El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Uno

Por Leonor Roca

Quiso detenerse a pensar las cosas una última vez, pero sabía que, no importaba cuántas vueltas, le diera siempre llegaría a la misma conclusión. Quiso detenerse a reflexionar si de verdad aquella era la única salida, pero sabía que en su búsqueda solo había encontrado aquella puerta abierta. Quiso detenerse a recuperar el aliento, no porque necesitara hacerlo, sino porque sentía que debía intentarlo. Sabía que en el fondo de su ser quedaba algún atisbo de razón, pero ya no escuchaba la voz que tantas noches había silenciado su deseo. Quiso detenerse, pero su cuerpo ya no le pertenecía; no era más que un autómata de carne movido por el instinto.

Con pasos de seguridad nerviosa avanzaba por el camino al matadero, presa de la cacofonía de sentimientos, recuerdos y emociones que zumbaban dentro de su cabeza. Mientras caminaba por las calles concurridas del centro, notó lo solo que se sentían en medio de la multitud que se formaba en las esquinas a espera del cambio de luces. Y aunque el familiar sentimiento lograba entristecerlo, sonrió al cruzar la avenida.

Hoy cambiaba todo.

Hoy, el lejano deseo de compañía al que su vida se aferraba se cumpliría. Después de tantos años esperándolo, de interminables días soñando despierto, de tortuosas noches en vela con la misma escena reproduciéndose en su cabeza una y otra y otra vez. ¡Por fin era hoy! ¡Hoy! ¡El primer día de su nueva existencia! ¡Ya no más miedo! ¡Ya no más soledad! ¡No más vida, no más muerte! Hoy se lanzaba a las fauces de la tentación, a esos caninos afilados que le habían sonreído un par de noches atrás cuando llegó, por casualidad, a ese sitio de internet.

Allí era valioso, allí no era prescindible, allí lo esperaban, lo querían, a todo él, cada centímetro, cada molécula, cada rastro de presencia, cada gota de esencia. Allí lo deseaban, lo ansiaban con pasión, con un amor enfermizamente sincero. Pero incluso allí, entre tantos como él, seguía solo. Vagó por un rato en aquellos foros. Miró imágenes, testimonios, historias, confesiones y recetas. Dolor, placer, poder, ambiciones, religiones, caprichos… No. Él no quería nada de eso. Él quería algo mucho más grande, necesitaba algo mucho más bello, algo que lo librara de sus miedos, de sus inseguridades, algo… alguien…

Abrazando la ya familiar decepción, cuando estaba por abandonar el último sitio, como por obra del destino mismo, se topó con ese anuncio. No era muy diferente a los otros, pero capturó su atención de inmediato. Miró la promesa, lo pensó un par de minutos, no había mucho que perder. Intercambiaron mensajes. Dijo tener experiencia e intenciones puras; le aseguró que no era como ellos, que solo quieren un pedazo de carne desechable con el cual desahogar sus instintos, que estaba en busca de un nuevo amado dispuesto a entregarle el alma y que, a cambio de tan preciado regalo, le juraba eterna compañía. Los sordos pixeles que formaban sus palabras lo convencieron, y antes de que el arrepentimiento siquiera pudiera asomarse, aceptó verse con él en el parque cerca de la estación del tren.

Llegó a la esquina acordada y miró en todas direcciones sin encontrar un rostro que se asimilara a la imagen de baja resolución que le había enviado. Consultó su reloj de pulsera, para asegurarse de que no llegaba tarde. Tomó asiento en una banca libre, cerca de una pareja que se lanzaba disimulados reproches y un grupo de amigos que soltaba molestas risotadas entre malos chistes.

Esperó.

La boca seca, las palmas sudorosas, las piernas saltando convulsivamente.

¿Y si no llegaba?

¿Y si era un engaño?

Las preguntas comenzaron a arremolinarse en su cabeza.

De repente, regresar a su triste vida volvió a ser una opción.

Regresar a su existencia vacía… miserable… rechazado… más solo que nunca… con el miedo devorándole las entrañas… con el deseo frustrado carcomiéndole el alma…

Y, entonces, llegó.

Uno a uno desabrochó los botones y dejó que la camisa se deslizara por su espalda hasta aterrizar en el suelo. Sus ojos se encontraron una vez más, movidos por una atracción magnética. Le sonrió. Él le mostró la perfecta dentadura como respuesta, terminando de correr el cierre de la bragueta. Lo miró, con la fe del pecador postrado ante el salvador. Admiró su figura; la curvatura de las caderas, el delgado torso, la caída de los hombros, las grandes manos, la fuerte línea de la mandíbula, los delgados labios rozando la comisura de su boca en un casto beso.

Se sentó sobre él a horcajadas y con un tacto ligero, que apenas alcanzaba la pelusilla que cubría su piel, acarició su cuerpo desnudo, con la devoción de dos almas que se reencuentran. Quiso prenderse de su cuello, aspirar el perfume de su aliento, mezclar sus sudores, tomar su mano para dejar de sentirse solo, aprisionar sus cuerpos en un abrazo hasta que sus carnes se fusionaran. Quiso tocarlo, pero las correas que sujetaban sus muñecas por sobre su cabeza lo detenían. Una mano se posó en su mejilla para consolarlo con el voto de que pronto estarían juntos… en él… por siempre…

Lo sintió entrar, y aunque fue una estocada rápida y definitiva, percibió cada milímetro hundiéndose en su vientre.

Una oleada de dolor estremeció su cuerpo.

Podía sentir sus manos… deslizándose dentro de él…

Palpando con fervor sus entrañas…

Perdió el aliento…

Se le nubló la vista…

El puño… cerrándose… tirando…

Aún podía distinguir la silueta de su redentor…

La palpitante esfera… acercándola a su rostro…

Los temblorosos labios… besándola con ternura…

La golosa boca… ansiosa del fruto prohibido…

Lo siente…

… los dientes triturando su esencia…

… la lengua paladeando su presencia…

… su carne…

… su alma…

… fusionadas…

… lo siente…

…la compañía…

Por primera vez… ya no está solo.

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