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Cuento|Un sueño de navegación

Por Tonatiu Velázquez

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Todo sueño recorre las más profundas fibras de quien lo crea, solo así nos permite conocer de dónde viene la puesta en imagen de aquellos lugares transitados. Este se halla situado en una corriente del arte clara: el surrealismo ha impregnado el ambiente y se ha desplegado como una caricatura de infancia (no podría ser de otra etapa). Estoy en la azotea de mi casa y hay una masa de cachivaches frente a mí. Es de pronto un reto, una encomienda clara en la cabeza de quien representa esta ensoñación; soy joven y tengo la intención de construir, desbordar toda mi capacidad en esa cosa que aún no sé definir. En el sueño soy un ente con encomienda clara, aunque no se cuál sea en la realidad; algo posee mi acción, desbordándola, veo todo mi ímpetu en las manos atando lazos a cajas de madera y estructuras metálicas. Solo suspiro un poco, quito el sudor de mi frente y contemplo lo hecho.

El viento ruge en mi espalda, ondea la túnica blanca que llevo puesta hasta hacerme sentir que me jala el viento, su potencia es sin igual. No defino la existencia de mi creación hasta que, de repente, estiro los lazos; estiro y aflojo, siempre estiro y aflojo. Se alza ante mí una carpa blanca con una estructura concreta, hace la forma de un parapente y hago la tarea de quien sostiene en el aire un papalote. Veo cómo se alza con la fuerza del viento y de mi tensión, agarro las cuerdas como ramillete de flores y  jalo profundamente; el armatoste me jala consigo, casi de la nada me doy cuenta: estoy surcando los vientos. Suelto la mayoría de las cuerdas, solo me sostengo con una, hago que el parapente tome un camino y, así, brinco de uno a otro lazo para dirigir la embarcación. Es cierto, es un barco con base indefinida y con solo una vela. Estoy navegando los aires.

Así es, es un barco sin forma de barco: su vela no tiene forma de tal, es lo más parecido a una, pero con la capacidad de desplegarme por los aires; su base no es concreta, son cajas sostenidas por lazos. Como no hay un suelo, no hay dónde poner un timón que me guíe. Las cajas representan lugares donde irme posicionando para inclinar la nave hacia un lado o hacia otro, con la necesidad de llegar a un lugar definido en mi cabeza (aunque ya despierto no sepa nada de él).

Rápidamente encuentro la estabilidad necesaria en la nave. Abro los ojos y veo un montón de nubes rojizas a lo lejos, jamás tuve perspectiva tan grata en mi vida y eso me da seguridad de mi viaje, me afianzo a la encomienda y solo me siento emocionado por seguir y experimentar. Cierro los ojos, aseguro mis pies a una de las cajas ubicadas en medio del barco; suelto la cuerda y estiro los brazos; siento cómo el aire mueve mi túnica. No hay nada más que un pedacito concreto sosteniéndome y yo no dejo de sonreír: es como si pasaran frente a mí todas las vidas que he vivido, todas las personas que me han rodeado y las cosas aprendidas para sostenerme ante la inmensa y abismal ruta que enfrento para mi viaje.

Cuando recién despierto me doy cuenta, fue un sueño feliz y no puedo sacarlo de mi cabeza. Me levanto, me baño, desayuno y salgo a mis actividades cotidianas, me siento frente a la gente de siempre y solo le doy vueltas al sueño mientras juego con un lápiz. De tanto pensar, recuerdo que no nombré al barco y que en la tradición marítima eso es de mala suerte. Ahora busco un nombre adecuado para él y no se me ocurre ninguno. Pasan los días y las noches. El ajetreo cotidiano y el contacto humano me hacen olvidar de ese bello sueño y se va desvaneciendo en mi cabeza.

2

El tiempo pronto llega y me pone en las mismas circunstancias; en mi azotea, con un viento avasallador y más y más cachivaches que la vez pasada frente a mí. Ahora está claro que será un barco por la experiencia pasada, pero poco después me doy cuenta de la inmensidad de la encomienda. Estoy de cabeza armando un armatoste hecho de madera, todo parece un techo puntiagudo, como esos que no hay en México y que para nosotros solo existe en la televisión. Es inmenso, cubre todo el techo de mi azotea y pone en duda si realmente será un barco.

Por un resquicio me asomo a la intemperie y siento la bestialidad del viento. Rápidamente ato los lazos y las cajas, como la vez pasada (aunque ahora son más), al posible techo y de nuevo estiro y aflojo, aunque me parece sumamente extraño hacerlo, pues no es sencillo izar un armatoste de tal dimensión. De tanto estirar y aflojar siento cómo se alza el techo.Veo su inmensa masa flotando encima de mí; rápido, me trepo al ramillete de lazos que jalaba y me encuentro en el aire con muchas dificultades para mantener estable el techo. Ahora siento la túnica sudada de tanto esfuerzo realizado.

Durante mucho tiempo jalaba los lazos para alzar el techo con mis ojos cerrados, sentía que todo se derrumbaba y que no podría sostenerlo, que me rebasaba por muchas cuestiones, pero, de repente, es más ligero, ya no necesito tanto esfuerzo. Abro los ojos y observo a dos personas más jalando un ramillete de lazos de otros lados del techo-vela y me alegro de la situación. Pronto estamos en el aire y otro panorama inmenso del cielo, las nubes y su estrecha relación con el sol se nos presenta a los tres; solo contemplamos lo bello y sublime que nos ha permitido nuestro gran esfuerzo. Logro ver cómo los otros dos jadean de cansancio, al igual que yo.

Hicimos volar un techo y eso nos da risa, nos vemos y solo reímos, nos sentimos felices y conectados, como si la misma cosa nos hiciera mirar hacia delante, como si algo nos reuniera en ese viaje para desplegar algo que nos es común. Me siento tan parecido a ellos y eso me calma, me da seguridad. De nuevo me coloco en la base de una caja para cerrar los ojos, soltar los brazos y sentir la inercia del viento cortado por nuestra presencia, por nuestro movimiento en busca de un destino en donde aparcar.

En este sueño, me despierto y me siento bien: no me quiero levantar a hacer nada, no vale la pena cuando esperas zarpar los aires, desplegar el techo que construiste para encontrar tu destino, sentir el vértigo de andar por ahí, sin saber bien a bien qué haces y para qué haces. Al pasar esas palabras por mi cabeza, abro los ojos, sorprendido, y me levanto de la cama.

Ilustración: Cyntia Kent

Así es, es un barco sin forma de barco: su vela no tiene forma de tal, es lo más parecido a una, pero con la capacidad de desplegarme por los aires; su base no es concreta, son cajas sostenidas por lazos.

 

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