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El cuento en cuarentena | Canción de cuna

Por Zalma Graciela

Dentro de la torre más alta, aquella que penetraba el cielo en su oscuridad, se encontraba el vestigio melancólico de una nueva vida, el nacimiento incumplido y el abuso que trajo consigo lamentos prematuros. Abandonados por meses en el cuarto de la torre, se escuchaban gemidos y el llanto de un bebé, entretanto una vela se quemaba parpadeando débilmente. Todas las noches, su madre cabeceaba intentando no quedarse dormida mientras mecía la cuna, y desde la ventana se postraba un ave que la vigilaba.

—Tu esfuerzo es insignificante— dijo el pájaro.

La madre, estremecida por aquella voz intrusa, se volteó con preocupación para mirar detrás de ella.

—¡Vete de aquí! —gritó la madre con temor—. He rezado todas las noches con el miedo de un nuevo día, pero despierto sin la llegada del sol y sé que aún no se irá.

—No debes asustarte, querida. Con tanto llanto, angustia y amor, te has cansado, has fallado en calmar al niño. Por favor, toma una pequeña siesta, lo cuidaré en tu lugar.

—¡Silencio! Todavía no es tarde, mi hijo lucha para seguir atormentando el vientre.

—No debes culparte por lo sucedido, ni cargar el pecado de otro. Aunque mucho lo ames, tu hijo comprende el sufrimiento de vivir.

En sollozante desconsuelo, la madre observaba su cuerpo encinta cuando escuchó una voz frágil que provenía de su propio vientre.

—Sé que estás aquí, mi ángel de la guarda —el bebé pronunció desde la oscuridad— ¿Podrías cantarme para poder dormir? Estoy agotado y me gustaría descansar.

El pájaro asintió con la cabeza y voló para postrarse sobre la cuna.

—Claro, niño mío, cantaré dulcemente para ti.

—No llores, madre, pues todo estaba escrito. La vela ya se apaga, y las sombras han venido a acostarse junto a mí.

Se rompió la fuente que otorgaba vida: las lágrimas del bebé se secaron y su madre se ahogó en llanto mientras observaba la pálida noche mecerlo entre sus brazos. El pájaro se acurrucaba alrededor del hijo, y así comenzó a cantar: “Ahora te acuesto para dormir, pronto la mañana se asomará por tu ventana. Tu rubor se desvanece y el aliento se debilita, el sufrimiento pronto se apacigua. Te mantengo a salvo durante la noche y te despierto con la luz del día. Conjuro un pacífico sueño para el hijo, y con mi dulce canto, él se queda dormido”.

Al nacer los primeros rayos del sol, ya el cuarto estaba vacío, mas los llantos de la madre aún retumbaban entre las paredes. El pájaro volaba secularmente por la torre en vigilia, como la partera que cuidaba la cuna en espera de que se sequen sus huellas amnióticas.

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