El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | Crónica de un contenedor

Por Carmen Cardozo

El timbre de la puerta sonó muy temprano ese día. Adormilado bajé para ver de quién se trataba.

—Señor, traemos su pedido. ¿En dónde lo ponemos?

—Gracias, pónganlo en el jardín —respondí emocionado.

Por fin había llegado el contenedor que había solicitado un mes atrás. No podía creerlo, nunca había visto uno frente a mí. Era impresionante y parecía que tenía mucho espacio por dentro.

—Vecino, ¿para qué compraste eso? —cuestionó el entrometido de Miguel.

—Ya lo sabrás Miguel, ya lo sabrás —contesté junto con una sonrisa fingida, mientras veía que él continuaba su camino al lado de su perro chihuahua. Siempre había detestado esa raza de perros, es muy pequeña; si adoptara uno, sería un labrador o un dóberman.

—Señor, es todo; firme de recibido, por favor —exclamó uno de los hombres, interrumpiendo mi idea de adoptar y tener un amigo fiel a mi lado.

—Claro, te lo agradezco —dije mientras sacaba un billete y se lo daba al muchacho.

El contenedor tenía unos sellos de plástico en la puerta que no quise romper, lo haría cuando estuviera todo listo. Esa misma mañana, después de desayunar, comencé a cavar en mi jardín. Había tomado las medidas y, de acuerdo al tiempo calculado, pretendía terminar esa misma noche.

Habían pasado cinco horas y el sol ahora estaba totalmente sobre mí, podía sentir cada uno de sus rayos entrando por los poros de mi piel. Era un calor tan insoportable que me hacía sudar a cascadas, por ello decidí quitarme la playera empapada que vestía.

—¡Qué sexy te ves, Adán!

—Sí, solo para ti Nancy —exclamé coquetamente, soltando un beso hacia al aire al final de la frase.

—Tú siempre tan ocurrente, Adán, ya quiero ver terminado lo que estás tramando esta vez —me respondió ella, dibujando una gran sonrisa.

—Ven mañana y te invito a desayunar.

Ya no obtuve respuesta de ella, solo una señal con su mano extendida en conjunto con esa sonrisa que paralizaba todo mi cuerpo. Nancy me gustaba desde cuatro años atrás. La había invitado al cine, a comer y a beber una copa al bar, pero ella siempre pensaba que era una broma. No quería perder la esperanza, tal vez un día aceptaría mi invitación.

Pronto llegó el anochecer, estaba muy cansado, así que solo tomé una ducha y decidí irme a dormir temprano.

A la mañana siguiente, busqué a unos muchachos que me ayudaran con una grúa a colocar el contenedor dentro de su destino asignado. Fue muy complicado en un inicio, pero logramos acomodarlo luego de dos horas. Enseguida comencé a echar tierra sobre él para cubrir el techo e ideé unas pequeñas escaleras que condujeran a su entrada. Después puse una puerta de acero arriba de ellas para que no pudieran entrar otras personas en mi contenedor.

Minutos más tarde salí de compras al centro comercial, llevaba mi automóvil; sin embargo, no estaba seguro de que todo lo que quería comprar cabría en él. Primero entré a una tienda de objetos y muebles para el hogar, y escogí algunos.

—Señorita, ¿podrían llevarme estos muebles a mi casa el día de hoy?

—Por su puesto, señor, haré su cuenta para cobrarle y tomaré sus datos de entrega.

Eso me dio un gran alivio, así que firmé el voucher, llené los datos que me pedían y salí de ahí para dirigirme al supermercado. Al entrar tomé uno de los carros grandes que utilizan generalmente las personas que llevan cajas de abarrotes para sus negocios. Lo llené con cajas hasta el tope, solo me faltaban las latas grandes de atún y no estaban disponibles en los anaqueles.

—Señora, ¿puede ayudarme por favor? Necesito latas grandes de atún y no hay en sus estantes. Requiero algunas cajas.

—Sí joven, ¿cuántas requiere?

—Necesito cuatro. No, mejor seis —respondí aún dudoso por la cantidad de cajas que había solicitado, no estaba totalmente seguro si eran las necesarias.

—¿El platillo de hoy será atún a la vizcaína o pastel de aún? —mencionó la misma mujer canosa en tono de broma.

—No, señora. Me estoy preparando para el fin del mundo.

—No pienses en el fin del mundo, eso no sucederá. No hagas caso a esas personas que se hacen llamar “los supervivientes” y que se están anunciando en las redes sociales. Están locos. Mejor ve a la iglesia y lee la biblia con fe.

—Gracias, es todo lo que necesito —espeté de forma cortante.

Preferí no responder ante aquellas palabras, esa no era mi prioridad. Enseguida me dirigí hacia las cajas para hacer mi pago. Terminando de pagar, busqué a un muchacho que me ayudara a llevar todo al auto. Nunca había gastado tanto en el supermercado, aunque estaba seguro que eso me haría sobrevivir por varios meses.

Al llegar a casa llevé todos los víveres al contenedor. Los muebles llegaron dos horas más tarde y comencé a acomodar todo. Hice la instalación del agua directo a la tubería y también instalé un aparato mecánico que me ayudaría a filtrar el agua en caso de lluvia, llevándola a un pequeño tinaco de emergencia que ya había llevado bajo tierra días antes junto con la instalación del baño.

Tardé cinco días en acomodar todo, cabrían seis personas y sobreviviríamos cerca de tres meses. Ya estaba todo racionado. Tendríamos que aprender a vivir juntos mis padres, mi hermana, mi amigo Javier y Nancy.

El viernes al medio día llegué a la oficina de “Supervivientes anónimos”. Tomé una ficha con el número once y me senté a esperar mi turno. solo faltaban seis personas antes de mí, así que me entretuve enviando un mensaje de texto a Nancy. “Hola guapa, espero que estés tendiendo un buen día. Te invito a conocer mi nueva locura hoy a las cinco”. Sabía que ella no llegaría, seguramente solo respondería con emoticons para hacerme sentir bien y luego me olvidaría.

—¡Adelante, número once!… ¡Número once, pasa!

—Disculpe. Hola, vengo a registrar mi contenedor.

—Muy bien, entrégueme las fotos y enliste todo lo que adicionó.

—Por supuesto, aquí está todo —indiqué a la señora malhumorada que me atendía.

—¡Perfecto! Cubre con los lineamientos solicitados, está aprobado. Quedó registrado el búnker con el número 8,778. ¡Felicidades! Usted será un genuino superviviente.

Salí contento de la oficina, ya era seguro que sobreviviría cuando el fin del mundo llegara. Me dirigí a casa, faltaban dos minutos para que dieran las cinco de la tarde. Abrí la puerta del búnker, pues quería admirarlo una vez más antes de irme a descansar. Lo miré por cerca de cinco minutos y, cuando estaba por cerrar la puerta de abajo, escuché la voz de Nancy.

—¿Llegué justo a tiempo para conocer tu locura Adán?

—Sí, pasa, por favor —le dije sorprendido, casi sin poder hablar.

Le mostré cada parte del búnker, ella parecía asombrada al verlo. Sonreía con cada explicación que le daba, y me manifestaba que creía en la supervivencia e incluso estaba segura de que algo grande y peligroso se aproximaba dentro de poco tiempo en el mundo. Entonces me senté en el sillón a escuchar todas las teorías de Nancy y ella pronto se sentó a mi lado, tomó mi mano mientras yo le explicaba lo que me habían dicho en las reuniones de “supervivientes anónimos”. Ella únicamente escuchaba mis palabras mientras contemplaba todo a su alrededor. Ahora ambos sabíamos que podríamos sobrevivir juntos.

Los días siguieron pasando de forma lenta en la ciudad, como de costumbre, aunque una semana más tarde, sin anuncios previos, la humanidad comenzó su extinción.

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