez fue más sencillo. Aquí ya nadie pregunta. Digo, la habíamos visto antes. No estaba mal. Yo la dejé bien, con ellos no sé qué pasó. ¿Y tú cómo supiste?

—Los chicos que están afuera me dijeron —contestó Vi.

—Lo que no me gusta de esta ciudad es que todo el mundo se entera de todo. Lo bueno es que yo soy de fuera y nadie aquí me conoce.

Ambos siguieron bebiendo hasta que Perec se fue.

Al día siguiente, Vi regresó a casa en el transporte público. Buscó entre sus cosas y encontró un pedazo de trapo largo. Salió de la casa y fue a la facultad.

Avisó que iba a llegar un poco antes al departamento. Cuando llegó, fue a uno de los  cuartos e hizo un agujero pequeño en el costado derecho del colchón, con un cuchillo que tomó de la cocina de su casa. Metió y sacó su mano un par de veces. Poco a poco lo hacía más grande. Después, introdujo una navaja en él y lo tapo con las sábanas.

Al día siguiente le llegó una idea. Fue al departamento e hizo otro agujero en el mismo colchón y escondió dentro el cuchillo, solo por si llegaba a necesitarlo. Ese fin de semana, Perec fue al departamento y ella sintió miedo, pero él le dijo que no llevaba mucho dinero. Ambos platicaron durante un par de horas. Le preguntó a Vi si ella tenía algo para contarle y ella le contestó que no. Llegó más gente y él optó por irse temprano.

Vi se fue a las 3 de la mañana a su casa. Se levantó 4 horas después. Estaba inquieta. Tomó el autobús y se dirigió a casa de Bruno. Bruno le abrió la puerta. Vi no saludó, solo le dio un poco de dinero y se fue.

Durmió hasta las 10 de la mañana. No sabía qué hacer. Aprovechó el día para arreglar algunas cosas de su cuarto y pagó algunas pequeñas deudas con dueños de tiendas, solo para hacer algo.

Fue al departamento a las 6 de la tarde. No esperaba que Perec llegara a las 9 de la noche. Esta vez, con suficiente dinero para estar con Vi. Ambos hablaban. Él le comentó de algunos problemas que había tenido con sus compañeros de trabajo y ella asentía. Continuaron bebiendo, en especial Perec. Ella le insistía, incluso le invitó algunos tragos.

Luego, Vi lo llevó hasta la habitación, casi cargándolo. Lo echó en la cama. Vi lo acariciaba y él empezaba a desnudarla. “Quiero probar algo nuevo contigo”, le dijo y ató su mano derecha con el trapo que consiguió. Él empezó a emocionarse tanto que no se dio cuenta cuando Vi intentaba meter la mano lentamente en el orificio al costado del colchón. Sacó la navaja y apuñaló a Perec. El primer golpe no fue suficiente para atravesar el cuerpo. Vi tenía miedo y temblaba. Pero cada golpe siguiente estuvo cargado de más ira y más fuerza, y logró acertar en el pecho y el estómago.

Perec se desató y golpeó a Vi. Apretaba las heridas. Ella se lanzó de nuevo sobre él. Le cortó el rostro. Él cayó y Vi siguió apuñalándolo. Perec gritó hasta que se desgarró la garganta. Sus gritos eran agudos y lastimaban los oídos. Los dos amigos de Perec abrieron la puerta de la habitación. Ambos derribaron y golpearon a Vi, patearon su estómago y su cabeza. Jess y Rennée entraron en el cuarto, después Héctor y Lupe, y detuvieron a los dos tipos, a uno le dispararon en el estómago y al otro en el rostro.

Perec murió desangrado y Vi por la golpiza.

Los tres hombres fueron encontrados unos días después, debajo de uno de los puentes cerca de la iglesia. La policía pensó en otro conflicto entre pandillas cuando los vieron. Jess tuvo que avisar a los padres de Vi de su asesinato, pero tuvo que cambiar varias cosas de la historia.

En una manifestación, el jefe de policía declaró que se estaba trabajando en los casos de personas desaparecidas y que ya habían capturado a varios culpables. Los padres de Vi conocieron a la madre de Liz en esa ocasión, quien les comentó que ya habían encontrado al asesino de su hija. Eso les dio esperanzas.

Por otro lado, Bruno contó que Vi murió por su hermana. No tardó mucho para que toda esa parte de la ciudad supiera lo que había pasado. Algunas veces, cuando alguien de fuera se portaba mal la gente volteaba a ver a las chicas de la casa de las prostitutas, como preguntándoles qué harían al respecto. Ellas no hacían nada. 

Pronto lo que pasó con Vi se convirtió en otra historia que bajo ninguna circunstancia debía mencionarse.

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