starry night skyCuentos

Cuento | Otro sueño fúnebre

Por Emiliano Mondragón

Para mi abuela Virginia, a quien estoy seguro de que algún día volveré a ver.

Sentado a la orilla del acantilado, Emiliano contempla al barco que zarpa hacia el atardecer.

El cielo se tiñe naranja y el mar, violeta. La estela de la nave corta la tersa superficie del agua y Emiliano piensa en el cliché de las películas: el barco que navega hacia la puesta del sol, los albatros que lo acompañan deslizándose suavemente entre las nubes, el héroe victorioso que sujeta a la chica por la cintura mientras su tripulación de amigos grita su nombre a manera de porra. El clásico final feliz.

Pero Emiliano no es ningún héroe, ni tampoco el ganador de nada. No tiene amigos, ni a la chica, ni a nadie. Emiliano no navega hacia un mejor futuro. Al contrario: lo mira alejarse desde la orilla, sujetando sus rodillas contra su pecho.

Detrás de él, las luces del mundo se apagan y toda la gente comienza a flotar, muda, rumbo a las estrellas.

La noche se anuncia cálida, pero Emiliano tiembla. No de frío, sino de miedo. Pues aunque ya no le importa su vida, aún le aterran las alturas y su cuerpo no se deja engañar. Será el instinto innato de supervivencia el que me hace temblar, piensa Emiliano mientras deja caer sus zapatos al vacío y los ve estrellarse contra las afiladas piedras y ser tragados por el mar al que le da completamente igual si Emiliano vive o muere.

La brisa marina susurra suave mientras una mano toca el hombro de Emiliano. Es su abuela que se recarga un momento en él para sentarse también a contemplar el final del mundo.

—¿Duele morir? —le pregunta Emiliano sin despegar la vista del barco que cada vez se ve más pequeño.

—Un poquito. Al principio. Pero también se siente un gran alivio.

—¿Y qué pasa después?

—Nada.

El sol es ahora tan solo una pequeña uña sobre el horizonte.

—Todo se apaga y finalmente sientes paz.

—¿Te seguiré viendo? ¿Llegaré a donde tú estás?

—No. Cuando mueras, morirá también mi recuerdo. Estarás solo.

—Bueno, supongo que no será muy diferente a como estoy ahorita. Desde hace muchos años me siento muy lejos de todos los demás.

—Pronto terminará. Ya no estarás triste, eso sí te lo puedo decir.

—¿Falta mucho?

—Espera un momento. Hacía tanto que no veía un atardecer. Quedémonos hasta que llegue la noche.

—Está bien. ¿Me abrazas?

—Claro que sí —dice ella mientras atrae el cuerpo de Emiliano al suyo y acaricia su frente como cuando era niño. 

—Yo estaré aquí contigo todo el rato. Me aseguraré que de verdad hayas dejado de respirar antes de irme.

—Ya no quiero sentirme tan solo.

—Ya casi termina. Espera un ratito más. Mira que bonitas las estrellas. ¡Cuántas hay!

—No son estrellas, abuela. Es la gente que no volveré a ver. Son todas las personas que jamás conoceré.

—Bueno. Sea lo que sea, se ven preciosas todas esas luces en el cielo.

—Sí.

Ambos sonríen con la cara levantada y miran el morado profundo salpicado de un sinfín de lucecitas blancas y azules.

Los ojos de Emiliano se humedecen y caen por sus mejillas lágrimas color de oliva.

—Voy a extrañar pintar.

—Lo olvidarás. Junto con todas las demás cosas. Yo ya no recuerdo qué es lo que más disfrutaba hacer.

—Te gustaba bailar. Y cantar. Cantabas muy bonito.

—¡Ah, sí! Me gustaba cantar —dice su abuela mientras suelta a Emiliano de sus brazos—. La noche ya está aquí. ¿Estás listo?

Emiliano se levanta de un brinco para ayudar a su abuela a pararse.

—Gracias, hijo. ¿Cómo quieres que suceda? ¿Ya pensaste en algo?

—Sí —dice Emiliano—. Voy a saltar.

—Está bien. ¿Quieres que salte contigo?

—No. Quiero hacerlo solo.

Su abuela le sonríe, le seca las lágrimas de la cara, lo abraza y le besa la frente.

—Estoy muy orgullosa de ti.

—Te voy a extrañar. Desde que te fuiste no he dejado de hablar contigo. Siempre que he estado triste, tú has venido para consolarme. Va a ser raro ya no tenerte cerca.

—Me olvidarás.

—Sí, supongo que sí.

Emiliano se detiene al borde del precipicio. Sus pies descalzos sienten el pasto y la tierra húmedos como si fuera la primera vez, sus pulmones se llenan de un aire cálido y perfumado, y todo a su alrededor comienza a zumbar hasta generar un ruido ensordecedor.

Emiliano cierra los ojos, alza el pie derecho y deja que el peso de su cuerpo lo jale hacia adelante. Pero en cuanto se despega de la tierra, Emiliano se queda suspendido en el aire y el mundo entero cae a las profundidades del cosmos desbaratándose en pedazos como un mazapán. Todo está en silencio. Y Emiliano, que no es héroe ni perdedor, ni es niño ni hombre, se va flotando entre las estrellas.

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