El cuento en cuarentena

El cuento en cuarentena | A través de mí

Por Edgar Apolinar

Señoras y señores, lo que están a punto de leer son hechos reales de la vida de un niño que, debido a las circunstancias, hombre se hizo. Puede que las cosas que aquí se cuentan superen su realidad y la realidad de los segundos y de los terceros… ¿están listos para saberlo? Caminaba por el parque cuando dejé que la señora tristeza me envolviera en sus verdades a medias, mentiras blancas como la nieve de enero que tiempo después se derritieron y me ahogaron en primavera. Sentí frustración cuando vi en el otoño desaparecer mi esperanza. ¡Ja!, maldita tragicomedia la mía.

Crecí en un hospital y, como ustedes saben, la infancia no crece encerrada en un cuarto lleno de médicos y sus diagnósticos. Siempre es aplastada. Por no ser un niño normal, aprendí con tan pocos años que la muerte es lo único asegurado, que ni el Padre Grande es tan misericordioso, ni Santa Claus por una chimenea entra. Muchos allá fuera me ven raro desde hace mucho tiempo.  El costo se fue elevando y, a cambio, el dolor de mi cuerpo fue disminuyendo. Creo que es justo el que me vio y no juzgó mi vida, pero ¡ay de aquellos que escupieron al cielo! Todo cae desde allá arriba.

Me considero inmortal, como las personas cuyos cuerpos descansan en un ataúd, pero su espíritu se mueve en cada uno de nosotros. Le doy importancia a los perros que ladran, pero no muerden. No me importan más los seres humanos que me convirtieron en este viajero errante, feliz, sin miedos, sin peso muerto, sin caras que esconder. Es más, yo siempre ando con la misma cara, seria, fea, a veces sonriente.

Soy de los que se hunden en el mar con el triple de peso, solo, solito. No, nada más me ahogo en un vaso con agua. Queremos hilos rojos, pero no tenemos el valor de afrontar que somos malditos daltónicos y terminamos creyendo que cualquier verde tierno lo es o esperamos que un amarillo podrido funcione. Miré hacia el cielo, le grité a la vida…

¿De qué se trata la vida? Mis pensamientos preguntaron con una sonrisa tan poco creíble, sin idea de qué poder contestar, si venimos al mundo porque dos personas se amaron demasiado para querer ser uno. ¿Por qué nos despiden con lágrimas? Vaya gran tontería que no puedo descifrar, vaya tragicomedia la mía.

Me resigné, ¡ja! El tiempo siguió pasando, seguí leyendo cosas que mi mano pidió escribir ¿Eran recuerdos del pasado?, preguntó la soledad. Qué buena pregunta, mi querida soledad. Recuerda que te conté lo mucho que te odio, pero aun así eres la única que me comprende cuando las personas me ven raro. A veces me verán con asombro, otras muchas solo dejarán de verme y ya. No quise detenerme, pero para poder vivir, para sobrevivir… pero fue demasiado tarde.

Me estoy partiendo el corazón para dejar en cada uno de ustedes un poquito de mí. Voy escogiendo lo que no esté tan podrido para que funcione…  Dejé caer el lápiz. La sonrisa se me nota. Las lágrimas salen sin advertencia. Esta tragicomedia está por terminar. Ya te he contado un poco de mi vida. Ahora te pido un favor a ti que estás leyendo o escuchando esto. Todo va estar bien, porque lo peor sería no intentar nada. ¡Deja de matar el tiempo y empieza a darle vida a tus deseos y sueños! Desde tu casa o tu habitación o dónde quiera que estés, pero no dejes que el miedo te consuma. Recuerda de todo se sale, menos de las cosas que no quieres salir. Para mí fue demasiado tarde.

Adiós…

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