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Cuento | Estoy llorando

Por Ariana Itzamara Vilchis

“¿Por qué a mis ojos los nubla el llanto? 
¿por qué mi alma sufre también? 
¿por qué este llanto me está agobiando? 
¿por qué es tan rudo y también tan cruel?” 

Karime Matta González

 

Hubo un tiempo en el que desapareció su llanto, no volvimos a escucharla. El pueblo había pensado que por fin estaba contenta y en paz, pero eso creíamos, o al menos eso nos contábamos entre todos, hasta convencernos de que esa era la verdad sobre lo que pasó. 

Todo comenzó con los tiliches y cachivaches que estaban escondidos en el tapanco, pos como ya iban a tirar la casa vieja dizque para que tuviera mejor vista el rancho, entonces tuvimos que sacar todo y ahí encontramos los papeles, estaban bien envueltos entre un pedazo de tela. Yo la verdad desconocía de todo esto, la casa me la dejó mi papá y nunca habíamos sacado nada de allá arriba. 

Pero como le iba diciendo, encontramos también una foto, me acuerdo poco, pero me acuerdo. Era una muchacha muy bonita, bien jovencita, casi no hablaba con nadie, se la pasaba cantando en el río. Yo estaba muy chamaco, la veía de lejos. Pos en ese tiempo no había periódicos, ni tele y la única radio la tenían en la parroquia, ¿cómo íbamos a buscarla? 

Todos éramos muy pobres, fueron al municipio nomás para avisar que ya estaba muerta. Pero su cuerpo nunca lo encontraron. Ya era muy noche cuando escuchábamos ese llanto que hasta te ponía la piel chinita y volvimos a escucharla bien cerquita en todas las noches que siguieron. Aparecía cerca de la media noche o a las tres de la mañana. Algunos dicen que la vieron, otros que nomás se les aparecía a los que iban borrachos. Comenzaron a contarse muchas cosas, pero las abuelas decían que era la muchacha que se había perdido, que no estaba tranquila su alma. 

¡Ay, pero si hubieran escuchado esos lamentos!, ya nadie estaba a gusto. Así pasamos algunos años, los que venían de afuera andaban por la calle como si nada, hasta que la escuchaban. Preguntaban y cuando se enteraban jamás regresaban. Ya no hallábamos qué hacer. También me acuerdo de la fecha, fue el primer día de noviembre, fuimos al camposanto, como es la costumbre, a poner la ofrenda. A mí se me ocurrió pasar por la tumba de la muchacha, nomás era un montón de tierra y una cruz, cuerpo no había, pero había lugar dónde llorar. Tuve la intención de dejarle un montoncito de flores y por mi mente pasó su recuerdo de cuando iba caminando solita para el río. Al día siguiente ya no regresó, no volvimos a escuchar su llanto. 

Y por eso aquí le vengo a dejar estos papeles, licenciado, yo no sé leer, pero la muchacha de la foto era ella, la otra señora era su mamá. Ojalá puedan hacer algo para encontrar a la hija de mi comadre, no vaya a pasar lo mismo. 

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