Por Karina Sánchez Mora
Podía escuchar a alguien caminar por el pasillo, me sentía más ansiosa que de costumbre; el ruido inesperado apresuró mi salida. Había estado esperando este momento a pesar de haberlo planeado hace solo unas horas, la presión e incertidumbre apuró la decisión.
La batería de mi celular estaba por agotarse; las llamadas que saturaban mi línea insistían con hacerme preguntas sin respuesta, ni yo misma siendo testigo sabía lo que sucedía.
Los pasos se acercaron a la habitación y tuve que apresurar mi despedida; besé su frente una última vez y me escondí detrás de la puerta que estaba por abrirse. Cuando el intruso cruzó el umbral, atravesó el lugar sin notar mi presencia, así que tomé la oportunidad y me deslice por la puerta que dejo entreabierta.
No tenía permiso de estar en este nivel, así que apresuré el paso y traté de salir lo más rápido posible de ese lugar. Tomé las escaleras de servicio y me metí a la primera puerta abierta que encontré. Aquel sanitario estaba vacío, hacía mucho tiempo que no contemplaba uno así; al mirarme frente al espejo, noté lo crecido de mis raíces y la profundidad de esas ojeras que perforaban mi rostro haciéndome lucir enferma.
Conocía de memoria el lugar, recordé la primera vez que me perdí por la urgencia de que nos atendieran. Después de algunas semanas de haber permanecido en este lugar, había aprendido la línea más corta hacia la salida.
Cuando salí del baño apreté el paso y di la vuelta en el primer pasillo que me conduciría hacia la salida, pero a distancia pude distinguir que alguien me estaba siguiendo, traté de evadirla y nuestras miradas chocaron. Era la encargada de piso, la cual fue testigo de horas de espera sin sentido, de palabras de aliento sin fondo y promesas de especialistas que nunca llegaron. Solo me detuvo para ofrecerme una manzana, como si aquello pudiera compensar un poco de todo el tiempo que he había hecho esperar por semanas al no tener un turno. Supuse que sentía culpa y tomé su ofrecimiento para continuar mi camino.
Continué en línea recta hasta que ese tipo comenzó a seguirme, su insistencia de siempre esta vez me hizo voltear cuando tocó mi hombro. Ese hombre me había hecho perder mucho dinero y algunos de mis objetos más valiosos con la promesa de conseguirme una atención especializada, la cual no había llegado hasta ese momento y continuaba esperando sin una fecha fija.
Como supuse me pidió dinero para conservar el turno que habíamos acordado hace semanas para un estudio, pero, a pesar del coraje instantáneo que me causaron sus palabras, yo no podía pensar en otra cosa que no fuera salir de ese lugar, así que con una mueca retorcida termine la conversación con un rotundo no.
Conforme me fui acercando a la salida el tumulto de gente crecía, la sala de espera estaba llena y yo estaba como una salmón contracorriente tratando de llegar a la salida. Era la única que quería salir del lugar mientras montones de personas deseaban entrar a ser atendidos, me recordaron a mí hace algunas semanas.
Al atravesar la última puerta pude sentirme libre de partir sin tener que regresar, miré una última vez hacia el edificio y dejé algunos fantasmas atrás.
A la mañana siguiente noté varias llamadas perdidas en mi celular, cuando devolví la primera me conectó al hospital, donde me informaron que mi esposo había fallecido; su salud tan deteriorada causó un paro respiratorio durante la madrugada, habían intentado contactarme hace horas pero no había sido posible. La noticia de su muerte no figuró sorpresa entre la familia, ellos solo querían saber que no había sufrido más de lo que lo había hecho las últimas semanas.
En su velorio no lo pude ver y tuve que conformarme con su recuerdo, no podía creer que lo último que me pidió fue asfixiarlo con su almohada o él acabaría con su vida con lo que tuviera cerca, fue cuando pude darme cuenta de que los analgésicos más fuertes ya no tenían efecto.
Después de tratar de solventar las deudas con el hospital, aparté un poco de dinero para poner una lápida en el cementerio. No teníamos un cuerpo que velar debido a la reciente contingencia, la cual no nos permitió recuperar su cuerpo.
El día que pusimos su lápida en el cementerio me senté a contemplar lo que yo misma había mandado grabar sobre tu tumba vacía.
Descansa aquí mi querido esposo. Señor, recíbelo con el mismo amor que yo te lo mandé
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