Por José Antonio Samamé Saavedra
Un llamado de emergencia de notable extrañeza se propagó en el centro de la ciudad de Lima, lo que encendió la alarma de los bomberos y rescatistas de la zona. Por favor, ¡vengan! Algo descomunal ha pasado. ¡Vengan, señores, por favor! ¡Auxilio! La gente está muy desesperada y no sabe cómo lidiar con esto. ¡Apúrense!, ¡apúrense por favor! —gritó una señora histérica.
De pronto la difusión del mensaje fue cortada súbitamente y el comandante Valera optó por contactarse con las demás unidades próximas, que respondieron de inmediato la señal de alarma. Cuando la unidad del responsable estaba próxima a la escena del incidente, vieron a muchos curiosos alarmados murmurar sobre las consecuencias del apocalipsis de los últimos tiempos. Aceleraron la llegada ante el llamado del comandante Valera: Soy el comandante Valera. ¡Urgente! Unidades, repórtense de inmediato, es un 657, es un 657.
Comandante Valera, estamos a unas cuadras del incidente —decían los demás bomberos y rescatistas del resto de las unidades, quienes transmitían con una expresión de profunda preocupación. Rápidamente el comandante descendió del vehículo y se unió al resto de los miembros de la brigada “Ángeles del fuego” para inspeccionar el área del siniestro y reportar los daños de la zona. Alcanzó a escuchar los gritos desgarradores de terror en la zona afectada.
—¡Por Dios! ¡Santo cielo!, ¿qué pasó aquí? ¡Que Dios nos perdone! Los tiempos finales están cerca para acabar con todo en un santiamén y ni la mejor instrucción nos ha preparado para algo así. No servirá de nada —dijo el comandante Valera.
—Comandante, estos últimos descensos de temperatura, la abundante neblina y llovizna en Lima, ¿cree que hayan tenido algo que ver con la tragedia? —le mencionó uno de los subalternos sumamente preocupado. El comandante estaba absorto, intentaba comprender lo sucedido y a la vez planeaba la forma en la que iban a atender de forma oportuna el desastre.
El comandante elaboró raudamente un plan de acción para operativizarlo lo antes posible, porque los segundos y minutos eran esenciales. Enfatizó la necesidad de accionar la alarma a nivel nacional y de solicitar más refuerzos del resto de escuadras especialistas en siniestros, además del ejército.
—Debemos iniciar con la operación de rescate, compañeros y brigadistas. El tiempo apremia, no sabemos cuánto más soporte esto. Daré las instrucciones y distribuciones de los equipos e informaré quiénes me acompañarán con el primer objetivo siniestrado y los que trabajarán en paralelo en el segundo edificio —exclamó el comandante.
Las cuerdas fueron tensadas fuertemente entre un carro de bomberos y el otro, a lo largo del diámetro de la depresión, entre la separación de un edificio y el otro. Una vez aunadas las cuerdas, el cuerpo de rescate, que era dirigido por el comandante, empezó a escalar el edificio, el cual aún se sostenía asombrosamente por un abultado cúmulo de tierra y estructuras retorcidas sobre el borde de un descomunal y tenebroso hoyo, que se había abierto sobre la base de unos edificios y se los había tragado por completo. El otro contingente de rescate descendió a unos metros bajo el nivel de la tierra, donde se hallaba el segundo edificio colapsado y derrumbado desde sus cimientos. Este atravesaba los bordes equidistantes del tenebroso y gigante agujero, sosteniéndose de milagro, aparentemente casi intacto.
La gente se desesperaba por ser salvada por los valerosos hombres, quienes eran trasladados, a través de largas cuerdas conectadas con las inmediaciones del enorme y terrorífico agujero terrestre, para asistir a darles la ayuda correspondiente. La gente curiosa se acercaba a presenciar la catástrofe, se arrodillaban y lloraban desesperados al presenciar la caprichosa figura y pedían compasión por sus vidas y por las víctimas. Los dos grandes edificios colapsados por el siniestro habían dado origen a una paradójica imagen en forma de cruz, la cual parecía sostener a la tierra desde su base. Era un análogo de los pecados de la población capitalina, que evocaba tiempos remotos donde aún existía el respeto por el prójimo y la naturaleza.
El clima se tornó más frío y nublado con la típica llovizna de la ciudad, lo que ocasionó que la operación de rescate fuera más meticulosa en el edificio que se sostenía en forma vertical y se rescatara a los inquilinos desde los últimos pisos, para evitar el pánico llevara a suicidios masivos. La operación de la cuadrilla del edificio tendido sobre el voraz agujero no era tan alentadora, pues mostraba un alto riesgo y el acceso a los departamentos era difícil para los rescatistas. Estos se vieron obligados a cambiar de posición de forma caótica cuando el edificio se precipitó en posición frontal sobre el descomunal y terrorífico agujero. Los moradores del recinto estaban parados en las divisiones de la ventanas hechas trizas, otros hacían malabares para estar parados sobre la paredes cogiéndose y apoyándose de las mesas y otros muebles, para cuidarse de no caer hasta el fondo del agujero del averno, viendo con horror el llamado de la atracción gravitacional.
—¡Urgente! Central de emergencia, es un 657, es un 657 —informó el técnico Infantes, mientras los gritos de la gente se escuchaban por la radio. —Repito, ¡urgente!, central de emergencia, es un 657, es un 657. Es una situación muy crítica, el edificio empinado ha colapsado. La operación de rescate está en serios problemas. El comandante Valera y la brigada quedaron atrapados, se hundieron dentro del espantoso agujero. Informa técnico Infantes, ¡¿me escuchan?!, ¡¿central, me escucha?!, ¡por favor!…
—Aquí base, copiado, técnico Infantes. Tenga calma por favor, un grupo especializado va en camino para apoyarlos, cambio y fuera —respondió la central.
La muchedumbre estaba paralizada de horror y desconsolada por la tragedia que enlutaba la nación, que daba energía desde la comodidad de su hogar a través de las redes sociales. La pesadez se dejaba sentir sobre los rescatistas y la incertidumbre se apoderaba de la brigada del técnico Infantes. Quienes peinaron la parte superior del edificio colapsado horizontalmente sobre el agujero. —La tierra sigue temblando compañeros, es por eso que el otro edificio ha colapsado. Debemos estar alerta, una distracción podría cobrar más vidas. No sabemos con exactitud cuánto tiempo este edificio se sostenga de forma sorprendente del borde del colosal hueco —mencionó el técnico.
Cuando la brigada buscaba más personas en el interior de la parte frontal del edificio, la estructura colgante empezó a tambalearse, como si se tratase de una nueva réplica sísmica, y emergió un sonido aterrador, que se coreaba de forma infernal desde el fondo del colosal agujero. Ante este nuevo acontecimiento las víctimas gritaron eufóricamente y los impresionados expectantes aprovecharon para propalar videos por miles en las redes.
El técnico Infantes decidió cambiar la prioridad del plan elaborado, dividió a la brigada e incorporó más miembros de rescate para ingresar a la parte posterior del edifico, la parte más riesgosa y suicida, a fin de rescatar más personas que imploraban con urgencia ser atendidos. Cuando el técnico Infantes retornó con más sobrevivientes a las unidades móviles, los miembros de la brigada observaron casi impávidos el cerco de la zona peligrosa, la cual estaba casi vacía. Solo había compañeros de faena y algunos curiosos, además de una espesa neblina, que se disipaba al interior del misterioso agujero. El técnico decidió regresar al edificio y poner en marcha su plan de rescate. Para acelerar la operación, dispuso dos grupos a los extremos de la infraestructura colapsada y colocó una resistente cuerda y otros accesorios que se sostenían de la matriz a nivel de cada departamento.
—Técnico Infantes, ¿me escucha? Algo se mueve aquí adentro, algo entró de repente, pero no es una víctima, es algo que no he visto antes en mi vida como rescatista.
—Te copio, Tapia, te copio. ¿Qué pasa? No te escucho bien, hay interferencia otra vez, es la señal —exclamó confundido Infantes.
—No, no, ¿qué es eso? En la habitación algo empujó por la ventana a la señora que estaba parada, un ente repulsivo, una bestia gris, está furioso.
—Tapia, ¿cómo dice?, no lo copio. ¡Reporte mejor! —exclamaba el técnico.
—¿Me copian?, soy Timaná. No me creerán, es una locura. En este departamento se alojan unos monstruos grises alados con un enorme hocico y largos colmillos. El rescatista y la señora fueron arrastrados de los pies por las ventanas de la sala hasta el fondo del agujero.
—¿Me copian? ¡Señores, retírense del lugar o no quedará nadie! ¿Me copian? — exclamaba preocupado Infantes.
—¡Auxilio, está encima de mí! ¡Me arrastra por las ventanas! ¡Nooo!
—¡Salgan del edificio! ¡Señores, salgan del lugar ahora mismo!, ¡es una orden! No saben a qué se enfrentan —alterado les gritaba el técnico.
El técnico Infantes logró constatar de cerca el horror que habían padecido sus compañeros al toparse con la maldad emergida del mismo agujero del averno. Cogió fuertemente al subalterno del brazo para que no fuera arrastrado hacia el oscuro agujero, pero otro demonio gris y rabioso salió de la habitación contigua para atacarlo ferozmente. El técnico perdió el control y fue agarrado por unas poderosas garras. Era arrastrado por el monstruo hasta que, aunque fuera increíble, de la espesa niebla alguien empujó violentamente al demonio y lo salvó de una muerte fatal. El técnico conmocionado grita al ver colgado y balanceándose debajo de la ventana al comandante Valera, quien le ha salvado la vida. Lo retiró del edificio infestado de criaturas extrañas, salidas de otro mundo.
El comandante Valera lleva al técnico a una ambulancia, para atender las profundas heridas recibidas por las fieras infernales, y se percata al visualizar por la ventana del vehículo la aparición de las criaturas aladas, quienes arrastran y llevan en vuelo a más personas presentes a la zona oscura. De la nada, aparece una visita no esperada y sorprende al preocupado rescatista.
—Comandante Valera, hace mucho que no tenía noticias suyas —mencionó el personaje incógnito.
—Lo mismo digo, pero ¿qué haces acá? —preguntó el comandante
—Sé que no me esperabas, comandante Valera. Acaso pensabas que éramos la milicia, pero nosotros estamos más entrenados que ellos, por eso no iba a quedarme con los brazos cruzados viendo desde un ordenador cómo terminan los demonios de la oscuridad contigo y los tuyos. Por eso vine a apoyarte para combatirlos —exclamó el coronel Sime, un entrañable amigo del comandante, quien se retiró hace mucho tiempo de las brigadas y las fuerzas armadas.
Los soldados del contingente invisible, acompañados del comandante y algunos sobrevivientes de los “Ángeles de fuego”, se abalanzaron sobre el enorme agujero negro, provistos de cuerdas e instrumentos modernos, para terminar con la búsqueda y rescate de las personas atrapadas en el edificio. Los sujetos ingresaron en cada departamento y empezaron a ubicar con los binoculares de visión nocturna a cada uno de los sobrevivientes. Los encuentros con las criaturas que habían emergido de otro mundo eran épicos, pues los neutralizaban y liquidaban con sus armas especiales de potente. Mientras las fuerzas del contingente invisible exterminaban y tenían el control sobre las bestias, el edificio empezó a temblar de forma repentina con mayor fuerza, haciendo la situación más caótica de lo pensado, aún en la zona roja. En un abrir y cerrar de ojos, el edificio que se sostenía como un puente en el agujero, se partió por la mitad hundiéndose rápidamente hasta el fondo del agujero y por los aires volaron violentamente las cuerdas, que sostenían a los rescatistas.
—Comandante Infante, responda. ¡Urgente! ¿Me escucha? —repitió la operadora de la central de emergencia. —Se ha reportado un fuerte remezón al oeste de la ciudad. Diríjase al área e informe la situación, al parecer se trata del mismo incidente ocurrido unos meses antes en la metrópoli. Sin duda fue el deficiente plan de gestión del sistema de alcantarillado de las autoridades. Esto aunado con los efectos progresivos del cambio climático, como las intensas lloviznas y la humedad infiltrada en la tierra han propiciado una erosión subterránea del área.
—Copiado, central. Voy en camino —respondió el osado comandante.
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