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Poesía | Nunca pensé que hacer piñatas en el manicomio fuera una terapia efectiva

Por Iván Mata

Sabía que solo era juego de niños,
algo que te ponían a hacer en el kínder.
Pero de pronto yo estaba en una bodega
con otros niños
haciendo piñatas.
No faltó el buleador de la clase,
ese niño que así nomás golpeaba a los demás
directo a los ojos,
a puño cerrado y bien fuerte.
No faltó el más grande del grupo,
el que temblaba de las manos como si por dentro
un terremoto de magnitud 8 le sacudiera 
los órganos.
Tampoco faltó el vándalo,
el que asaltaba las tortillerías con una pistola
y el que estuvo en el cereso
y el que tenía la sonrisa más hermosa que haya visto.
Tampoco faltó que la niña del salón se enamorara 
de él, y que lo siguiera por el kínder
con hambre de sus músculos gruesos,
de sus manos de delincuente,
de su piel de león. 
No faltaron las ganas de decirle al oído,
en esas tardes de siesta 
con nuestro biberón de clonazepam 
pegadísimo a la boca:
cuando salgamos
tú y yo nos casaremos
en Guanajuato
y seremos felices
y tendremos dos hijos
sin nombre.

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